viernes, 22 de junio de 2012

China Miéville. Toda su bibliografía en castellano

China Miéville, escritor (hombre) inglés, saltó a la fama con  La estación de la calle Perdido, novela de fantasía original, larga, barroca, densa y deslumbrante, a la que siguieron otras dos ambientadas en el mismo universo, el del Bas-Lag, creación suya y que no parece inspirada directamente en Tolkien, lo cual es destacable en un libro de este género. A raíz del éxito, se han publicado en España otras novelas suyas: la primera y la última. Paradójicamente, también se han dejado de publicar otras que ya estaban, como El Azogue.
El viaje de Miéville al reino de la fantasía ha sido de ida y vuelta hasta el momento, pero yo creo que volverá: un autor con tal capacidad inventiva no puede quedarse en la realidad mucho tiempo. De hecho, comparadas con la exuberante fabulación del mundo de Nueva Crobuzón, parecen más realistas de lo que son las otras novelas que voy a comentar; pero su grado de ilusión es también sumamente elevado.
En esta entrada aparecen toda su obra publicada en español.

Miéville, China, El azogue, ed. Interzona, Buenos Aires,  2006. Trad. Marcelo Cohen.
The Tain, 2002.

En capítulos alternos se nos narra paralelamente la historia de Sholl, un superviviente de la guerra que ha devastado Londres, y la de un imago, enemigo de los seres humanos. Los imagos son seres habitantes de los espejos, obligados a reflejarnos por siglos desde que perdieron la anterior batalla contra el legendario Emperador Amarillo. Ahora, han encontrado la forma de escapar y el resultado se nos muestra en un Londres desértico, de pocos seres humanos asustados y huidizos. Los imagos han ganado la guerra, pero el protagonista Sholl no se resigna: busca una salida. En un camino paralelo, su homólogo imago se cruzará con él, buscando también una respuesta, en este caso más existencial. Al final, las historias de ambos, en un bello juego literario, se cruzarán simétricamente como reflejadas.
El juego de los espejos que reflejan Londres se retomará, de otra forma, en Un  Lun Dun.
La novela, corta (apenas 100 páginas), es interesante pese a los cabos sueltos y falsas pistas que deja en el camino. El tema invita a un tratamiento más extenso, tanto de la rebelión de los imagos como de la guerra y sus consecuencias. El final también reclama mayor extensión. Sin embargo, merece la pena leerse. Se basa en una de las entradas de El libro de los seres imaginarios: "Animales de los espejos", de Jorge Luis Borges y Margarita Guerrero, maravilloso bestiario fantástico. A mí me recordó una novela infantil-juvenil que leí cuando iba al colegio y que recuerdo con mucho cariño, aunque no la he releído desde entonces ni la tengo en mi biblioteca: se trata de La rebelión de los espejos, de Stella Maris Moragues Fedele. Si no me falla la memoria, el argumento era bastante parecido. En un bellísimo cuento de las Fábulas y leyendas de la mar, del excelente Álvaro Cunqueiro leemos: Hubo una época en la que, en el mundo, mandaba un gran pez terrible, asistido de un poderoso ejército escamoso, los cuales ejercían sobre el hombre y los animales no acuáticos una terrible tiranía. Pero un día un gran emperador misterioso logró, tras cruentas batallas y por medio de grandes magias, encerrar al gran pez y a sus ejércitos en un espejo... ¿Habrá leído Miéville a Cunqueiro?
Este libro, el de Miéville, fue publicado el mismo año que La cicatriz, en plena efervescencia fantástica. Merece reeditarse, ya que es difícil de encontrar en español: la editorial Interzona no es grande y es argentina: solo editó 1.500 ejemplares ya inencontrables. 
Leer a Miéville es un placer. Ojalá traduzcan y pongan a la venta pronto sus novelas pendientes.

Miéville, China, El Rey Rata, ed. La Factoría de Ideas, Madrid, 2008. Trad. María Xoubanova Vázquez. 
King Rat, 1998.

