viernes, 22 de junio de 2012

China Miéville. Toda su bibliografía en castellano

China Miéville, escritor (hombre) inglés, saltó a la fama con  La estación de la calle Perdido, novela de fantasía original, larga, barroca, densa y deslumbrante, a la que siguieron otras dos ambientadas en el mismo universo, el del Bas-Lag, creación suya y que no parece inspirada directamente en Tolkien, lo cual es destacable en un libro de este género. A raíz del éxito, se han publicado en España otras novelas suyas: la primera y la última. Paradójicamente, también se han dejado de publicar otras que ya estaban, como El Azogue.
El viaje de Miéville al reino de la fantasía ha sido de ida y vuelta hasta el momento, pero yo creo que volverá: un autor con tal capacidad inventiva no puede quedarse en la realidad mucho tiempo. De hecho, comparadas con la exuberante fabulación del mundo de Nueva Crobuzón, parecen más realistas de lo que son las otras novelas que voy a comentar; pero su grado de ilusión es también sumamente elevado.
En esta entrada aparecen toda su obra publicada en español.

Miéville, China, El azogue, ed. Interzona, Buenos Aires,  2006. Trad. Marcelo Cohen.
The Tain, 2002.

En capítulos alternos se nos narra paralelamente la historia de Sholl, un superviviente de la guerra que ha devastado Londres, y la de un imago, enemigo de los seres humanos. Los imagos son seres habitantes de los espejos, obligados a reflejarnos por siglos desde que perdieron la anterior batalla contra el legendario Emperador Amarillo. Ahora, han encontrado la forma de escapar y el resultado se nos muestra en un Londres desértico, de pocos seres humanos asustados y huidizos. Los imagos han ganado la guerra, pero el protagonista Sholl no se resigna: busca una salida. En un camino paralelo, su homólogo imago se cruzará con él, buscando también una respuesta, en este caso más existencial. Al final, las historias de ambos, en un bello juego literario, se cruzarán simétricamente como reflejadas.
El juego de los espejos que reflejan Londres se retomará, de otra forma, en Un  Lun Dun.
La novela, corta (apenas 100 páginas), es interesante pese a los cabos sueltos y falsas pistas que deja en el camino. El tema invita a un tratamiento más extenso, tanto de la rebelión de los imagos como de la guerra y sus consecuencias. El final también reclama mayor extensión. Sin embargo, merece la pena leerse. Se basa en una de las entradas de El libro de los seres imaginarios: "Animales de los espejos", de Jorge Luis Borges y Margarita Guerrero, maravilloso bestiario fantástico. A mí me recordó una novela infantil-juvenil que leí cuando iba al colegio y que recuerdo con mucho cariño, aunque no la he releído desde entonces ni la tengo en mi biblioteca: se trata de La rebelión de los espejos, de Stella Maris Moragues Fedele. Si no me falla la memoria, el argumento era bastante parecido. En un bellísimo cuento de las Fábulas y leyendas de la mar, del excelente Álvaro Cunqueiro leemos: Hubo una época en la que, en el mundo, mandaba un gran pez terrible, asistido de un poderoso ejército escamoso, los cuales ejercían sobre el hombre y los animales no acuáticos una terrible tiranía. Pero un día un gran emperador misterioso logró, tras cruentas batallas y por medio de grandes magias, encerrar al gran pez y a sus ejércitos en un espejo... ¿Habrá leído Miéville a Cunqueiro?
Este libro, el de Miéville, fue publicado el mismo año que La cicatriz, en plena efervescencia fantástica. Merece reeditarse, ya que es difícil de encontrar en español: la editorial Interzona no es grande y es argentina: solo editó 1.500 ejemplares ya inencontrables. 
Leer a Miéville es un placer. Ojalá traduzcan y pongan a la venta pronto sus novelas pendientes.

Miéville, China, El Rey Rata, ed. La Factoría de Ideas, Madrid, 2008. Trad. María Xoubanova Vázquez. 
King Rat, 1998.

