jueves, 8 de noviembre de 2012

Clive Barker. Novelas

Aunque Clive Barker, escritor inglés residente en Estados Unidos, es conocido sobre todo por sus cuentos, desgraciadamente aún no voy a hablar de ellos. Digo desgraciadamente porque son magníficos. No voy a hablar de ellos porque solo he leído dos tomos de los cuatro o cinco que tiene publicados en España y uno de ellos lo leí hace tantos años que no lo recuerdo bien.
Escribe relatos a medio camino del terror y la fantasía, predominando uno u otro en cuentos y novelas o manteniendo un conseguido equilibrio. Su fantasía, en todo caso, nunca es muy blanca, si bien yo creo que le gusta más esta que el terror y a ella dedica sus páginas más inolvidables. 
Por lo que he leído en sus libros, pienso que su tema favorito, su constante leit motiv, es el descubrimiento de un mundo de maravilla y magia detrás del oridinario al que solo se puede acceder muy costosamente y a través de severos sacrificios personales que algunos de sus personajes están dispuestos a realizar y otros no, pero se ven arrastrados a ese mundo extraño con sus leyes y todo lo que el cambio conlleva, sean metamorfosis permanentes o transitorias, pérdidas irreparables, imposibilidad de vuelta, incapacidad de readaptación, etcétera. También se da el happy end, no nos alarmemos. Pero ya digo que no es un escritor "para todos los públicos".
En cuanto a la calidad narrativa, sus novelas no conocen término medio: son muy buenas o malas. De las malas alguna se salva por las ideas, por el contenido, no por la forma. Otras, ni eso. Y las buenas, son excelentes, a la altura de sus cuentos. Vamos por orden.


Barker, Clive, El juego de las maldiciones, ed. La Factoría de Ideas, Madrid, 2010. Trad. Juan José Llanos Collado.
The Damnation Game, 1985.

Aún no apunta los temas que luego veremos en su obra, pero sí se aprecia la fuerte originalidad de su terror. A los personajes los mueve la codicia de algún tipo; en esto no es original ni, seguramente, se puede serlo; pero los distingue de otros personajes más, digamos, estándar, el que estos tienen un fondo de insatisfacción no económica, afectiva o sexual, sino intelectual, por la que están dispuestos a llevar una vida de privaciones a cambio de escasos momentos de placer o del contacto efímero con el objeto de sus esfuerzos, que puede ser la demostración de una teoría o el desarrollo de un pensamiento o el descubrimiento de que, efectivamente, hay algo más allá de lo visible. En esto es un autor, además en casi todos sus relatos, muy fáustico.
El terror de esta novela se desarrolla a brochazos gruesos más bien gore: hay mutilaciones, canibalismo, podedumbre (mucha) y, en un plano más sutil pero no menos terrible, vacío existencial y sufrimiento de seres inocentes (cachorros, niños). El trazo realista es de lo mejor: Barker no tendría precio como escritor realista. Sus personajes, dejando de lado las transformaciones que sufren, son tan absolutamente normales, tan conseguidos, que uno piensa que podrían ser los vecinos de la puerta de al lado o, por momentos, uno mismo.
En esta novela la balanza cae más del lado del terror y menos del de la fantasía, por lo que la recomiendo más a los que gusten de ese género. 
Afortunadamente, y contra lo que suele suceder, después de muchos años descatalogada e inencontrable, la han reeditado no solo en edición cara, sino también en bolsillo. Una buena noticia editorial, por fin.


Barker, Clive, Sortilegio, ed. Plaza y Janés, Barcelona, 1988. Trad. Roger Vázquez de Parga.
Weaveworld, 1987.

Sin duda, la mejor novela de Barker. Para mí, es su obra maestra y merece un puesto de honor no solo en su blibliografía particular, sino en la de la literatura fantástica.
Además de un impresionante despliegue de imaginación, la historia se encuentra sólidamente construida, prueba de que, si se toma su tiempo, cosa que no hizo con Cabal ni otras, el autor descuella muy por encima de otros escritores y otros productos. Como muestra, y sin desvelar nada, reproduzco el principio y el final:
Nada empieza nunca.
No hay un primer momento: no hay una única palabra o lugar de los cuales esta historia o cualquier otra brote.
Las últimas palabras de la novela, tras un espectacular y bello desenlace, son:
Porque nada empieza nuca.
Y esta historia, al no tener comienzo, no tendrá final.
Señalo esto como detalle de la preocupación por la estructura, la trama, en este caso de configuración cíclica. Entre medias, toda una historia de unos mundos encerrados en otros, en objetos cotidianos (una alfombra, un libro) y de unos personajes inolvidables, humanos (Cucos), con poderes mágicos (Videntes) y de otras especies (¿ángeles?).
La eterna lucha del bien y el mal, encarnada por personajes bondadosos y pérfidos, no es tan maniquea como cabría suponer: muestran sus claroscuros y medias tintas unos y otros. Se dan malos entrañables (Hobart) y buenos con egoísmos, dudas y fisuras (Apolline, por ejemplo) completados por una pléyade de secundarios tan vivos como ellos.
Los libros, partes, capítulos y apartados se sucenden en una lograda alternancia de cambios espaciotemporales y, sobre todo, de tempos, al modo musical: de Lento a Vivace, podríamos decir: momentos de máxima tensión repletos de acontecimientos enmarcados por remansos de extática paz o tensa calma. La lectura es trempidante y de este libro sí se puede decir eso tan publicitario de que se cierra con pesar o que cualquier cosa que leas después parecerá mala por comparación. No se entiende (yo, al menos) por esto mismo que no se haya reeditado desde 1987 o poco después. Se trata de ediciones hoy caras y difíciles de comprar. Mal destino para la mejor obra de Barker, que posee todas las cualidades para ser un best seller de altísima calidad.


Barker, Clive, Cabal. Razas de noche, ed. La Factoría de Ideas, Madrid, 2010. Trad. María Sánchez Salvador.
Cabal, 1988.

Parecerá que abogo por la coarción intelectual al decirlo, pero a mí me parece que algún editor, el que le publicó la novela o cuento o lo que sea esto en origen, debería haber hablado muy seriamente con Barker para que puliera lo que no pasa de ser un bruto, un  esbozo. Promete ser una obra magna y, de hecho, por internet y en las diversas publicidades del libro y la película, no se cansan de repetir (los interesados en obtener beneficios, claro) que es la novela de una peli de culto y que cuenta con miles de seguidores y patatín patatán. Vale. Pero al libro le faltan unos cuantos repasos para que no sea un diamante en bruto confundible con un pedrusco. La idea es buena, pero la forma... Hay redacciones escolares mejor escritas. Las razas de noche aparecen y viven bajo un cementerio. Punto. No esperes más. La novia del prota toma decisiones arriesgadas a partir de unos pensamientos que caben en un sello de correos y cuya profundidad es comparable a la de una palangana. El psicópata sí está más conseguido, pero seguramente sea porque su misma rareza, la de asesino en serie poseído por una personalidad alternativa somatizada o simbolizada en una burda careta (la que se ve en la portada, más o menos) lo aleja del lector corriente. En fin. ¿Merece la pena leerse? Sí, pero puede decepcionar. Se atisba lo que pretende, pero le faltó al escribirlo no sé si experiencia, trabajo, tiempo, ganas o motivación. Algo le falta, y creo que una nueva edición del autor "corregida y ampliada", como se dice en los manuales de texto, no le vendría mal. Encima, no está en bolsillo.


Barker, Clive, El gran espectáculo secreto, ed. La Factoría de Ideas, Madrid, 2012. Trad. Raúl García Campos.
The Great and Secret Show, 1989.

Transcurridos más de diez años desde que la publicara Plaza y Janés, por fin se ha reeditado esta segunda gran novela de Barker. Es la más importante después de Sortilegio y mantiene algunos puntos en común con aquella, como la fantasía oculta tras la realidad (ese es "el gran espectáculo secreto" del título, el del mundo de los sueños y las fantasías). En este caso no es una tierra lo que hay más allá, sino un mar: Quididad, maravilloso lugar que los seres humanos visitan muy pocas veces en la vida. Randolph Jaffe lo quiere visitar más veces, y para ello hará lo que sea: es el motor de su existencia, su obsesión. En la búsqueda de la consecución de su deseo arrastrará a unos cuantos personajes memorables algunos de los cuales parecen extraídos de sus cuentos, y estoy pensando concretamente en el de La últma ilusión, de los Libros de Sangre 4 (Sangre 2 en mi antigua edición de la editorial Martínez Roca).
La forma esta vez no desmerece de la historia, y se encuentra hábilmente tramada en una red de personajes interrelacionados, causas y efectos no siempre evidentes que se irán conociendo poco a poco y que arrojarán luz sobre nuevos hechos y personajes inquietantes como el extraño y ambiguo Kissoon atrapado en su bucle temporal cercano al pueblo-decorado del desierto (recuerda mucho a la ciudad semivacía del relato En persona, también de los Libros de Sangre 4). El tempo está tan medido como en una sinfonía: momentos para cada uno de los personajes, revelaciones trascendentes, amor, sexo, lucha, pasión, intriga, odios, etc. que se irán entrelazando en complejos cuadros cambiantes. La parte realista se presenta con tal verosimilitud que parece que asistimos a un documental sobre la historia de una comunidad real estadounidense en Palomo Grove, de la cual se narra desde sus orígenes hasta su hundimiento. Aquí se dan cotilleos, voyeurismo, rivalidad de clases sociales, simpatías y antipatías, escándalos y vida de puertas para afuera y de puertas para adentro. De esta última, por cierto, me llamó la atención, como en El juego de las maldiciones, la cantidad de tiempo que pasa la gente en casa sin hacer nada o viendo la tele. Resulta raro y también difícil introducir esta nota en una novela, por muy corriente que sea esto en la vida diaria, y Barker lo borda.
La novela culmina con una extensa incursión en el mundo de la fantasía y un apabullante clímax con potencial destrucción del mundo entero, incluido sorprendente giro final con raíces históricas que se anunció antes en forma de enigma: ¿qué es Trinidad?
Si no se lee de un tirón es por sus 470 páginas de apretada letra de las que ninguna aburre o decepciona.