Se trata de una inesperada revisión o epílogo del extraño pero muy conocido cuento El flautista de Hamelín. Y digo extraño porque es un cuento popular sin héroe y sin final feliz, donde el pueblo no queda bien parado y sufren los más inocentes: los niños, por no hablar de las ratas, que tampoco eran tan malas. Ambiguo, por tanto, muy adecuado para la base de una novela fantástica con toques negros.
Está ambientado en Londres y es muy urbano, pero el Londres que aparece es de callejones sin salida con cubos de basura -más parecidos en su imagen a los que aparecen en algunas pelis de Nueva York-; tejados inclinados y cornisas; oscuros túneles de metro; estaciones abandonadas; mohosas barcas en el río Támesis; calles recorridas a toda velocidad por una bici y, sobre todo, la ciudad bajo la ciudad: las cloacas. Está claro que el autor necesita una urbe a su medida para desarrollar adecuadamente la trama de sus narraciones, y esa será la Nueva Crobuzón posterior, cuyo germen vemos en este fantasmal Londres.
Aparecen curiosos personajes, también híbridos, que circularán libres por sus novelas posteriores. Simplemente diré que es muy original que en literatura se presenten animalizaciones literales (los reyes de las ratas, de las arañas -Anansi- y de los pájaros -Loplop-) con forma humana: algo más propio del teatro y que parece que el autor tomó de una representación de pantomima que vio de niño, según se cuenta en una Nota sobre el autor al final del libro.
Los jóvenes protagonistas son lo que en España llamaríamos "bakalas", sin sus connotaciones de drogadictos pasados de vueltas y "malotes". Estos son buenos chicos, apasionados de la música jungle: en fragmentos descriptivos aparece un amplio repertorio de términos musicales: boom, drum'n'bass, línea de bajo, samples, loopear, etc.
Hay un detective inteligente y tenaz: Crowley. Reaparecerá en el Borlú de La ciudad y la ciudad y en el Baron de Kraken.
En definitiva, a mí me parece una buena novela y me gusta el toque que le da la música electrónica, muy de los últimos noventa. Aquí hay una canción del año en que se escribió el libro, el 97, de música electrónica con flauta: Ali Baba, de Dreadzone. No es jungle, creo, asi que se puede escuchar plácidamente.

Miéville, China, La estación de la calle Perdido, ed. Puzzle, Madrid, 2006. Trad. Carlos Lacasa y Manuel Mata.
Perdido Street Station, 2000.

Nueva Crobuzón era la ciudad que reclamaba Miéville y que construyó a medida, con sus barrios dedicados a las diferentes extrañas razas que la habitan, y con su mundo alrededor, el del Bas-Lag. La ambientación ocupa muchas páginas que algunos leerán con agrado y a otros les resultarán tediosas por ralentizar la acción. A mí me gustaron porque las considero lo principal, más allá de la historia del garuda sin alas o los seres voladores que envenan el sueño de los urbanitas. La construcción de un universo con su geografía, estados, historia, culturas, habitantes, flora y fauna, leyes, etcétera, no es algo fácil, y el autor lo consigue, así como alejarse, escaparse de la realidad, lo cotidiano. Es un universo absolutamente remoto, sin referencias al mundo habitual. Resulta muy complicado conseguir este empeño sin fisuras, de un modo coherente, y yo creo que Miéville lo consigue sobradamente. Por otra parte, la acción en sí, el aspecto narrativo, es atractivo y atrapante: una sucesión de clímax y anticlímax esporádicos que aceleran de la mitad hacia el final y que mezclan varias tramas de formas insospechadas, a lo que contribuye cierto surrealismo reconocido y reconocible en, por ejemplo, las figuras de los rehechos o en, una de mis favoritas, las Tejedoras, "gigantescas arañas multidimensionales" (esto pone en el artículo de la Wikipedia sobre el Bas-Lag), o la embajada del Infierno en la ciudad.
Una fantasía de este calibre para mí se encuentra a la altura de La historia interminable o El señor de los Anillos, más cercana al primero, sin ser tan blanca, que al segundo. Repito que me parece destacable que alguien escriba fantasía pasando de Tolkien, que bastantes imitadores tiene ya.
Se suele etiquetar este libro y los de este tipo como "steampunk": toques victorianos, magia, oscuridad, poderes, barroquismo, preciosismo en la maquinaria, etc. Bueno, etiquetas.