Se trata de una inesperada revisión o epílogo del extraño pero muy conocido cuento El flautista de Hamelín. Y digo extraño porque es un cuento popular sin héroe y sin final feliz, donde el pueblo no queda bien parado y sufren los más inocentes: los niños, por no hablar de las ratas, que tampoco eran tan malas. Ambiguo, por tanto, muy adecuado para la base de una novela fantástica con toques negros.
Está ambientado en Londres y es muy urbano, pero el Londres que aparece es de callejones sin salida con cubos de basura -más parecidos en su imagen a los que aparecen en algunas pelis de Nueva York-; tejados inclinados y cornisas; oscuros túneles de metro; estaciones abandonadas; mohosas barcas en el río Támesis; calles recorridas a toda velocidad por una bici y, sobre todo, la ciudad bajo la ciudad: las cloacas. Está claro que el autor necesita una urbe a su medida para desarrollar adecuadamente la trama de sus narraciones, y esa será la Nueva Crobuzón posterior, cuyo germen vemos en este fantasmal Londres.
Aparecen curiosos personajes, también híbridos, que circularán libres por sus novelas posteriores. Simplemente diré que es muy original que en literatura se presenten animalizaciones literales (los reyes de las ratas, de las arañas -Anansi- y de los pájaros -Loplop-) con forma humana: algo más propio del teatro y que parece que el autor tomó de una representación de pantomima que vio de niño, según se cuenta en una Nota sobre el autor al final del libro.
Los jóvenes protagonistas son lo que en España llamaríamos "bakalas", sin sus connotaciones de drogadictos pasados de vueltas y "malotes". Estos son buenos chicos, apasionados de la música jungle: en fragmentos descriptivos aparece un amplio repertorio de términos musicales: boom, drum'n'bass, línea de bajo, samples, loopear, etc.
Hay un detective inteligente y tenaz: Crowley. Reaparecerá en el Borlú de La ciudad y la ciudad y en el Baron de Kraken.
En definitiva, a mí me parece una buena novela y me gusta el toque que le da la música electrónica, muy de los últimos noventa. Aquí hay una canción del año en que se escribió el libro, el 97, de música electrónica con flauta: Ali Baba, de Dreadzone. No es jungle, creo, asi que se puede escuchar plácidamente.

Miéville, China, La estación de la calle Perdido, ed. Puzzle, Madrid, 2006. Trad. Carlos Lacasa y Manuel Mata.
Perdido Street Station, 2000.

Nueva Crobuzón era la ciudad que reclamaba Miéville y que construyó a medida, con sus barrios dedicados a las diferentes extrañas razas que la habitan, y con su mundo alrededor, el del Bas-Lag. La ambientación ocupa muchas páginas que algunos leerán con agrado y a otros les resultarán tediosas por ralentizar la acción. A mí me gustaron porque las considero lo principal, más allá de la historia del garuda sin alas o los seres voladores que envenan el sueño de los urbanitas. La construcción de un universo con su geografía, estados, historia, culturas, habitantes, flora y fauna, leyes, etcétera, no es algo fácil, y el autor lo consigue, así como alejarse, escaparse de la realidad, lo cotidiano. Es un universo absolutamente remoto, sin referencias al mundo habitual. Resulta muy complicado conseguir este empeño sin fisuras, de un modo coherente, y yo creo que Miéville lo consigue sobradamente. Por otra parte, la acción en sí, el aspecto narrativo, es atractivo y atrapante: una sucesión de clímax y anticlímax esporádicos que aceleran de la mitad hacia el final y que mezclan varias tramas de formas insospechadas, a lo que contribuye cierto surrealismo reconocido y reconocible en, por ejemplo, las figuras de los rehechos o en, una de mis favoritas, las Tejedoras, "gigantescas arañas multidimensionales" (esto pone en el artículo de la Wikipedia sobre el Bas-Lag), o la embajada del Infierno en la ciudad.
Una fantasía de este calibre para mí se encuentra a la altura de La historia interminable o El señor de los Anillos, más cercana al primero, sin ser tan blanca, que al segundo. Repito que me parece destacable que alguien escriba fantasía pasando de Tolkien, que bastantes imitadores tiene ya.
Se suele etiquetar este libro y los de este tipo como "steampunk": toques victorianos, magia, oscuridad, poderes, barroquismo, preciosismo en la maquinaria, etc. Bueno, etiquetas.