Barker, Clive, Hellraiser, ed. La Factoría de Ideas, Madrid, 2008. Trad. Marta García Martínez.
The Hellbound Heart, 1991.

El otro mundo, al que se accede a través de sacrificios severísimos, ocupa el centro de esta corta novela. Se inicia ex abrupto con un diálogo entre el aburrido y desencantado de la vida Frank y "la cosa" que le va a proporcionar el pase a lo diferente, previamente invocada por la abertura de una caja-puzzle antigua. El mundo extraño no se describe y solo Frank da algunos apuntes. En resumen, Frank trata de escapar de la dimensión a la que ha ido a parar para volver a la nuestra, y para ello necesita algunos sacrificios ajenos, esta vez involuntarios, y alguien que le ayude a dar el paso.
La verdad es que la novela no está mal. Me la esperaba peor por lo que había oído de la película, que no llegué a ver entera porque no me gustan las de ese género. Me temía que fuera a ser un libro más terrorífico, pero no lo es, o, al menos, el horror pasa por el tamiz de lo fantástico y es, a la vez, bastante humano y familiar (la cosa va de hermanos y cuñadas). El relato, que podría ser un cuento largo, se lee con interés y contiene buena parte de las recurrencias de Barker, algo de sexo añadido. Este es truculento, quizá reflejo de la tumultuosa vida sentimental del autor.
La portada es tan horrorosa que aunque el libro no fuera tan corto como es, se leería rápido para dejar de verla. Eso sí, es uno de los tres libros del autor que actualmente se pueden comprar de bolsillo, una buena noticia para lectores compulsivos.


Barker, Clive, Imajica: El Quinto Dominio / Imajica: La Reconcialición, ed. La Factoría de Ideas, Madrid, 2006. Trad. Ana Isabel Domínguez.
Imajica: Book I: The Fifth Dominion / Imajica: Book II: The Reconciliation, 1991.

Puf. Decir que son malos es quedarse muy corto. Para alguien que sigue fielmente a este autor desde que lo descubrió en el 91, que ha perseguido la pista de sus libros descatalogados infatigablemente y que cuando se entera de que ha salido una nueva novela corre a comprarla pese al precio de los dos volúmenes (caros), supone una decepción enorme y profunda encontrarse con esto entre las manos y no saber por dónde cogerlo. Después de finalizar un tomo a trancas y barrancas, encontré que el segundo seguía igual y tuve que abandonar su lectura cuando me quedaban no sé si como 50 o 100 páginas para acabarlo. Pero es que da igual, porque la historia (¿hay historia?) no avanza; los personajes (¿quiénes eran?) no aportan nada, la fantasía es escasa y ramplona; de la acción (¿hacia dónde iba y de dónde venía?) no recuerdo una sola palabra. Es que nada se salva. Es un rollazo que no merece la pena leer ni regalado. Horroroso. La decepción que deja es profunda y, si a alguien le ha gustado, que lo exprese, porque no he leído ni una crítica buena por ahí. Bueno, sí, pero pocas, breves y no entusiastas, desde luego. Es una novela mala hasta decir basta.


Barker, Clive, El ladrón de días, ed. Grijalbo, Barcelona, 1993. Trad. Enric Canals.
The Thief of Always, 1992.

Aunque inencontrable ya en papel, existe por la web, y merece la pena leerse, ya que el Barker para niños no pierde carga. Se aprecia el esfuerzo por domar el caballo de la imaginación furiosa y negra que podría haberle llevado a escenas bastante fuertes de haber sido dirigidas al lector adulto.
La historia del niño aburrido al que embaucan para ir a un lugar de  continua diversión donde siempre pueda hacer lo que quiera no es superoriginal, pero tampoco está demasiado vista. Recuerda al entrañable clásico italiano Pinocho, de Carlo Collodi, cuya lectura recomiendo por no ser exactamente, ni siquiera aproximadamente, como la película de Disney. Más recientemente, viene a la memoria Coraline, de Neil Gaiman, y esta vez (no como con Miéville y Vance), parece que no soy el único que ve muchas concomitancias. Se recoge algo en algún foro y en estas preguntas a Gaiman (en inglés, me temo). Él dice, si no lo entiendo mal (el inglés, otra vez) que cuando ya estaba a medio escribir Coraline, leyó la contraportada de El ladrón de días, y nada más, y que años más tarde leyó la novela y no se parece tanto a su libro como se temía. Bueno. Habrá que creerselo (yo no me lo creo).
El libro, si bien dulcificado y con final feliz, contiene escenas bastante terroríficas más en su potencial que en su plasmación. Son muy evocadoras las imágenes de una sucesión de días donde siempre es primaveral la mañana, estival la tarde, anochecer de Halloween y navideña la noche. El escenario lo forman jardines engañosos que contienen peligrosos lagos, una casa encantada que alberga un tétrico ático y un oscuro sótano. Hay personajes escondidos y ambiguos, gatos que encuentran los caminos secretos (¿seguro que no se asomó por ahí Coraline?) y magia. Todo ello rodeando seres puros e inocentes: los niños.
Es un libro fantástico original y entretenido que se lee de un tirón y al que decoran atinadas ilustraciones que creo que son del mismo Barker, que también es dibujante.


Barker, Clive, Demonio de libro, ed. La Factoría de Ideas, Madrid, 2009. Trad. María Sánchez Salvador.
Mr. B. Gone, 2007.

Aunque he escrito que no conoce término medio y que sus novelas son buenas o malas, esta parece ser mediana: no es mala pero tampoco es una novela memorable, la verdad.
Por motivos que se aclararán al final de la novela, un demonio se ve atrapado en el libro que leemos, en el cual él mismo cuenta sus hazañas, en primera persona, desde que lo pescan, literalmente, del noveno círculo del Infierno hasta mediados del siglo XV. El demonio apela al lector de una forma cansina y poco convincente en fragmentos cortos que alternan con el relato de sus correrías en compañía de otro demonio: Quitoon. Lo que hacen juntos es dedicarse a matar a quien quieren y poco más. Al final hay un encuentro de la fantasía con la historia y el señor B. (Botch, el demonio) paga el pato de su curiosidad.
Me recordó a un entrañable libro que tenía olvidado y que ahora tal vez relea: No soy un libro, de José María Merino. El juego tipográfico, por lo menos, era más divertido.
Este (vuelvo al de Barker) se deja leer sin mayor trascencencia. Ya digo que es más bien mediocre, si bien entretiene y, además, se ha publicado también en bolsillo.
Parece ser que en breve van a publicar Everville, la segunda parte de El gran espectáculo secreto. Habrá que ver cómo prosigue. Para mí, se cierra perfectamente, pero bueno. Siempre es un placer leer a Barker. Ya comentaré sus cuentos.

Barker, Clive, Abarat, ed. Oz, Barcelona, 2015. Trad. Vicky Vázquez
Abarat, 2002.

Es la primera novela de una serie que en inglés lleva ya tres volúmenes publicados. Yo no lo sabía, entre otras cosas porque la editorial no se ha "molestado" en informar de ello. Hay que tenerlo en cuenta porque, claro, la obra no termina. La historia de Candy Quackenbush, joven de la ciudad de Chickentown, inventada en Minnesota, Estados Unidos, no hace más que empezar. La chica, aburrida de tanta mediocridad y de los ataques de su profesora y compañeros de clase, se escapa del colegio para encontrar en medio de la nada un extraño faro de madera, un personaje con varias cabezas y una especie de ogro horrible que lo persigue. Candy desencadenará un mecanismo mágico (tema habitual en Barker) que hará que nuestro mundo y el de Abarat, archipiélago de veinticinco islas, conecten. De nuevo, el mar de la fantasía, como en El gran espectáculo secreto.
En el nuevo mundo, repleto de extraños seres, fauna y flora pecualiares, además de magia, Candy no pasará desapercibida: pronto la buscan los malos malísimos y pronto también encuentra ayudas inesperadas.
La imaginación de Barker es portentosa y su dominio del ritmo narrativo también. A través de una serie de persecuciones, huidas, entregas, pérdidas, caídas, reencuentros, búsquedas, descubrimientos y revelaciones, el autor nos introduce en el maravilloso mundo de las islas del reino mágico de Abarat. La lectura llega a poseer un interés vertiginoso: volvemos a leer al mejor Barker, sea para niños o no (la obra no es especialmente infantil). Pero, como decía, no termina. Nos quedamos con la miel en los labios. ¿Sacará esta editorial las otras dos partes de la obra existentes hasta el momento? Esperemos, y esperemos que no tarde mucho en hacerlo.


martes, 2 de octubre de 2012

Bruce Sterling (II)

(Ver también Bruce Sterling I)
Sterling, Bruce, Islas en la red, ed. Destino, Barcelona, 1990. Trad. Domingo Santos.
Islands in the Net, 1988.