Miéville, China, La cicatriz, ed. La Factoría de Ideas, Madrid, 2002. Trad. Manuel Mata Álvarez-Santullano.
The Scar, 2002.

Se alude a los hechos de la novela anterior como sucedidos hace tiempo, pero no aparecen los mismos personajes ni siquiera el mismo lugar: se pueden leer por separado, aunque es mejor respetar el orden para que la inmersión en el peculiar universo narrativo sea más completa.
La protagonista, la lingüista Bellis Gelvino, realiza un viaje por mar cuando el barco en el que viaja de vuelta a Nueva Crobuzón es secuestrado por unos piratas que lo llevan a la ciudad flotante de Armada, compuesta de barcos. El escenario cambia, ya que aparecen las islas de los Anophelii, el Océano Hinchado, la alucinante ciudad submarina de Salkrikaltor, la cicatriz del título, etc.
A mí me gustó más que el anterior; está mejor, lo cual tiene mucho mérito en una (cuasi)continuación. La acción es trepidante, con sus remansos; las criaturas, más inquietantes aún (aparece un vampiro amable; los odiosos grindylow; los anophelii); la magia es original y se mezcla con, sorprendentemente, trazas de novela de espionaje (el pasaje de la fábrica de brújulas) y extraños ritos y figuritas que recuerdan, vagamente, al Lovecraft de Cthulhu... Las descripciones y la acción de algunas partes quitan el aliento y el final es, literalmente, alucinante (delirante, onírico, irreal). Desde luego, con este libro se puso el listón muy alto.
Actualmente es inencontrable, ya que no se ha reeditado desde su primera edición, que se liquidó a 5 euros hace unos años. La editorial esta sigue unas líneas un tanto erráticas: si te gusta un libro suyo, conviene adquirirlo cuanto antes o esperar que lo liquiden, pero sin demorarse mucho porque te quedas sin él.
La ilustración de cubierta, de Edward Miller, es tan bella que merecería la pena tener el libro solo por verla.

Miéville, China, El Consejo de Hierro, ed. La Factoría de Ideas, Madrid, 2005. Trad. Manuel Mata Álvarez-Santullano.
Iron Council, 2004.

De las tres novelas del universo del Bas-Lag, es la más floja y aburrida. Dedica muchas líneas a la exposición de ideas políticas de tipo comunista. Nada que objetar en lo político, pero en una novela fantástica, estas ideas resultan chirriantes o, mejor dicho, resulta chirriante que no estén especialmente conectadas con la historia. Desde el punto de vista fantástico, lo más interesante son las aproximaciones de los del tren a la Mancha Cacotópica resultante de la Torsión en esa zona, donde "el espacio y el tiempo están enfermos". Aparece la magia de los gólems y, por otra parte, es muy interesante el desarrollo de la guerra fría entre Nueva Crobuzón y Tesh, guerra en la que esta última ciudad estado lanza terribles ataques taumatúrgicos contra sus enemigos.
El resto, ya digo, es un tanto banal y tedioso. No conviene comenzar a leer a Miéville por esta novela, o se corre el riesgo de no leer ninguna más. Cuesta llegar a la última de sus 428 páginas, aunque de momento no llegará nadie hasta que no lo reediten.
Un asunto algo espinoso es que, como diré más abajo al comentar La ciudad y la ciudad, el autor se "olvida" de agradecer a otros escritores sus contribuciones o aportaciones. Es decir, en una novela de 1974 titulada Un mundo invertido (Inverted World), de Christopher Priest, que comento en otro lugar, la localización principal es una ciudad rodante que avanza sobre unas vías que se van desmontando por detrás y colocando por delante. O sea, justo como El Consejo de Hierro. Mucha casualidad, ¿no?


Miéville, China, La ciudad y la ciudad, ed. La Factoría de Ideas, Madrid, 2012. Trad. Silvia Schettin Pérez.
The City & the City, 2009.