Miéville, China, La cicatriz, ed. La Factoría de Ideas, Madrid, 2002. Trad. Manuel Mata Álvarez-Santullano.
The Scar, 2002.

Se alude a los hechos de la novela anterior como sucedidos hace tiempo, pero no aparecen los mismos personajes ni siquiera el mismo lugar: se pueden leer por separado, aunque es mejor respetar el orden para que la inmersión en el peculiar universo narrativo sea más completa.
La protagonista, la lingüista Bellis Gelvino, realiza un viaje por mar cuando el barco en el que viaja de vuelta a Nueva Crobuzón es secuestrado por unos piratas que lo llevan a la ciudad flotante de Armada, compuesta de barcos. El escenario cambia, ya que aparecen las islas de los Anophelii, el Océano Hinchado, la alucinante ciudad submarina de Salkrikaltor, la cicatriz del título, etc.
A mí me gustó más que el anterior; está mejor, lo cual tiene mucho mérito en una (cuasi)continuación. La acción es trepidante, con sus remansos; las criaturas, más inquietantes aún (aparece un vampiro amable; los odiosos grindylow; los anophelii); la magia es original y se mezcla con, sorprendentemente, trazas de novela de espionaje (el pasaje de la fábrica de brújulas) y extraños ritos y figuritas que recuerdan, vagamente, al Lovecraft de Cthulhu... Las descripciones y la acción de algunas partes quitan el aliento y el final es, literalmente, alucinante (delirante, onírico, irreal). Desde luego, con este libro se puso el listón muy alto.
Actualmente es inencontrable, ya que no se ha reeditado desde su primera edición, que se liquidó a 5 euros hace unos años. La editorial esta sigue unas líneas un tanto erráticas: si te gusta un libro suyo, conviene adquirirlo cuanto antes o esperar que lo liquiden, pero sin demorarse mucho porque te quedas sin él.
La ilustración de cubierta, de Edward Miller, es tan bella que merecería la pena tener el libro solo por verla.

Miéville, China, El Consejo de Hierro, ed. La Factoría de Ideas, Madrid, 2005. Trad. Manuel Mata Álvarez-Santullano.
Iron Council, 2004.

De las tres novelas del universo del Bas-Lag, es la más floja y aburrida. Dedica muchas líneas a la exposición de ideas políticas de tipo comunista. Nada que objetar en lo político, pero en una novela fantástica, estas ideas resultan chirriantes o, mejor dicho, resulta chirriante que no estén especialmente conectadas con la historia. Desde el punto de vista fantástico, lo más interesante son las aproximaciones de los del tren a la Mancha Cacotópica resultante de la Torsión en esa zona, donde "el espacio y el tiempo están enfermos". Aparece la magia de los gólems y, por otra parte, es muy interesante el desarrollo de la guerra fría entre Nueva Crobuzón y Tesh, guerra en la que esta última ciudad estado lanza terribles ataques taumatúrgicos contra sus enemigos.
El resto, ya digo, es un tanto banal y tedioso. No conviene comenzar a leer a Miéville por esta novela, o se corre el riesgo de no leer ninguna más. Cuesta llegar a la última de sus 428 páginas, aunque de momento no llegará nadie hasta que no lo reediten.
Un asunto algo espinoso es que, como diré más abajo al comentar La ciudad y la ciudad, el autor se "olvida" de agradecer a otros escritores sus contribuciones o aportaciones. Es decir, en una novela de 1974 titulada Un mundo invertido (Inverted World), de Christopher Priest, que comento en otro lugar, la localización principal es una ciudad rodante que avanza sobre unas vías que se van desmontando por detrás y colocando por delante. O sea, justo como El Consejo de Hierro. Mucha casualidad, ¿no?