A la pacificación total del mundo contrinbuyen conglomerados empresariales como Rizome. Estas empresas son algo más que zaibatsus a la japonesa (aparece el término en el libro), ya que llegan a sustituir incluso a los estados nacionales en misiones diplomáticas y sus "empleados" forman matrimonios, amistades, etc. 
En una de esas delicadas misiones diplomáticas destinada a acabar con las guerras entre los paraísos de datos y con esos paraísos en sí (estas son las islas en red a las que alude el título), se ven involucrados Laura Webster y su marido, David. Asesinan en su Albergue a uno de los representantes de paraísos, el de Granada, y eso desata la guerra entre Granada y Singapur, aunque Mali reivindica el atentado, pero nadie los cree porque está en África, y allí todo es desastroso. El matrimonio, acompañado por su bebé (Loretta), cree necesario contribuir a la investigación y apaciguamiento entre las naciones de Granada y Singapur y con este objeto se dirigen a Granada. Allí están conectados con Rizome mediante un alucinante aparataje de gafas-cámara, micros, etc. Esta parte del libro recuerda a la de La era del diamante, de Stephenson, cuando el protagonista va a ver una extraña obra de teatro a un barco. En la novela de Sterling también visistan un enorme barco donde se fabrica comida, nada menos. Lo mismo se inspiró Stephenson aquí para lo suyo. El caso es que luego Laura viaja a Singapur y termina, dada por muerta, en la vergonzante África, refugio de la criminalidad mundial, donde parece que la pacificación mundial ha sido un espejismo y va a volver a empezar todo de nuevo: guerras, conflictos, armas...
El relato es de corte más clásico que los anteriores que comenté de Sterling. Aquí aparece desde la primera línea a la última una única protagonista, Laura, cuyas peripecias se cuentan muy de cerca siguiéndola por todo el mundo en una narración lineal sin alteraciones cronológicas. Las referencias son reconocibles: nos encontramos en el cercano año 2023 al inicio de la novela (ahora más cercano que cuando se publicó el libro en 1988) y unos dos o tres años más tarde al final. Se alude a hechos conocidos y, pese al título y motivo, no destaca la presencia de la red, de internet, un acierto teniendo en cuenta que en el 88 estaría en pañales y sería difícil presuponer su alcance. Aún así, Sterling parece extrañamente clarividente por momentos (ya hemos tenido un presidente negro en los Estados Unidos, dice un personaje, y para 2023 es posible que solo haya sido Obama; manejan ecus, antepasado malogrado del euro; su Viena se parece a una CIA mundial). Las escenas de caos revolucionario y bélico están muy bien trazadas, así como el psicologismo de una Laura aislada y encerrada por más de dos años en una celda, episodio este de inesperada quietud en un relato tan tumultuoso.
La traducción, del conocido Domingo Santos, es buena, pero traducir "hardware" como "ferretería" no es muy logrado, y menos en temas informáticos. Por otra parte, los términos en francés, japonés y alemán, por muy intrascendentes que sean, no deben pasarse por alto, especialmente gesellschaft (compañía, sociedad...), que creo que lo usan los de Rizome para referirse al mundo de fuera.
Un detalle técnico: en las páginas 356-357, Laura pasa sin transición de un submarino a un avión sin mayores consecuencias. Esto, como sabemos, le produciría un síndrome de descompresión, detalle que parece escapársele al autor, lo cual me sorprende.
La novela, en fin, es mucho más legible que otras del autor, por lo que es buena para comenzar por esta. Sin embargo, está descatalogada. A ver si la reeditan pronto: se lo merece.


Sterling, Bruce, El fuego sagrado, ed. B, Barcelona, 1998. Trad. Pedro Jorge Romero.
Holy Fire, 1996.

La inmortalidad, tema querido de Sterling, se repite en este título, en este caso buscándola a través del arte. Se supone que de eso trata En busca del tiempo perdido, de Marcel Proust. Pero aun con similar tema, no podía ser más dispar. Esta novela trata de una mujer muy mayor, Mia Ziemann, que con casi cien años se somete a un proceso de rejuvenicimiento avanzado que la reconvierte en una veinteañera. Se escapa a recorrer Europa y allí se dedica, como alimento de ese fuego sagrado que es el arte, a recibir clases de fotografía de un maestro. Bueno, y conoce a gente, se echa novietes, etc. El contexto lo ofrece una sociedad utópica donde todos viven bien, no hay robos, uno se puede colar en los aviones para ir a donde le apetezca, la policía es sumamente amable y los perros no solo hablan gracias a implantes, sino que además filosofan y presentan programas de televisión. El gran problema de esta sociedad es que los jóvenes se aburren y no encuentran su sitio... Vale. Yo no sé si con estos mimbres se puede confeccionar un buen cesto (lo dudo), pero sí sé que Sterling no lo ha conseguido. La novela aburre casi desde el principio. Superado el planteamiento y primera acción importante (presentación de ambiente y personajes y decisión de Mia de operarse, resultado positivo y escapada de esta al ancho mundo), el material novelístico se diluye en un seguimiento de la protagonista que no hace nada especial: conoce gente, se mete a modelo y luego hace fotos. Ni ella ni los demás personajes ni los acontecimientos conducen a ningún sitio. Lo peor no es esto, sino que ni siquiera se da tensión, ritmo, suspense. Cuesta avanzar por páginas de árida insulsez hasta el punto de que la tentación de abandonar la lectura resulta casi irresistible. A juzgar por los últimos libros de Sterling editados en España, desde el anterior (Islas en red) hasta el siguiente (Distracción), el camino ha sido descendente. Es una lástima tener que decir esto del autor de los magníficos relatos de Crystal Express y de Cismatrix. Veremos cómo evoluciona.



miércoles, 18 de julio de 2012

Christopher Priest

Este escritor británico es poco prolífico para lo que se estila en autores asociados a la ciencia ficción (15 novelas en 32 años). Y digo asociado porque sus obras no responden exactamente al canon de este género, si bien se reconocen temas y motivos propios.
Quizá no sea más prolífico porque se preocupa bastante por la estructuración del material narrativo; es decir, no se limita a contar algo de manera lineal dividiéndolo en capítulos, sino que ofrece diferentes puntos de vista de los hechos volviendo a ellos una o varias veces para descodificar la realidad desde la óptica de personajes muy diferentes en un juego perspectivista fuertemente psicológico que explota al máximo hasta llegar a la indiferenciación entre realidad y fantasía en algunos momentos. También aprovecha estos tres elementos: realidad, fantasía, percepción, para hacer de ellos el tema de la novela, su grueso o punto fuerte.
Actualmente, de su obra se pueden encontrar en España las tres novelas que voy a comentar.

Priest, Christopher, Un mundo invertido, ed. La Factoría de Ideas, Madrid, 2010. Trad. de David Luque Cantos.
Inverted World, 1974.

Convendría no leer el texto de contraportada antes que la novela porque descubre aspectos que en el texto se van revelando paulatinamente de la mano del protagonista narrador, Helward Mann. Este descubre que vive en una ciudad rodante sobre vías que se van desmontando por detrás y montando por delante para que la cuidad avance. ¿Por qué? Esa es la pregunta del millón en la novela y que se adelanta, incorrectamente, en la contraportada. Se descubre como a la mitad de la novela y se aclara definitamente en el desenlace.
Aparecen perspectivas diferentes (¡y tanto!), puntos de vista, interrelaciones humanas contradictorias, gente a favor o en contra de esto o aquello; choques y encuentros y sorprendente revelación final. Vale. No es lo más importante, creo, aunque es lo que aporta la necesaria tensión al relato que, por otra parte, deja entrever modos muy ingleses en los cerrados gremios y la relación fría entre familiares y esposos. El terreno que atraviesa la ciudad en el transcurso de la novela es, en parte, España, y no salimos muy bien parados. Eso no me gustó demasiado y me sonó a tópico (vagos, violentos, supersticiosos, incultos y promiscuos). Menos mal que el personaje de Elizabeth Khan, la inglesa aquí afincada, nos saca las castañas del fuego...
El relato es original y sorprendente, aunque al truco se le ve un poco el cartón: es insostenible lo que plantea y se hace insostenible ya mucho antes del final, con lo cual la fuerza del desenlace se diluye en parte por la demora. Debemos tener en cuenta que esta es su tercera novela y que Priest afianzará su técnica más adelante.
Lo de la ciudad rodante ha tenido seguidores no reconocidos, como expresé al comentar El Consejo de Hierro, de China Miéville.

Priest, Christopher, La afirmación, ed. Minotauro, Barcelona, 2003. Trad. Matilde Horne.
The Affirmation, 1981.

Bellísima novela, imprescindible para los lectores de fantasía, cuando no para cualquiera que guste de leer un buen libro. No es de ciencia ficción, ni siquiera, seguramente, de fantasía al uso, porque esta no existe con independencia del protagonista, que lo elabora todo (¿o no?) en su cabeza. Pero nosotros estamos también en ella, ya que lo que leemos es su autobiografía escrita por él, o eso parece a ratos, ya que los límites entre la narración del proceso de escritura de la autobiografía, esta autobiografía, la realidad del protagonista, la de los demás y la realidad misma sustituida por otra, se funden, son permeables, cambiantes, solubles, al punto que no sabemos qué creer, cuál es la realidad: si la sordidez que perciben los otros, si la belleza del mundo de las islas, si lo que leemos, si los márgenes de esa escritura o qué. Ya se anuncia el caleidoscopio desde el principio con una afirmación (vaya) obvia y contundente: "De ciertas cosas, al menos, estoy seguro: Me llamo Peter Sinclair, soy inglés y tengo, o tenía veintinueve años". Lo que sigue contradice esta simple afirmación. Me recuerda la célebre de don Quijote, en el capítulo V, cuando dice: "—Yo sé quién soy respondió don Quijote, y sé que puedo ser, no solo los que he dicho, sino todos los Doce Pares de Francia y aun todos los nueve de la Fama". Peter Sinclair será un atanasio (inmortal) feliz de viaje por el Archipiélago con Seri y un desgraciado fracasado que ha perdido todo. Ambas realidades se combinan y entremezclan hasta desembocar en un final que no es tal, y que, además, es previsible (yo lo preví), pero que con todo, es absolutamente espectacular, de los pocos que recuerdo últimamente que me haya emocionado. Es una joya auténtica: bella, bellísima.