Como es habitual en los libros de autores ingleses y estadounidenses, al comienzo  de este se incluye una página de agradecimientos donde Miéville dice sentirse en deuda con, entre otros, los escritores Chandler, Kafka, Kubin, Morris y Schulz. Vale. ¿Dónde cita la deuda contraída con Jack Vance? Porque resulta que el planteamiento de la novela es casi exactamente igual que el del cuento de Vance Ulan Dhor, del libro La Tierra moribunda, 1950, que fue publicado por Ultramar en España en 1986.
Según avanzaba en la novela, sentía una fuerte impresión de déjà vu, de estar leyendo una ampliación del cuento de Vance, hasta el punto de que me costaba centrarme en la historia de Miéville. No contribuye a despejar ambigüedades el hecho de que una de las ciudades se llame Ul Qoma, nombre muy parecido al del héroe de Vance Ulan Dhor, ni que en el subsuelo de Ul Qoma aparezcan extraños artefactos parte de una maquinaria de los antiguos pobladores de la ciudad, mientras que en el cuento Ulan Dhor los habitantes de Ampridatvir viven sobre una inmensa maquinaria que espera despertar. Los habitantes del cuento de Vance se dividen en los Verdes y los Grises, y no se ven unos a otros: se ignoran profundamente a causa de los colores de su ropa. Esta selección cromática es constante en la obra de Miéville. Leemos en la página 120 de Vance: "Los verdes se detenían junto a tenderetes pintados de verde [...] Vio dos grupos de chiquillos [...] jugando a diez pasos de distancia, sin dirigirse los unos a los otros ni la más leve ojeada". En la página 195 del libro de Miéville leemos: "Hay lugares [...] donde los niños ulqomnos y los niños beszelíes trepan cada uno a un lado del otro y obedecen las instrucciones susurradas de sus respectivos padres para que se desvean". Bueno, hay bastantes más concomitancias. ¿Qué dice China de esto? En una entrevista para un blog en inglés que parece ser de arquitectura, BLDGBLOG, dice que hay analogías de ciudades divididas en el mundo real y que C. J. Cherryh escribió un libro con una ciudad dividida al igual que, en cierto modo, hizo Jack Vance. En otra entrevista que reproducen varios blogs en inglés, dice que le gusta el ciclo de La Tierra Moribunda (Dying Earth) de Vance. Bueno. Yo creo que debería reconocer y aclarar la inmensa inspiración que ha recibido de este autor, que es evidente para cualquiera que lea ambos libros.
Y centrándonos en La ciudad y la ciudad, hay que decir que es una narración que, como las ciudades de Ul Qoma y Beszél, está tramada entre fantasía y novela negra, lo cual la hace muy atractiva por su indefinición: no se sabe de qué lado va a caer finalmente. Creo que este es el mayor acierto de la novela. Se lee muy rápido y es apasionante, si bien algunos aspectos no convencen del todo: la Brecha, si es lo que se dice en la página 246 (no voy a desvelar nada para el que no lo haya leído), no cuadra con que sea algo que hace desaparecer para siempre a los que atrapa, y como esto algo más: el fondo ese de la división tan rígida pero tan quebrantable es bastante inverosímil, pero ya digo que atrapa irremisiblemente al lector.
Esta es su última novela publicada en España, pero es de 2009 y desde entonces ha publicado en inglés al menos otras dos: Embassytown, de ciencia ficción, y Railsea. Ojalá vean pronto la luz en el mundo hispano, así como algunas antiguas inéditas por aquí, como Kraken. Es un gran escritor que todo lector de ficción debe conocer.

Miéville, China, Kraken, ed. La Factoría de Ideas, Madrid, 2013. Trad. Beatriz Ruiz Jara.
Kraken, 2010.