Miéville, China, La ciudad y la ciudad, ed. La Factoría de Ideas, Madrid, 2012. Trad. Silvia Schettin Pérez.
The City & the City, 2009.

Como es habitual en los libros de autores ingleses y estadounidenses, al comienzo  de este se incluye una página de agradecimientos donde Miéville dice sentirse en deuda con, entre otros, los escritores Chandler, Kafka, Kubin, Morris y Schulz. Vale. ¿Dónde cita la deuda contraída con Jack Vance? Porque resulta que el planteamiento de la novela es casi exactamente igual que el del cuento de Vance Ulan Dhor, del libro La Tierra moribunda, 1950, que fue publicado por Ultramar en España en 1986.
Según avanzaba en la novela, sentía una fuerte impresión de déjà vu, de estar leyendo una ampliación del cuento de Vance, hasta el punto de que me costaba centrarme en la historia de Miéville. No contribuye a despejar ambigüedades el hecho de que una de las ciudades se llame Ul Qoma, nombre muy parecido al del héroe de Vance Ulan Dhor, ni que en el subsuelo de Ul Qoma aparezcan extraños artefactos parte de una maquinaria de los antiguos pobladores de la ciudad, mientras que en el cuento Ulan Dhor los habitantes de Ampridatvir viven sobre una inmensa maquinaria que espera despertar. Los habitantes del cuento de Vance se dividen en los Verdes y los Grises, y no se ven unos a otros: se ignoran profundamente a causa de los colores de su ropa. Esta selección cromática es constante en la obra de Miéville. Leemos en la página 120 de Vance: "Los verdes se detenían junto a tenderetes pintados de verde [...] Vio dos grupos de chiquillos [...] jugando a diez pasos de distancia, sin dirigirse los unos a los otros ni la más leve ojeada". En la página 195 del libro de Miéville leemos: "Hay lugares [...] donde los niños ulqomnos y los niños beszelíes trepan cada uno a un lado del otro y obedecen las instrucciones susurradas de sus respectivos padres para que se desvean". Bueno, hay bastantes más concomitancias. ¿Qué dice China de esto? En una entrevista para un blog en inglés que parece ser de arquitectura, BLDGBLOG, dice que hay analogías de ciudades divididas en el mundo real y que C. J. Cherryh escribió un libro con una ciudad dividida al igual que, en cierto modo, hizo Jack Vance. En otra entrevista que reproducen varios blogs en inglés, dice que le gusta el ciclo de La Tierra Moribunda (Dying Earth) de Vance. Bueno. Yo creo que debería reconocer y aclarar la inmensa inspiración que ha recibido de este autor, que es evidente para cualquiera que lea ambos libros.
Y centrándonos en La ciudad y la ciudad, hay que decir que es una narración que, como las ciudades de Ul Qoma y Beszél, está tramada entre fantasía y novela negra, lo cual la hace muy atractiva por su indefinición: no se sabe de qué lado va a caer finalmente. Creo que este es el mayor acierto de la novela. Se lee muy rápido y es apasionante, si bien algunos aspectos no convencen del todo: la Brecha, si es lo que se dice en la página 246 (no voy a desvelar nada para el que no lo haya leído), no cuadra con que sea algo que hace desaparecer para siempre a los que atrapa, y como esto algo más: el fondo ese de la división tan rígida pero tan quebrantable es bastante inverosímil, pero ya digo que atrapa irremisiblemente al lector.
Esta es su última novela publicada en España, pero es de 2009 y desde entonces ha publicado en inglés al menos otras dos: Embassytown, de ciencia ficción, y Railsea. Ojalá vean pronto la luz en el mundo hispano, así como algunas antiguas inéditas por aquí, como Kraken. Es un gran escritor que todo lector de ficción debe conocer.

Miéville, China, Kraken, ed. La Factoría de Ideas, Madrid, 2013. Trad. Beatriz Ruiz Jara.
Kraken, 2010.