Priest, Christopher, El prestigio, ed. Minotauro, Barcelona, 2006. Trad. Franca Borsani.
The Prestige, 1995.

Esta es su obra más conocida porque inspiró la película El truco final, del director Christopher Nolan, en 2006.
La novela presenta una estructura un tanto compleja que se sucede de la siguiente manera: el protagonista de la primera parte, Andrew Westley, situado en nuestra época, recibe el libro Métodos secretos de magia, de Alfred Borden, enviado por Katherine Angier, la cual le invita a pasar el día en su casa. Vale. La segunda parte es la lectura de ese libro, y nos remonta de los años 1901 a 1903. Se trata del diario de este mago, enfrentado a otro, Rupert Angier, a quien considera primero un estafador y luego, por desencuentros, un enemigo. Se dedican a putearse uno a otro sin remedio, aunque a ninguno de los dos les agrada la pelea. Borden, dueño de un espectacular truco inimitable, intenta hacer las paces, pero Angier no quiere. Pequeño inciso en el presente de Kate Angier contando a Westley un episodio aislado, incongruente de momento, que después se revelará fundamental. Continúa la vuelta al pasado con la historia de su antepasado, Rupert Angier, desde 1866 a 1904. Se ve por qué no quiere las paces con Borden en esta parte, narrada en primera persona (perspectivismo): vuelven a contarse los hechos desde otro punto de vista completamente diferente. Esta narración es la principal del libro y abarca unas 220 páginas. Aparece un personaje histórico real: Nikola Tesla cuando trabajaba en Colorado Springs, EE.UU, que también es real y coincide, claro, con lo de la novela: de 1899 a 1900, investigando con bolas de fuego y tormentas. En cierto sentido, esto es ciencia ficción como tal: especulativa de hasta dónde podrían haber llegado ciertos desarrollos científicos experimentales de Tesla, en la novela patrocinados por el mago.
Lo que resta, de vuelta al presente, es un escalofriante desenlace digno de novela de terror, muy logrado en su desarrollo, aunque debo decir que justo el final no me gustó pese a su espectacularidad porque me pareció que le habría sentado mejor un mayor desarrollo después del moroso discurrir anterior de la historia de Anger. Es decir, creo que deja mucho para el final y este se escabulle demasiado rápido en las últmas líneas del último párrafo. No obstante, la novela es sumamente atractiva y toca temas muy interesantes sobre la desconfianza, la incomprensión, la incomunicación, el rencor, la identidad, los dobles, la familia (algo frío en este punto), la profesionalidad, etcétera.
Christopher Priest ha sido poco e irregularmente publicado en nuestro país, y eso debería cambiar. Es un escritor de altura, entretenido y profundo, de registro variable entre el futuro lejano, el pasado histórico y la instropección psicológica; un autor un tanto inclasificable que debería tener un público lector amplio, no exclusivo de ciencia ficción, sino de narrativa buena, sin más etiquetas de género.


viernes, 22 de junio de 2012

China Miéville. Toda su bibliografía en castellano

China Miéville, escritor (hombre) inglés, saltó a la fama con  La estación de la calle Perdido, novela de fantasía original, larga, barroca, densa y deslumbrante, a la que siguieron otras dos ambientadas en el mismo universo, el del Bas-Lag, creación suya y que no parece inspirada directamente en Tolkien, lo cual es destacable en un libro de este género. A raíz del éxito, se han publicado en España otras novelas suyas: la primera y la última. Paradójicamente, también se han dejado de publicar otras que ya estaban, como El Azogue.
El viaje de Miéville al reino de la fantasía ha sido de ida y vuelta hasta el momento, pero yo creo que volverá: un autor con tal capacidad inventiva no puede quedarse en la realidad mucho tiempo. De hecho, comparadas con la exuberante fabulación del mundo de Nueva Crobuzón, parecen más realistas de lo que son las otras novelas que voy a comentar; pero su grado de ilusión es también sumamente elevado.
En esta entrada aparecen toda su obra publicada en español.

Miéville, China, El azogue, ed. Interzona, Buenos Aires,  2006. Trad. Marcelo Cohen.
The Tain, 2002.

En capítulos alternos se nos narra paralelamente la historia de Sholl, un superviviente de la guerra que ha devastado Londres, y la de un imago, enemigo de los seres humanos. Los imagos son seres habitantes de los espejos, obligados a reflejarnos por siglos desde que perdieron la anterior batalla contra el legendario Emperador Amarillo. Ahora, han encontrado la forma de escapar y el resultado se nos muestra en un Londres desértico, de pocos seres humanos asustados y huidizos. Los imagos han ganado la guerra, pero el protagonista Sholl no se resigna: busca una salida. En un camino paralelo, su homólogo imago se cruzará con él, buscando también una respuesta, en este caso más existencial. Al final, las historias de ambos, en un bello juego literario, se cruzarán simétricamente como reflejadas.
El juego de los espejos que reflejan Londres se retomará, de otra forma, en Un  Lun Dun.
La novela, corta (apenas 100 páginas), es interesante pese a los cabos sueltos y falsas pistas que deja en el camino. El tema invita a un tratamiento más extenso, tanto de la rebelión de los imagos como de la guerra y sus consecuencias. El final también reclama mayor extensión. Sin embargo, merece la pena leerse. Se basa en una de las entradas de El libro de los seres imaginarios: "Animales de los espejos", de Jorge Luis Borges y Margarita Guerrero, maravilloso bestiario fantástico. A mí me recordó una novela infantil-juvenil que leí cuando iba al colegio y que recuerdo con mucho cariño, aunque no la he releído desde entonces ni la tengo en mi biblioteca: se trata de La rebelión de los espejos, de Stella Maris Moragues Fedele. Si no me falla la memoria, el argumento era bastante parecido. En un bellísimo cuento de las Fábulas y leyendas de la mar, del excelente Álvaro Cunqueiro leemos: Hubo una época en la que, en el mundo, mandaba un gran pez terrible, asistido de un poderoso ejército escamoso, los cuales ejercían sobre el hombre y los animales no acuáticos una terrible tiranía. Pero un día un gran emperador misterioso logró, tras cruentas batallas y por medio de grandes magias, encerrar al gran pez y a sus ejércitos en un espejo... ¿Habrá leído Miéville a Cunqueiro?
Este libro, el de Miéville, fue publicado el mismo año que La cicatriz, en plena efervescencia fantástica. Merece reeditarse, ya que es difícil de encontrar en español: la editorial Interzona no es grande y es argentina: solo editó 1.500 ejemplares ya inencontrables. 
Leer a Miéville es un placer. Ojalá traduzcan y pongan a la venta pronto sus novelas pendientes.

Miéville, China, El Rey Rata, ed. La Factoría de Ideas, Madrid, 2008. Trad. María Xoubanova Vázquez. 
King Rat, 1998.

Se trata de una inesperada revisión o epílogo del extraño pero muy conocido cuento El flautista de Hamelín. Y digo extraño porque es un cuento popular sin héroe y sin final feliz, donde el pueblo no queda bien parado y sufren los más inocentes: los niños, por no hablar de las ratas, que tampoco eran tan malas. Ambiguo, por tanto, muy adecuado para la base de una novela fantástica con toques negros.
Está ambientado en Londres y es muy urbano, pero el Londres que aparece es de callejones sin salida con cubos de basura -más parecidos en su imagen a los que aparecen en algunas pelis de Nueva York-; tejados inclinados y cornisas; oscuros túneles de metro; estaciones abandonadas; mohosas barcas en el río Támesis; calles recorridas a toda velocidad por una bici y, sobre todo, la ciudad bajo la ciudad: las cloacas. Está claro que el autor necesita una urbe a su medida para desarrollar adecuadamente la trama de sus narraciones, y esa será la Nueva Crobuzón posterior, cuyo germen vemos en este fantasmal Londres.
Aparecen curiosos personajes, también híbridos, que circularán libres por sus novelas posteriores. Simplemente diré que es muy original que en literatura se presenten animalizaciones literales (los reyes de las ratas, de las arañas -Anansi- y de los pájaros -Loplop-) con forma humana: algo más propio del teatro y que parece que el autor tomó de una representación de pantomima que vio de niño, según se cuenta en una Nota sobre el autor al final del libro.
Los jóvenes protagonistas son lo que en España llamaríamos "bakalas", sin sus connotaciones de drogadictos pasados de vueltas y "malotes". Estos son buenos chicos, apasionados de la música jungle: en fragmentos descriptivos aparece un amplio repertorio de términos musicales: boom, drum'n'bass, línea de bajo, samples, loopear, etc.
Hay un detective inteligente y tenaz: Crowley. Reaparecerá en el Borlú de La ciudad y la ciudad y en el Baron de Kraken.
En definitiva, a mí me parece una buena novela y me gusta el toque que le da la música electrónica, muy de los últimos noventa. Aquí hay una canción del año en que se escribió el libro, el 97, de música electrónica con flauta: Ali Baba, de Dreadzone. No es jungle, creo, asi que se puede escuchar plácidamente.