Aunque su arranque -el robo de un calamar gigante del museo de Historia Natural de Londres con la consiguiente llamada a la policía- podria hacer suponer que nos encontramos ante una novela realista, pronto queda claro que no es así. Los elementos mágicos irrumpen con fuerza desdibujando una ciudad más o menos normal para dar paso a una gigante colmena de cultos esotéricos plagada de fenómenos paranormales.
La inspiración del fondo del relato: la ciudad de Londres considerada como objeto de culto, parece haber surgido de los párrafos iniciales del capítulo 13 de la novela  Howards End (1910), de E. M. Forster. En estos magistrales párrafos (es difícil encontrar párrafos que no lo sean en Forster), leemos: "Londres podría ser la cuna de una nueva religión; no la religión decorosa de los teólogos, sino una religión antropomórfica y cruda". Antes dijo: "Ya no está de moda hablar mal de Londres [...]. Londres fascina. Su imagen es la imagen de un cuerpo gris y palpitante, de una inteligencia sin objeto, de una excitación sin amor; un espíritu que cambia sin dar tiempo a que se escriba su crónica; un corazón que late sin pulsación humana, más allá de cualquier otra cosa". Recuérdese lo que he subrayado cuando se lea el final de Kraken.
Como es habitual en Miéville, dos tramas entrelazadas se superponen desde el principio alternándose, cruzándose, encontrándose y desviándose: la búsqueda del calamar gigante, considerado un dios por una de las sectas londinenses (los teuthis o "krakis"), y la indagación de las causas del robo, sin sentido aparente, llevada a cabo por varias facciones que a veces se ayudan y a veces se estorban entre sí. Están los buenos: Billy Harrow con los teuthis y la policía, sin actuar juntos; y los malos: los demoniacos Goss y Subby y la despiadada banda del Tatuaje. Paralelamente, la inocente Marge, novia de Leon, asesinado en el capítulo 9 por Goss y Subby, emprende la peligrosa búsqueda de su novio primero y la venganza después por un camino que la llevará a recorrer cultos y  extrañas embajadas: la del mar. Esto recuerda la embajada del Infierno de La estación de la calle Perdido. Otra imagen original de Miéville, retomada de El Rey Rata, es la chica pegada a unos auriculares. En este caso, Marge adquiere un viejo iPod con un genio que se alimenta de música, un "guardacorde". Si va escuchándolo cuando haya problemas, correrá menos peligro. El genio funciona mejor con unas canciones y grupos que con otros. Miéville los detalla en una simbiosis increíble de magia, peligro, talismán y música pop que resulta sencillamente genial. El capítulo donde Margie compra el iPod, el 59, es asimismo profético. Su autor va dando pistas de cuál será el final sin que por ello deje de sorprendernos cuando llega.
La novela es trepidante desde el principio. Miéville sitúa como protagonista a un joven ignorante alrededor del cual se va desarrollando un fantasmal y brutal entramado que lo anonada a él a la vez que a nosotros, logrando nuestra empatía completa de lectores. Los impactos iniciales no decaen y la novela alterna descubrimientos, tramas, personajes, acciones, persecuciones, escapadas, violencia, suposiciones, revelaciones, pistas, falsas pistas, apariciones y magia a un ritmo creciente que alcanza cotas verdaderamente delirantes que impedirá al lector cerrar el libro. En ese sentido, más allá de que suscite profundas reflexiones, el libro es una obra maestra en su género. Es alucinante.
Por ponerle una pega, creo que merecida, es una obra cuyo único espacio es Londres: sus calles, arrabales, suburbios, lugares secretos... Quizá la nota de amor a la ciudad es muy subida. No conozco Londres, pero dudo que sea el cielo en la tierra, y tanta alabanza huele a chovinismo: "El puto Soho estaba de lo más encantador esa noche [...]. Marge jugaba con sus amigos y, simplemente, estaba en Londres". Suficiente para ser feliz. Hacia el final del libro cobrarán mucho protagonismo los "londromantes", consagrados a la adoración de su ciudad. Es parte de la ficción, pero tanto caerse la baba es chovinismo, o quizá interés político, además de que al autor le guste su ciudad, claro; pero es exagerado. De todos modos, la novela es apabullante; atrapa sin remisión a quien la empiece. Chapó.

Miéville, China, Embassytown. La ciudad Embajada, ed. Fantascy, Barcelona, 2013. Trad. Gemma Rovira.
Embassytown, 2011.