Aunque su arranque -el robo de un calamar gigante del museo de Historia Natural de Londres con la consiguiente llamada a la policía- podria hacer suponer que nos encontramos ante una novela realista, pronto queda claro que no es así. Los elementos mágicos irrumpen con fuerza desdibujando una ciudad más o menos normal para dar paso a una gigante colmena de cultos esotéricos plagada de fenómenos paranormales.
La inspiración del fondo del relato: la ciudad de Londres considerada como objeto de culto, parece haber surgido de los párrafos iniciales del capítulo 13 de la novela  Howards End (1910), de E. M. Forster. En estos magistrales párrafos (es difícil encontrar párrafos que no lo sean en Forster), leemos: "Londres podría ser la cuna de una nueva religión; no la religión decorosa de los teólogos, sino una religión antropomórfica y cruda". Antes dijo: "Ya no está de moda hablar mal de Londres [...]. Londres fascina. Su imagen es la imagen de un cuerpo gris y palpitante, de una inteligencia sin objeto, de una excitación sin amor; un espíritu que cambia sin dar tiempo a que se escriba su crónica; un corazón que late sin pulsación humana, más allá de cualquier otra cosa". Recuérdese lo que he subrayado cuando se lea el final de Kraken.
Como es habitual en Miéville, dos tramas entrelazadas se superponen desde el principio alternándose, cruzándose, encontrándose y desviándose: la búsqueda del calamar gigante, considerado un dios por una de las sectas londinenses (los teuthis o "krakis"), y la indagación de las causas del robo, sin sentido aparente, llevada a cabo por varias facciones que a veces se ayudan y a veces se estorban entre sí. Están los buenos: Billy Harrow con los teuthis y la policía, sin actuar juntos; y los malos: los demoniacos Goss y Subby y la despiadada banda del Tatuaje. Paralelamente, la inocente Marge, novia de Leon, asesinado en el capítulo 9 por Goss y Subby, emprende la peligrosa búsqueda de su novio primero y la venganza después por un camino que la llevará a recorrer cultos y  extrañas embajadas: la del mar. Esto recuerda la embajada del Infierno de La estación de la calle Perdido. Otra imagen original de Miéville, retomada de El Rey Rata, es la chica pegada a unos auriculares. En este caso, Marge adquiere un viejo iPod con un genio que se alimenta de música, un "guardacorde". Si va escuchándolo cuando haya problemas, correrá menos peligro. El genio funciona mejor con unas canciones y grupos que con otros. Miéville los detalla en una simbiosis increíble de magia, peligro, talismán y música pop que resulta sencillamente genial. El capítulo donde Margie compra el iPod, el 59, es asimismo profético. Su autor va dando pistas de cuál será el final sin que por ello deje de sorprendernos cuando llega.
La novela es trepidante desde el principio. Miéville sitúa como protagonista a un joven ignorante alrededor del cual se va desarrollando un fantasmal y brutal entramado que lo anonada a él a la vez que a nosotros, logrando nuestra empatía completa de lectores. Los impactos iniciales no decaen y la novela alterna descubrimientos, tramas, personajes, acciones, persecuciones, escapadas, violencia, suposiciones, revelaciones, pistas, falsas pistas, apariciones y magia a un ritmo creciente que alcanza cotas verdaderamente delirantes que impedirá al lector cerrar el libro. En ese sentido, más allá de que suscite profundas reflexiones, el libro es una obra maestra en su género. Es alucinante.
Por ponerle una pega, creo que merecida, es una obra cuyo único espacio es Londres: sus calles, arrabales, suburbios, lugares secretos... Quizá la nota de amor a la ciudad es muy subida. No conozco Londres, pero dudo que sea el cielo en la tierra, y tanta alabanza huele a chovinismo: "El puto Soho estaba de lo más encantador esa noche [...]. Marge jugaba con sus amigos y, simplemente, estaba en Londres". Suficiente para ser feliz. Hacia el final del libro cobrarán mucho protagonismo los "londromantes", consagrados a la adoración de su ciudad. Es parte de la ficción, pero tanto caerse la baba es chovinismo, o quizá interés político, además de que al autor le guste su ciudad, claro; pero es exagerado. De todos modos, la novela es apabullante; atrapa sin remisión a quien la empiece. Chapó.