Miéville, China, La estación de la calle Perdido, ed. Puzzle, Madrid, 2006. Trad. Carlos Lacasa y Manuel Mata.
Perdido Street Station, 2000.

Nueva Crobuzón era la ciudad que reclamaba Miéville y que construyó a medida, con sus barrios dedicados a las diferentes extrañas razas que la habitan, y con su mundo alrededor, el del Bas-Lag. La ambientación ocupa muchas páginas que algunos leerán con agrado y a otros les resultarán tediosas por ralentizar la acción. A mí me gustaron porque las considero lo principal, más allá de la historia del garuda sin alas o los seres voladores que envenan el sueño de los urbanitas. La construcción de un universo con su geografía, estados, historia, culturas, habitantes, flora y fauna, leyes, etcétera, no es algo fácil, y el autor lo consigue, así como alejarse, escaparse de la realidad, lo cotidiano. Es un universo absolutamente remoto, sin referencias al mundo habitual. Resulta muy complicado conseguir este empeño sin fisuras, de un modo coherente, y yo creo que Miéville lo consigue sobradamente. Por otra parte, la acción en sí, el aspecto narrativo, es atractivo y atrapante: una sucesión de clímax y anticlímax esporádicos que aceleran de la mitad hacia el final y que mezclan varias tramas de formas insospechadas, a lo que contribuye cierto surrealismo reconocido y reconocible en, por ejemplo, las figuras de los rehechos o en, una de mis favoritas, las Tejedoras, "gigantescas arañas multidimensionales" (esto pone en el artículo de la Wikipedia sobre el Bas-Lag), o la embajada del Infierno en la ciudad.
Una fantasía de este calibre para mí se encuentra a la altura de La historia interminable o El señor de los Anillos, más cercana al primero, sin ser tan blanca, que al segundo. Repito que me parece destacable que alguien escriba fantasía pasando de Tolkien, que bastantes imitadores tiene ya.
Se suele etiquetar este libro y los de este tipo como "steampunk": toques victorianos, magia, oscuridad, poderes, barroquismo, preciosismo en la maquinaria, etc. Bueno, etiquetas.

Miéville, China, La cicatriz, ed. La Factoría de Ideas, Madrid, 2002. Trad. Manuel Mata Álvarez-Santullano.
The Scar, 2002.

Se alude a los hechos de la novela anterior como sucedidos hace tiempo, pero no aparecen los mismos personajes ni siquiera el mismo lugar: se pueden leer por separado, aunque es mejor respetar el orden para que la inmersión en el peculiar universo narrativo sea más completa.
La protagonista, la lingüista Bellis Gelvino, realiza un viaje por mar cuando el barco en el que viaja de vuelta a Nueva Crobuzón es secuestrado por unos piratas que lo llevan a la ciudad flotante de Armada, compuesta de barcos. El escenario cambia, ya que aparecen las islas de los Anophelii, el Océano Hinchado, la alucinante ciudad submarina de Salkrikaltor, la cicatriz del título, etc.
A mí me gustó más que el anterior; está mejor, lo cual tiene mucho mérito en una (cuasi)continuación. La acción es trepidante, con sus remansos; las criaturas, más inquietantes aún (aparece un vampiro amable; los odiosos grindylow; los anophelii); la magia es original y se mezcla con, sorprendentemente, trazas de novela de espionaje (el pasaje de la fábrica de brújulas) y extraños ritos y figuritas que recuerdan, vagamente, al Lovecraft de Cthulhu... Las descripciones y la acción de algunas partes quitan el aliento y el final es, literalmente, alucinante (delirante, onírico, irreal). Desde luego, con este libro se puso el listón muy alto.
Actualmente es inencontrable, ya que no se ha reeditado desde su primera edición, que se liquidó a 5 euros hace unos años. La editorial esta sigue unas líneas un tanto erráticas: si te gusta un libro suyo, conviene adquirirlo cuanto antes o esperar que lo liquiden, pero sin demorarse mucho porque te quedas sin él.
La ilustración de cubierta, de Edward Miller, es tan bella que merecería la pena tener el libro solo por verla.

Miéville, China, El Consejo de Hierro, ed. La Factoría de Ideas, Madrid, 2005. Trad. Manuel Mata Álvarez-Santullano.
Iron Council, 2004.

De las tres novelas del universo del Bas-Lag, es la más floja y aburrida. Dedica muchas líneas a la exposición de ideas políticas de tipo comunista. Nada que objetar en lo político, pero en una novela fantástica, estas ideas resultan chirriantes o, mejor dicho, resulta chirriante que no estén especialmente conectadas con la historia. Desde el punto de vista fantástico, lo más interesante son las aproximaciones de los del tren a la Mancha Cacotópica resultante de la Torsión en esa zona, donde "el espacio y el tiempo están enfermos". Aparece la magia de los gólems y, por otra parte, es muy interesante el desarrollo de la guerra fría entre Nueva Crobuzón y Tesh, guerra en la que esta última ciudad estado lanza terribles ataques taumatúrgicos contra sus enemigos.
El resto, ya digo, es un tanto banal y tedioso. No conviene comenzar a leer a Miéville por esta novela, o se corre el riesgo de no leer ninguna más. Cuesta llegar a la última de sus 428 páginas, aunque de momento no llegará nadie hasta que no lo reediten.
Un asunto algo espinoso es que, como diré más abajo al comentar La ciudad y la ciudad, el autor se "olvida" de agradecer a otros escritores sus contribuciones o aportaciones. Es decir, en una novela de 1974 titulada Un mundo invertido (Inverted World), de Christopher Priest, que comento en otro lugar, la localización principal es una ciudad rodante que avanza sobre unas vías que se van desmontando por detrás y colocando por delante. O sea, justo como El Consejo de Hierro. Mucha casualidad, ¿no?


Miéville, China, La ciudad y la ciudad, ed. La Factoría de Ideas, Madrid, 2012. Trad. Silvia Schettin Pérez.
The City & the City, 2009.

Como es habitual en los libros de autores ingleses y estadounidenses, al comienzo  de este se incluye una página de agradecimientos donde Miéville dice sentirse en deuda con, entre otros, los escritores Chandler, Kafka, Kubin, Morris y Schulz. Vale. ¿Dónde cita la deuda contraída con Jack Vance? Porque resulta que el planteamiento de la novela es casi exactamente igual que el del cuento de Vance Ulan Dhor, del libro La Tierra moribunda, 1950, que fue publicado por Ultramar en España en 1986.
Según avanzaba en la novela, sentía una fuerte impresión de déjà vu, de estar leyendo una ampliación del cuento de Vance, hasta el punto de que me costaba centrarme en la historia de Miéville. No contribuye a despejar ambigüedades el hecho de que una de las ciudades se llame Ul Qoma, nombre muy parecido al del héroe de Vance Ulan Dhor, ni que en el subsuelo de Ul Qoma aparezcan extraños artefactos parte de una maquinaria de los antiguos pobladores de la ciudad, mientras que en el cuento Ulan Dhor los habitantes de Ampridatvir viven sobre una inmensa maquinaria que espera despertar. Los habitantes del cuento de Vance se dividen en los Verdes y los Grises, y no se ven unos a otros: se ignoran profundamente a causa de los colores de su ropa. Esta selección cromática es constante en la obra de Miéville. Leemos en la página 120 de Vance: "Los verdes se detenían junto a tenderetes pintados de verde [...] Vio dos grupos de chiquillos [...] jugando a diez pasos de distancia, sin dirigirse los unos a los otros ni la más leve ojeada". En la página 195 del libro de Miéville leemos: "Hay lugares [...] donde los niños ulqomnos y los niños beszelíes trepan cada uno a un lado del otro y obedecen las instrucciones susurradas de sus respectivos padres para que se desvean". Bueno, hay bastantes más concomitancias. ¿Qué dice China de esto? En una entrevista para un blog en inglés que parece ser de arquitectura, BLDGBLOG, dice que hay analogías de ciudades divididas en el mundo real y que C. J. Cherryh escribió un libro con una ciudad dividida al igual que, en cierto modo, hizo Jack Vance. En otra entrevista que reproducen varios blogs en inglés, dice que le gusta el ciclo de La Tierra Moribunda (Dying Earth) de Vance. Bueno. Yo creo que debería reconocer y aclarar la inmensa inspiración que ha recibido de este autor, que es evidente para cualquiera que lea ambos libros.
Y centrándonos en La ciudad y la ciudad, hay que decir que es una narración que, como las ciudades de Ul Qoma y Beszél, está tramada entre fantasía y novela negra, lo cual la hace muy atractiva por su indefinición: no se sabe de qué lado va a caer finalmente. Creo que este es el mayor acierto de la novela. Se lee muy rápido y es apasionante, si bien algunos aspectos no convencen del todo: la Brecha, si es lo que se dice en la página 246 (no voy a desvelar nada para el que no lo haya leído), no cuadra con que sea algo que hace desaparecer para siempre a los que atrapa, y como esto algo más: el fondo ese de la división tan rígida pero tan quebrantable es bastante inverosímil, pero ya digo que atrapa irremisiblemente al lector.
Esta es su última novela publicada en España, pero es de 2009 y desde entonces ha publicado en inglés al menos otras dos: Embassytown, de ciencia ficción, y Railsea. Ojalá vean pronto la luz en el mundo hispano, así como algunas antiguas inéditas por aquí, como Kraken. Es un gran escritor que todo lector de ficción debe conocer.

Miéville, China, Kraken, ed. La Factoría de Ideas, Madrid, 2013. Trad. Beatriz Ruiz Jara.
Kraken, 2010.