Por alguna razón, las pocas veces que se ha producido la unión de lingüística y ciencia ficción no ha dado buenos frutos. Seguramente, porque como dijo Chomsky, si un extraterrestre observara las lenguas humanas, llegaría a la conclusión de que todos hablamos la misma con ligeras variantes. O sea, que no podemos trascender nuestra capacidad lingüística ni, por tanto, imaginar algo que se salga de los modelos ostensión-inferencia y codificación-descodificación. Tampoco funciona lo de relacionar fonemas y psicología, algo que parece gustar a autores anglosajones (Jack Vance, Tolkien, Lovecraft, por citar algunos).
China intenta, en su primer libro de ciencia ficción, imaginar este imposible concibiendo unos extraterrestres cuyo lenguaje no cumple las características humanas de inmotivación o arbitrariedad de la palabra respecto a su concepto. La relación entre palabras y "cosas" es sumamente compleja, y es un motivo de estudio clásico de la filosofía y la lingüística que, en cierto sentido, quedó ya zanjado por Saussure en su Curso, por no hablar de Aristóteles ("las palabras habladas son símbolos"). Saltarse este principio para terminar cayendo en él es querer reinventar la rueda, y es la sensación que da cuando se termina de leer este libro. El motor de la acción es la alteración que supone en los extraterrestres escuchar su lengua de boca de unos peculiares humanos (la lengua de los Anfitriones, los "Ariekei", solo es entendida por ellos si es emitida por dos hablantes simultáneamente). Estos embajadores producen en los alienígenas un éxtasis comparable al de la droga que les induce a cometer actos violentos. La solución final vendrá por el descubrimiento de que los alienígenas son capaces, si se esfuerzan, en comprender y emitir palabras no motivadas por sus conceptos o referentes. Lo dicho: volvemos a la rueda. Además, el tema lingüístico es arduo y, aunque pueda parecerlo, se presta poco a la fabulación. Yo mismo, que por trabajo, estudio y placer leo mucho sobre lingüística, encontré la novela poco interesante y pesada. Seguro que alguien con menos interés en la materia la puede encontrar peor aún. La lingüística, por cierto, ya la introdujo Miéville con mayor éxito en otra de sus novelas: La Cicatriz, cuya protagonista es intérprete.
Mejor hubiera sido, en mi opinión, que explotara otros hallazgos como los de la cohabitación planetaria entre varias razas inteligentes, la fabricación de objetos semivivos o la exploración espacial tan original que plantea (el "ínmer"). Pero incluso para esta forma de recorrer el espacio recurre a términos lingüísticos sausserianos: "Este espacio donde vivimos [...] es la langue de la que nuestra realidad es una parole" (p. 48). El Curso de Saussure es un monumento, de acuerdo, aunque debemos reconocer que no vale para todo. Estos hallazgos, decía, lo mejor, aparecen como telón de fondo de una confusa historia sobre drogas lingüísticas, planes políticos de alto nivel y guerras absurdas.
Si por algo destaca la novela es por su atrevimiento; también es reseñable la gracia de la voz narradora, la de la protagonista, la inmersora Avvie; aunque visto de otra forma, la primera persona en una novela de este tipo, no centrada en lo psicológico o vivencial también puede verse como una limitación autoimpuesta por torpeza, un lastre más.

Miéville, China, Un Lun Dun, ed. Oz, Barcelona, 2015. Trad. Gema Facal y Joan Eloi Roca.
Un Lun Dun, 2007. 