Miéville, China, Embassytown. La ciudad Embajada, ed. Fantascy, Barcelona, 2013. Trad. Gemma Rovira.
Embassytown, 2011.

Por alguna razón, las pocas veces que se ha producido la unión de lingüística y ciencia ficción no ha dado buenos frutos. Seguramente, porque como dijo Chomsky, si un extraterrestre observara las lenguas humanas, llegaría a la conclusión de que todos hablamos la misma con ligeras variantes. O sea, que no podemos trascender nuestra capacidad lingüística ni, por tanto, imaginar algo que se salga de los modelos ostensión-inferencia y codificación-descodificación. Tampoco funciona lo de relacionar fonemas y psicología, algo que parece gustar a autores anglosajones (Jack Vance, Tolkien, Lovecraft, por citar algunos).
China intenta, en su primer libro de ciencia ficción, imaginar este imposible concibiendo unos extraterrestres cuyo lenguaje no cumple las características humanas de inmotivación o arbitrariedad de la palabra respecto a su concepto. La relación entre palabras y "cosas" es sumamente compleja, y es un motivo de estudio clásico de la filosofía y la lingüística que, en cierto sentido, quedó ya zanjado por Saussure en su Curso, por no hablar de Aristóteles ("las palabras habladas son símbolos"). Saltarse este principio para terminar cayendo en él es querer reinventar la rueda, y es la sensación que da cuando se termina de leer este libro. El motor de la acción es la alteración que supone en los extraterrestres escuchar su lengua de boca de unos peculiares humanos (la lengua de los Anfitriones, los "Ariekei", solo es entendida por ellos si es emitida por dos hablantes simultáneamente). Estos embajadores producen en los alienígenas un éxtasis comparable al de la droga que les induce a cometer actos violentos. La solución final vendrá por el descubrimiento de que los alienígenas son capaces, si se esfuerzan, en comprender y emitir palabras no motivadas por sus conceptos o referentes. Lo dicho: volvemos a la rueda. Además, el tema lingüístico es arduo y, aunque pueda parecerlo, se presta poco a la fabulación. Yo mismo, que por trabajo, estudio y placer leo mucho sobre lingüística, encontré la novela poco interesante y pesada. Seguro que alguien con menos interés en la materia la puede encontrar peor aún. La lingüística, por cierto, ya la introdujo Miéville con mayor éxito en otra de sus novelas: La Cicatriz, cuya protagonista es intérprete.
Mejor hubiera sido, en mi opinión, que explotara otros hallazgos como los de la cohabitación planetaria entre varias razas inteligentes, la fabricación de objetos semivivos o la exploración espacial tan original que plantea (el "ínmer"). Pero incluso para esta forma de recorrer el espacio recurre a términos lingüísticos sausserianos: "Este espacio donde vivimos [...] es la langue de la que nuestra realidad es una parole" (p. 48). El Curso de Saussure es un monumento, de acuerdo, aunque debemos reconocer que no vale para todo. Estos hallazgos, decía, lo mejor, aparecen como telón de fondo de una confusa historia sobre drogas lingüísticas, planes políticos de alto nivel y guerras absurdas.
Si por algo destaca la novela es por su atrevimiento; también es reseñable la gracia de la voz narradora, la de la protagonista, la inmersora Avvie; aunque visto de otra forma, la primera persona en una novela de este tipo, no centrada en lo psicológico o vivencial también puede verse como una limitación autoimpuesta por torpeza, un lastre más.

Miéville, China, Un Lun Dun, ed. Oz, Barcelona, 2015. Trad. Gema Facal y Joan Eloi Roca.
Un Lun Dun, 2007. 