Aunque su arranque -el robo de un calamar gigante del museo de Historia Natural de Londres con la consiguiente llamada a la policía- podria hacer suponer que nos encontramos ante una novela realista, pronto queda claro que no es así. Los elementos mágicos irrumpen con fuerza desdibujando una ciudad más o menos normal para dar paso a una gigante colmena de cultos esotéricos plagada de fenómenos paranormales.
La inspiración del fondo del relato: la ciudad de Londres considerada como objeto de culto, parece haber surgido de los párrafos iniciales del capítulo 13 de la novela  Howards End (1910), de E. M. Forster. En estos magistrales párrafos (es difícil encontrar párrafos que no lo sean en Forster), leemos: "Londres podría ser la cuna de una nueva religión; no la religión decorosa de los teólogos, sino una religión antropomórfica y cruda". Antes dijo: "Ya no está de moda hablar mal de Londres [...]. Londres fascina. Su imagen es la imagen de un cuerpo gris y palpitante, de una inteligencia sin objeto, de una excitación sin amor; un espíritu que cambia sin dar tiempo a que se escriba su crónica; un corazón que late sin pulsación humana, más allá de cualquier otra cosa". Recuérdese lo que he subrayado cuando se lea el final de Kraken.
Como es habitual en Miéville, dos tramas entrelazadas se superponen desde el principio alternándose, cruzándose, encontrándose y desviándose: la búsqueda del calamar gigante, considerado un dios por una de las sectas londinenses (los teuthis o "krakis"), y la indagación de las causas del robo, sin sentido aparente, llevada a cabo por varias facciones que a veces se ayudan y a veces se estorban entre sí. Están los buenos: Billy Harrow con los teuthis y la policía, sin actuar juntos; y los malos: los demoniacos Goss y Subby y la despiadada banda del Tatuaje. Paralelamente, la inocente Marge, novia de Leon, asesinado en el capítulo 9 por Goss y Subby, emprende la peligrosa búsqueda de su novio primero y la venganza después por un camino que la llevará a recorrer cultos y  extrañas embajadas: la del mar. Esto recuerda la embajada del Infierno de La estación de la calle Perdido. Otra imagen original de Miéville, retomada de El Rey Rata, es la chica pegada a unos auriculares. En este caso, Marge adquiere un viejo iPod con un genio que se alimenta de música, un "guardacorde". Si va escuchándolo cuando haya problemas, correrá menos peligro. El genio funciona mejor con unas canciones y grupos que con otros. Miéville los detalla en una simbiosis increíble de magia, peligro, talismán y música pop que resulta sencillamente genial. El capítulo donde Margie compra el iPod, el 59, es asimismo profético. Su autor va dando pistas de cuál será el final sin que por ello deje de sorprendernos cuando llega.
La novela es trepidante desde el principio. Miéville sitúa como protagonista a un joven ignorante alrededor del cual se va desarrollando un fantasmal y brutal entramado que lo anonada a él a la vez que a nosotros, logrando nuestra empatía completa de lectores. Los impactos iniciales no decaen y la novela alterna descubrimientos, tramas, personajes, acciones, persecuciones, escapadas, violencia, suposiciones, revelaciones, pistas, falsas pistas, apariciones y magia a un ritmo creciente que alcanza cotas verdaderamente delirantes que impedirá al lector cerrar el libro. En ese sentido, más allá de que suscite profundas reflexiones, el libro es una obra maestra en su género. Es alucinante.
Por ponerle una pega, creo que merecida, es una obra cuyo único espacio es Londres: sus calles, arrabales, suburbios, lugares secretos... Quizá la nota de amor a la ciudad es muy subida. No conozco Londres, pero dudo que sea el cielo en la tierra, y tanta alabanza huele a chovinismo: "El puto Soho estaba de lo más encantador esa noche [...]. Marge jugaba con sus amigos y, simplemente, estaba en Londres". Suficiente para ser feliz. Hacia el final del libro cobrarán mucho protagonismo los "londromantes", consagrados a la adoración de su ciudad. Es parte de la ficción, pero tanto caerse la baba es chovinismo, o quizá interés político, además de que al autor le guste su ciudad, claro; pero es exagerado. De todos modos, la novela es apabullante; atrapa sin remisión a quien la empiece. Chapó.

Miéville, China, Embassytown. La ciudad Embajada, ed. Fantascy, Barcelona, 2013. Trad. Gemma Rovira.
Embassytown, 2011.

Por alguna razón, las pocas veces que se ha producido la unión de lingüística y ciencia ficción no ha dado buenos frutos. Seguramente, porque como dijo Chomsky, si un extraterrestre observara las lenguas humanas, llegaría a la conclusión de que todos hablamos la misma con ligeras variantes. O sea, que no podemos trascender nuestra capacidad lingüística ni, por tanto, imaginar algo que se salga de los modelos ostensión-inferencia y codificación-descodificación. Tampoco funciona lo de relacionar fonemas y psicología, algo que parece gustar a autores anglosajones (Jack Vance, Tolkien, Lovecraft, por citar algunos).
China intenta, en su primer libro de ciencia ficción, imaginar este imposible concibiendo unos extraterrestres cuyo lenguaje no cumple las características humanas de inmotivación o arbitrariedad de la palabra respecto a su concepto. La relación entre palabras y "cosas" es sumamente compleja, y es un motivo de estudio clásico de la filosofía y la lingüística que, en cierto sentido, quedó ya zanjado por Saussure en su Curso, por no hablar de Aristóteles ("las palabras habladas son símbolos"). Saltarse este principio para terminar cayendo en él es querer reinventar la rueda, y es la sensación que da cuando se termina de leer este libro. El motor de la acción es la alteración que supone en los extraterrestres escuchar su lengua de boca de unos peculiares humanos (la lengua de los Anfitriones, los "Ariekei", solo es entendida por ellos si es emitida por dos hablantes simultáneamente). Estos embajadores producen en los alienígenas un éxtasis comparable al de la droga que les induce a cometer actos violentos. La solución final vendrá por el descubrimiento de que los alienígenas son capaces, si se esfuerzan, en comprender y emitir palabras no motivadas por sus conceptos o referentes. Lo dicho: volvemos a la rueda. Además, el tema lingüístico es arduo y, aunque pueda parecerlo, se presta poco a la fabulación. Yo mismo, que por trabajo, estudio y placer leo mucho sobre lingüística, encontré la novela poco interesante y pesada. Seguro que alguien con menos interés en la materia la puede encontrar peor aún. La lingüística, por cierto, ya la introdujo Miéville con mayor éxito en otra de sus novelas: La Cicatriz, cuya protagonista es intérprete.
Mejor hubiera sido, en mi opinión, que explotara otros hallazgos como los de la cohabitación planetaria entre varias razas inteligentes, la fabricación de objetos semivivos o la exploración espacial tan original que plantea (el "ínmer"). Pero incluso para esta forma de recorrer el espacio recurre a términos lingüísticos sausserianos: "Este espacio donde vivimos [...] es la langue de la que nuestra realidad es una parole" (p. 48). El Curso de Saussure es un monumento, de acuerdo, aunque debemos reconocer que no vale para todo. Estos hallazgos, decía, lo mejor, aparecen como telón de fondo de una confusa historia sobre drogas lingüísticas, planes políticos de alto nivel y guerras absurdas.
Si por algo destaca la novela es por su atrevimiento; también es reseñable la gracia de la voz narradora, la de la protagonista, la inmersora Avvie; aunque visto de otra forma, la primera persona en una novela de este tipo, no centrada en lo psicológico o vivencial también puede verse como una limitación autoimpuesta por torpeza, un lastre más.

Miéville, China, Un Lun Dun, ed. Oz, Barcelona, 2015. Trad. Gema Facal y Joan Eloi Roca.
Un Lun Dun, 2007. 