Se supone que esta novela se dirige a un público adolescente, juvenil, aunque más allá de que la protagonice una quinceañera, puede leerse como cualquier otra de su autor; no es infantil ni facilona, en absoluto.
El relato está plagado de juegos literarios y metaliterarios, con referencias claras a la Alicia de Carroll y a otras obras. Seguramente, el argumento principal del libro se basa en el diálogo que mantiene Alicia con la oruga en la película de Walt (comentaré algo sobre esto al final).
El argumento es el siguiente: Zanna y Deeba, dos amigas de colegio y barrio, se encuentran, tras una serie de hechos raros (los animales las miran; gente que no conocen saluda a Zanna) persiguiendo a un paraguas roto por las calles de su barrio. Lo siguen hasta un sótano donde, tras dar vueltas a una especie de rueda/manivela, se encuentran en otra ciudad gemela de Londres: Alondres (la recreación del arranque de Alicia está clara). Allí el sol es el "asol", la luna es "muna", la basura está viva, etc. En Alondres, Zanna es saludada como la "Shuasí": la choisi en francés: la elegida. Se supone que es quien salvará la ciudad del ataque del terrible Esmog: una nube de sucio humo negro que se alimenta de fuego. Zanna, que realmente no hace gran cosa, encontrará un valiosísimo aliado en su lucha: Rotanrol, el Pasagüísimo, señor de los pasaguas: los paraguas rotos. Tras un ataque del Esmog a Zanna, no previsto por el Libro parlante, repleto de profecías fallidas y datos poco útiles, las amigas regresan a Londres a tiempo para evitar que el peligroso "efecto flema" haga que las olviden del todo sus familias y amigos. Ahí podría terminar el libro, cuando llevamos un tercio de la novela, entre los capítulos 30 y 33. Sería una novelita corta original, algo coja pero válida. Sin embargo, en un sorprendente giro que arrastrará otros cambios imprevistos y cada vez más y más sorprendentes y difíciles, el autor se supera a sí mismo arrancando la verdadera novela que llevaba dentro y que nos sumergirá en un mundo de bibliotecas interconectadas por kilómetros de abismos de repisas repletas de libros (la Fosa Recogepalabras); de barrios totalmente habitados por fantasmas (Espectralia) muy eficaces con la burocracia; de peligrosas jirafas carnívoras; huidas desesperadas; casas convertidas en junglas mortales; palabras que cobran vida; catedrales ocupadas por Viudanas Negras  (escalofriantes arañas gigantes que transportan ventanas a otros mundos, recuerdo de las Tejedoras de La estación de la calle Perdido), armas delirantes, capturas, escapadas, planes, traiciones, muertes, encuentros, desencuentros, apariciones y desapariciones... Personajes como los rehechos, cartones de leche animados (la mascota Cuajo), los binjas (cubos de basura luchadores como el de la portada), buzos misteriosos (Skool), animales de todo tipo, fantasmas, semifantasmas... lo más exótico aquí puede que sea la ministra de medio ambiente (Elizabeth Rewley). La variedad y suspense de las situaciones y personajes deja sin aliento. Es increíble cómo se suceden las maravillas a un ritmo frenético en una lectura a varios niveles: la historia, las referencias, la novela de género y la huida de los tópicos genéricos.
Miéville evita específicamente caer en tópicos fantásticos, a veces negándolos sin más (los gatos son, precisamente, los animales que menos interés tienen en el viaje entre dos mundos), otras veces parodiándolos (la protagonista, que finalmente será Deeba y no Zanna, es la "deselegida"; debería pasar por las típicas pruebas heroicas ("-¿Qué se supone que tenía que hacer? [...]. -Bueno... -dijo el libro-. Era lo típico de una elegida. Siete pruebas y en cada una recogería uno de los antiguos tesoros de Alondres. Al final, conseguiría el arma más poderosa de toda la aburbe", p.225). El Libro parlante se equivoca...
La referencia más reconocible es, decía, Alicia, de Carroll. Miéville recrea versionándolo el célebre diálogo entre Alicia y Humpty-Dumpty, el que reproduzco en la entrada que le dedico. En realidad, lo que hace es fusionar este diálogo con el que mantiene la Alicia de Walt Disney con la oruga subida en la seta; la oruga cuyos aros de humo se van enredando alredeor de Alicia y flotando. Parece que todo el libro se basa en estas imágenes, de hecho. Miéville cita otros autores. A la mayoría no los conozco. No cita, sin embargo, a Mario Levrero. No sé si lo habrá leído, pero a mí me parece que el episodio de la casa bosque está claramente inspirado en el cuento La casa abandonada. Algo en la disposición de Un Lun Dun me recuerda también a Caza de conejos (la estructura en prólogo, 99 capítulos y epílogo), además de cierto surrealismo reconocidamente daliniano. Otras referencias, indirectas, que encuentro son a Terry Pratchett (el humor fantástico recuerda al de Mundodisco) y una graciosa alusión a Ron (p. 223), de Harry Potter, como el típico acompañante gracioso del héroe (¿pullita a J. K. Rowling?).
La novela es magnífica, eletrizante; el mejor Miéville. Es un placer leerla de cabo a rabo.





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