Se supone que esta novela se dirige a un público adolescente, juvenil, aunque más allá de que la protagonice una quinceañera, puede leerse como cualquier otra de su autor; no es infantil ni facilona, en absoluto.
El relato está plagado de juegos literarios y metaliterarios, con referencias claras a la Alicia de Carroll y a otras obras. Seguramente, el argumento principal del libro se basa en el diálogo que mantiene Alicia con la oruga en la película de Walt (comentaré algo sobre esto al final).
El argumento es el siguiente: Zanna y Deeba, dos amigas de colegio y barrio, se encuentran, tras una serie de hechos raros (los animales las miran; gente que no conocen saluda a Zanna) persiguiendo a un paraguas roto por las calles de su barrio. Lo siguen hasta un sótano donde, tras dar vueltas a una especie de rueda/manivela, se encuentran en otra ciudad gemela de Londres: Alondres (la recreación del arranque de Alicia está clara). Allí el sol es el "asol", la luna es "muna", la basura está viva, etc. En Alondres, Zanna es saludada como la "Shuasí": la choisi en francés: la elegida. Se supone que es quien salvará la ciudad del ataque del terrible Esmog: una nube de sucio humo negro que se alimenta de fuego. Zanna, que realmente no hace gran cosa, encontrará un valiosísimo aliado en su lucha: Rotanrol, el Pasagüísimo, señor de los pasaguas: los paraguas rotos. Tras un ataque del Esmog a Zanna, no previsto por el Libro parlante, repleto de profecías fallidas y datos poco útiles, las amigas regresan a Londres a tiempo para evitar que el peligroso "efecto flema" haga que las olviden del todo sus familias y amigos. Ahí podría terminar el libro, cuando llevamos un tercio de la novela, entre los capítulos 30 y 33. Sería una novelita corta original, algo coja pero válida. Sin embargo, en un sorprendente giro que arrastrará otros cambios imprevistos y cada vez más y más sorprendentes y difíciles, el autor se supera a sí mismo arrancando la verdadera novela que llevaba dentro y que nos sumergirá en un mundo de bibliotecas interconectadas por kilómetros de abismos de repisas repletas de libros (la Fosa Recogepalabras); de barrios totalmente habitados por fantasmas (Espectralia) muy eficaces con la burocracia; de peligrosas jirafas carnívoras; huidas desesperadas; casas convertidas en junglas mortales; palabras que cobran vida; catedrales ocupadas por Viudanas Negras  (escalofriantes arañas gigantes que transportan ventanas a otros mundos, recuerdo de las Tejedoras de La estación de la calle Perdido), armas delirantes, capturas, escapadas, planes, traiciones, muertes, encuentros, desencuentros, apariciones y desapariciones... Personajes como los rehechos, cartones de leche animados (la mascota Cuajo), los binjas (cubos de basura luchadores como el de la portada), buzos misteriosos (Skool), animales de todo tipo, fantasmas, semifantasmas... lo más exótico aquí puede que sea la ministra de medio ambiente (Elizabeth Rewley). La variedad y suspense de las situaciones y personajes deja sin aliento. Es increíble cómo se suceden las maravillas a un ritmo frenético en una lectura a varios niveles: la historia, las referencias, la novela de género y la huida de los tópicos genéricos.
Miéville evita específicamente caer en tópicos fantásticos, a veces negándolos sin más (los gatos son, precisamente, los animales que menos interés tienen en el viaje entre dos mundos), otras veces parodiándolos (la protagonista, que finalmente será Deeba y no Zanna, es la "deselegida"; debería pasar por las típicas pruebas heroicas ("-¿Qué se supone que tenía que hacer? [...]. -Bueno... -dijo el libro-. Era lo típico de una elegida. Siete pruebas y en cada una recogería uno de los antiguos tesoros de Alondres. Al final, conseguiría el arma más poderosa de toda la aburbe", p.225). El Libro parlante se equivoca...
La referencia más reconocible es, decía, Alicia, de Carroll. Miéville recrea versionándolo el célebre diálogo entre Alicia y Humpty-Dumpty, el que reproduzco en la entrada que le dedico. En realidad, lo que hace es fusionar este diálogo con el que mantiene la Alicia de Walt Disney con la oruga subida en la seta; la oruga cuyos aros de humo se van enredando alredeor de Alicia y flotando. Parece que todo el libro se basa en estas imágenes, de hecho. Miéville cita otros autores. A la mayoría no los conozco. No cita, sin embargo, a Mario Levrero. No sé si lo habrá leído, pero a mí me parece que el episodio de la casa bosque está claramente inspirado en el cuento La casa abandonada. Algo en la disposición de Un Lun Dun me recuerda también a Caza de conejos (la estructura en prólogo, 99 capítulos y epílogo), además de cierto surrealismo reconocidamente daliniano. Otras referencias, indirectas, que encuentro son a Terry Pratchett (el humor fantástico recuerda al de Mundodisco) y una graciosa alusión a Ron (p. 223), de Harry Potter, como el típico acompañante gracioso del héroe (¿pullita a J. K. Rowling?).
La novela es magnífica, eletrizante; el mejor Miéville. Es un placer leerla de cabo a rabo.





jueves, 14 de junio de 2012

Neal Stephenson

Yo creo que hay dos Stephenson: el de antes y el de después del Criptonomicón. Antes, dejando aparte novelas raras que no están publicadas en España o son ya inencontrables (La gran U o Zodiac), se encuentran Snow Crash y La era del diamante. A partir de Criptonomicón, Stephenson cambió de registro: del género cyberpunk pasó a una especie de ciencia ficción con trazas de novela histórica que le ha ocupado esa novela y la del Ciclo Barroco. Después, parece que la hibridación se ha consolidado en una especie de novelones que combinan ambos géneros, pero sustituyendo la historia real por una historia inventada muy verosímil y coherente. Veremos.

Stephenson, Neal, Snow Crash, ed. Gigamesh, Barcelona, 2005.
Snow Crash, 1992.

Es una novela muy divertida ambientada a medias en un Estados Unidos desunido, disgregado en una especie de tribus, constante esta en su obra, y en un ciberespacio (Metaverso) bastante animado. Aparecen personajes desde lo más central (el presidente del país, que no tiene poder ni nadie conoce) hasta lo más marginal (piratas, hackers). Hay peleas, persecuciones, intrigas, raptos, velocidad, armas... Es, como decía, muy divertida. Se lee casi de un tirón pese a su generoso número de páginas (432 en mi edición). Es una especie de versión algo paródica del género ciberpunk que la editorial, muy comercialmente, bautiza como postciberpunk. Se supone que también es de este (sub(sub))género Distracción, de Sterling, de la que ya comenté algo y la serie de Mendigos, de Nancy Kress, entre las novelas que he leído. Bueno, otra etiqueta.


Stephenson, Neal; George, J. Frederick, Interfaz, ed. B, Barcelona, 2007. Trad. Pedro Jorge Romero.
Interface, 1994.

Aunque se anunció como un thriller, o, según la contraportada, "tecnothriller", su verdadero tema es el poder del marketing político en las campañas electorales presidenciales de los Estados Unidos. Sobre la anécdota de una revolucionaria técnica para suplir el tejido cerebral dañado por las apoplejías, consistente en la implantación de un biochip en el cerebro del paciente, Stephenson y un tío suyo, el otro autor, despliegan un auténtico muestrario de técnicas de manipulación de la opinión pública a través de los medios de comunicación, especialmente la televisión, está claro, en época electoral. Resulta interesantísimo leer cómo los sociólogos, politólogos o lo que sea encargados de lanzar candidatos electorales controlan milimétricamente cada aspecto de la campaña. Cómo dividen a la población estadounidense en categorías prototípicas algo cómicas y con un punto malvado como: "mono de porche agitabiblias", "residente de sótano vendedrogas" o "esclavo del estilo de vida pretencioso". Muy ilustrador resulta también el repaso a una noticia (la de una niña intoxicada con monóxido de carbono) comentada en su devenir real y en el tratamiento periodístico que le dan con titulares sensacionalistas de escasa veracidad dirigidos a lo sensiblero e impactante. En este aspecto, como en algún otro, la novela recuerda a otra muy conocida centrada en ese tema: La hoguera de las vanidades, de Tom Wolfe.
La novela se lee, pues, más como una especie de semidocumental ficcionado que como "tecnothriller". El espacio dedicado al tema de los biochips y el psicópata suelto es muy escaso comparado con lo otro. Stephenson es un escritor muy inteligente que no cae en lo estereotípico ni convencional. Los tópicos de que toda información es manipulable, del político arribista, de la ley a medida, etc. se dan; pero también cabe la fuerza arrolladora de la sinceridad (personajes de Eleanor Richmond y del senador Marshall), la inteligencia aguda donde no se esperaría (Floyd Wayne Vishniak) y, sobre todo, la crítica a una sociedad tan fácilmente encasillable y tan, tan dirigida por los poderes en la sombra.
Si por algo es una buena novela es por esa crítica social constante. En ese sentido está a la altura de la novela de Wolfe citada.

Stephenson, Neal; George, J. Frederik, La telaraña, ed. B, Barcelona, 2008. Trad.: Pedro Jorge Romero.
The Cobweb, 1996.

Lo publicó Nova, la colección de ciencia ficción de ediciones B, pero no tiene nada de este género. Es una especie de thriller sobre las pesquisas de dos personajes independientes acerca de la posibilidad de que expertos en biología y química iraquíes estuvieran llevando a cabo experimentos para su aplicación a la guerra bacteriológica en universidades de EE.UU haciéndose pasar por estudiantes jordanos y de otras nacionalidades. Los personajes que investigan esto son: Clyde Banks, el ayudante de sheriff de la ciudad de Iowa en cuya universidad se encuentran esos raros estudiantes, y Betsy Vandeventer, analista de agricultura de la CIA.
Contra lo que pudiera esperarse, el grueso de la acción no se dedica a la narración de la lucha contra los iraquíes. La novela es una crítica despiadada de la lucha interna de las autoridades de la CIA y el FBI contra su propio personal brillante, el que no se deja someter. La analista Betsy comete el "error" de informar de que una parte de los fondos destinados por EE.UU a la compra de comida en Irak se está destinando a la compra o desarrollo de armas, dato que llega a los oídos del presidente (George Bush padre). Pese a que tiene razón, sus superiores en la CIA se ocupan de hacerle la vida imposible ofreciéndole tareas intrascendente, vetando sus peticiones, no autorizando sus solicitudes, etc. Le hacen "la telaraña" para que se canse y se largue. De ahí el título.
A Clyde Banks, que descubre que en la universidad de su pueblo están pasando cosas raras con los estudiantes le ocurre algo parecido: viene bien como hombre en el terreno pero no le dejan hacer nada ni, por supuesto, le ayudan. Leemos (p. 366): "Debes saber que actura está mal visto, Clyde. Vivimos en la posmodernidad [...]. Ir al mundo físico y hacer cosas queda simplemente más allá de la comprensión de esa gente" (se refiere a los altos cargos). Este punto, que es de los centrales de la novela, la inacción de las altas esferas frente a la actividad de los de abajo, cuesta entenderlo. Precisamente, a los norteamericanos se les acusa, no sin razón, de meter las narices en todo.
Lo mejor de la narración es, en mi opinión, la descripción de las motivaciones y estímulos de sus personajes, la lucha que sostienen por hacerse valer siquiera ante ellos mismos con sus propias familias y compañeros en contra. Stephenson es un buen escritor que soporta incluso estos thrillers que en otras manos serían algo mediocre. El relato de las partes de acción se interrumpe con divertidas digresiones stephensonianas, aquí reflexionando sobre la tecnología de los transportadores de bebé. Aparece algo de la novela anterior, Interfaz, por el hecho de que Banks se presenta como candidato a las elecciones por el Partido Republicano, pero no tiene nada que ver con lo anterior. En ciertos datos recuerda a William Gibson: los novios y amigos falsos que en realidad están espiando. Y, en general, es una novela muy ágil de personajes atrapados en situaciones de las que casi solo les podrá sacar su inteligencia y sensatez, algo que siempre se lee con placer.

Stephenson, Neal, La era del diamante, ed. B, Barcelona, 2004.
The Diamond Age, 1995.

Deslumbrante y preciosa, como el diamante del título, esta obra puede leerse casi como si se tratara de un cuento, y a ello contribuye conscientemente el escritor marcando los capítulos de cada parte con un breve resumen de su contenido, como se hacía en algunos libros antiguos, en el Quijote, por ejemplo: "Capítulo III. Donde se cuenta la graciosa manera que tuvo D. Quijote en armarse caballero". La era del diamante:"Un tete visita una modería; características notables del armamento moderno". También incluye retazos de cuentos que le cuentan a la protagonista, Nell, como parte de su instrucción proveniente del libro. Este libro del subtítulo, el Manual ilustrado para jovencitas, sirve para la educación de una joven neovictoriana y para la de la protagonista, una desahuciada social pequeña e indefensa que solo logra así salir adelante. El didactismo de Stephenson, que en su anterior novela no asomaba tanto, aquí ocupa páginas enteras; pero está de tal forma imbricado en la narración que no se siente como un aparte molesto, sino como un halago al lector, un estímulo para enriquecer su lectura hasta que llegue a la máxima comprensión del universo narrativo. Eso, a ratos, porque en otras ocasiones se muestra bastante caótico y barroco en la trama, por no decir incomprensible, como cuando Hackworth entra, sin saberse por qué, aunque luego lo explica más o menos, a la gruta submarina de los Tamborileros o cuando al final se precipitan los acontecimientos de tal manera que el lector puede tener la impresión de haberse saltado partes, por lo confuso que es esto después de la claridad anterior. El libro es todo él hechizante, si bien en algunos capítulos como el de la obra de teatro interactiva en el barco, alcanza cotas insuperables. Además de ese didactismo incipiente, muestra retazos de ese humor irónico e inteligente que desarrollará en los libros siguientes, como cuando Hackworth reflexiona que la composición de una salsa sería: "Agua, melaza negra, pimienta importada de La Habana, sal, ajo, jengibre, tomate triturado, grasa de eje, genuino humo de nogal, rapé, colillas de cigarrillos de clavo, posos de fermentación de cerveza negra Guinness, restos de trituradora de uranio, núcleos de silenciadores, glutamato monosódico, nitratos, nitritos, nitrotos y nitrutos, nitrosa, natrilos, pelos de hocico de cerdo en polvo, dinamita, carbón activado, cabezas de cerillas, limpiapipas usados, nicotina, whisky de malta, nodos linfáticos ahumados de ternera, hojas otoñales, ácido nítrico de vapores rojos, carbón bituminoso, lluvia radiactiva, tinta de imprimir, almidón de lavandería, limpia desagües, asbesto de crisólito azul, E-250, E-320 y potenciadores naturales del sabor". Ahí es nada.

Stephenson, Neal, Criptonomicón, ed. B, Barcelona, 2004
Cryptonomicon, 1999.


Publicada en tres tomos, en realidad es una única novela bastante larga que también se publicó junta. A mí, después de las dos anteriores, me desconcertó mucho el cambio. De la ciencia ficción a la historia de la ciencia y a la ficción, por separado. No me gustó el derrotero, aunque la he leído dos veces y además la recuerdo bien, con buen sabor de boca. El aporte ficticio no se limita a la trama de los hackers informáticos, ámbito preferido de Stephenson, sino que invade también la parte histórica, y ahí consigue logros como el de la isla que se inventa por Inglaterra, Qwghlm, con su idiosincrásica mezcla angloirlandesa; la otra isla que está por las Filipinas; el libro (inventado) de códigos secretos para enviar mensajes en clave, el Criptonomicón que titula la novela, etc. Cambia mucho el tono después de los otros, porque lo que se dice ciencia ficción, no es; si acaso, esta chapotea en los fragmentos sobre informática: el espionaje a través de las pulsaciones de las teclas, y poco más. Flirtea mucho con la novela histórica, género que detesto, en aventuras de batallitas de la guerra del Pacífico, ataque a Pearl Harbour incluido. Esa es, en mi opinión, la peor parte del libro, la más aburrida, pesada y patriotera.
En esta narración irrumpe con fuerza el didactismo. Con motivo de un paseo en bici, se presenta un problema de física; con motivo del intercambio de mensajes cifrados de los aliados en la Segunda Guerra Mundial, se detallan un par de procesos de codificación, muy explicaditos para que todo se entienda... En una novela tan larga hay, claro, digresiones, que aportan variedad, profundidad psicológica sobre los personajes y humor. Por ejemplo, la teoría de los hombres que se dejan barba que escribe la expareja de Randy Waterhouse (¡qué lejos queda el Cid!); o las ideas de este sobre la cuchara ideal para tomar los cereales con leche y que sigan crujientes. La novela, repito, ahora descubro que me gusta más de que creia; pero ya digo que es decepcionante comparada con las anteriores porque tiene muy poco en común con ellas. Por esta decepción y el rollo que me supuso leer las historietas bélicas en el Pacífico, pasé del Ciclo Barroco pensando que sería más de lo mismo. Ahora, reconciliado a medias con el autor, a lo mejor me pongo con ello.

Stephenson, Neal, Anatema, ed. B, Barcelona, 2009.
Anathem, 2008

Uf, es un novelón verdaderamente apabullante. A primera vista asusta por sus dimensiones: un libro muy voluminoso, en tapa dura, con más de 700 páginas de apretada letra y pocos márgenes (su precio también puede asustar: 29 euros).
Nada más empezar a leerlo, uno se pregunta de qué va eso: unos monjes  y monjas (fras y sures: juntos son los avotos) que no son religiosos pero viven aislados y celebrando rituales en que tocan campanas; duermen en celdas, etc. Las primeras páginas -las primeras 250 largas, nada menos- son como para entrar en situación, una presentación, y puede costar superarlas. Los protagonistas, fra Erasmas y sus amigos, se dedican a dialogar (establecen Diálogos, con mayúscula) sobre, atención, geometría, historia, matemáticas, física, química, etc. Además, se describe con todo lujo de detalles (es desesperante) cómo es un reloj con una especie de péndulos que abren puertas cada año, cada diez, cien o mil; cómo es la vida en el Cenobio (el convento ese); los estudios que cursan los avotos, cómo visten y calzan, cómo son los jardines, las costumbres, los controles, los castigos (el temible Libro), etcétera, etcétera. Luego, muuuuy lentamente, va despegando la acción, nos adentramos en la trama, el nudo, que es (lo digo porque ya se anuncia antes y porque lo pone en la contraportada) el descubrimento de una nave alienígena orbitando Arbre (este es su planeta, no la Tierra). El resto hasta el desenlace, que no aclararé aquí, son los intentos de contactar con la nave y sorprender a los alienígenas porque han demostrado que entre ellos hay al menos dos facciones, una de las cuales es hostil a los de Arbre. Bueno, evidentemente, contactan, casi al final, y ahí paro el resumen.
Veamos, en la novela se explica todo, todo, todo. Se dialoga y si no se entiende algo, un personaje pregunta algo y otro lo aclara. Se intercalan profusas explicaciones sobre el desarrollo histórico del planeta; se inicia con una "escueta cronología de la historia de la historia de Arbre"; se incrustan fragmentos del Diccionario, 4ª edición, 3000 a.R.,  con términos que, además, se recogen al final en un glosario; se incluyen tres "calcas" (explicaciones) sobre geometría, y, "last but not least", el autor incluye un epílogo con las fuentes en que se ha basado para su novela, que son, sobre todo, de índole filosófica y de física cuántica. Stephenson dice que se atrevió a escribir "una novela sobre el platonismo" y que "si Anatema fuerse un ensayo, las partes donde se habla de filosofía y ciencia estarían salpicadas de notas al pie". Pero no nos asustemos. Es narración, no ensayo físico-filosófico, y a ratos asoma el informático gamberro que encanta al autor por boca del que considero su personaje favorito: Sammann, el Ati: "¿Sureaasian? Subasta de reputación, abierta, asincrónica y simétricamente anónima. No te molestes en intentar entenderlo". (Será lo único que no debemos molestarnos en entender de todo el libro).
En fin. Y tanto conocimiento, ¿para qué? Pues yo pienso que para que la experiencia de la lectura sea más intensa, porque al ofrecerse tantas explicaciones, si el lector las ha comprendido, está en plano de igualdad con el protagonista, y de este modo empatizará naturalmente con él y su identificación será más completa y enriquecedora que de otra forma, que si apela a la vía emotiva, por ejemplo. Es decir, después de tantas horas (páginas) de escuela, nosotros somos también el protagonista en el sentido de que compartimos objetivos y puntos de vista con él. Stephenson no es emotivo; es intelectual, y esa vía es larga, ardua y difícil, pero si se consigue, y aquí es así, se termina el libro con la impresión de haber aprendido algo, de ser más listo, vaya, y en esto radica, para mí, el (in)genio de Stephenson.