Se supone que esta novela se dirige a un público adolescente, juvenil, aunque más allá de que la protagonice una quinceañera, puede leerse como cualquier otra de su autor; no es infantil ni facilona, en absoluto.
El relato está plagado de juegos literarios y metaliterarios, con referencias claras a la Alicia de Carroll y a otras obras. Seguramente, el argumento principal del libro se basa en el diálogo que mantiene Alicia con la oruga en la película de Walt (comentaré algo sobre esto al final).
El argumento es el siguiente: Zanna y Deeba, dos amigas de colegio y barrio, se encuentran, tras una serie de hechos raros (los animales las miran; gente que no conocen saluda a Zanna) persiguiendo a un paraguas roto por las calles de su barrio. Lo siguen hasta un sótano donde, tras dar vueltas a una especie de rueda/manivela, se encuentran en otra ciudad gemela de Londres: Alondres (la recreación del arranque de Alicia está clara). Allí el sol es el "asol", la luna es "muna", la basura está viva, etc. En Alondres, Zanna es saludada como la "Shuasí": la choisi en francés: la elegida. Se supone que es quien salvará la ciudad del ataque del terrible Esmog: una nube de sucio humo negro que se alimenta de fuego. Zanna, que realmente no hace gran cosa, encontrará un valiosísimo aliado en su lucha: Rotanrol, el Pasagüísimo, señor de los pasaguas: los paraguas rotos. Tras un ataque del Esmog a Zanna, no previsto por el Libro parlante, repleto de profecías fallidas y datos poco útiles, las amigas regresan a Londres a tiempo para evitar que el peligroso "efecto flema" haga que las olviden del todo sus familias y amigos. Ahí podría terminar el libro, cuando llevamos un tercio de la novela, entre los capítulos 30 y 33. Sería una novelita corta original, algo coja pero válida. Sin embargo, en un sorprendente giro que arrastrará otros cambios imprevistos y cada vez más y más sorprendentes y difíciles, el autor se supera a sí mismo arrancando la verdadera novela que llevaba dentro y que nos sumergirá en un mundo de bibliotecas interconectadas por kilómetros de abismos de repisas repletas de libros (la Fosa Recogepalabras); de barrios totalmente habitados por fantasmas (Espectralia) muy eficaces con la burocracia; de peligrosas jirafas carnívoras; huidas desesperadas; casas convertidas en junglas mortales; palabras que cobran vida; catedrales ocupadas por Viudanas Negras  (escalofriantes arañas gigantes que transportan ventanas a otros mundos, recuerdo de las Tejedoras de La estación de la calle Perdido), armas delirantes, capturas, escapadas, planes, traiciones, muertes, encuentros, desencuentros, apariciones y desapariciones... Personajes como los rehechos, cartones de leche animados (la mascota Cuajo), los binjas (cubos de basura luchadores como el de la portada), buzos misteriosos (Skool), animales de todo tipo, fantasmas, semifantasmas... lo más exótico aquí puede que sea la ministra de medio ambiente (Elizabeth Rewley). La variedad y suspense de las situaciones y personajes deja sin aliento. Es increíble cómo se suceden las maravillas a un ritmo frenético en una lectura a varios niveles: la historia, las referencias, la novela de género y la huida de los tópicos genéricos.
Miéville evita específicamente caer en tópicos fantásticos, a veces negándolos sin más (los gatos son, precisamente, los animales que menos interés tienen en el viaje entre dos mundos), otras veces parodiándolos (la protagonista, que finalmente será Deeba y no Zanna, es la "deselegida"; debería pasar por las típicas pruebas heroicas ("-¿Qué se supone que tenía que hacer? [...]. -Bueno... -dijo el libro-. Era lo típico de una elegida. Siete pruebas y en cada una recogería uno de los antiguos tesoros de Alondres. Al final, conseguiría el arma más poderosa de toda la aburbe", p.225). El Libro parlante se equivoca...
La referencia más reconocible es, decía, Alicia, de Carroll. Miéville recrea versionándolo el célebre diálogo entre Alicia y Humpty-Dumpty, el que reproduzco en la entrada que le dedico. En realidad, lo que hace es fusionar este diálogo con el que mantiene la Alicia de Walt Disney con la oruga subida en la seta; la oruga cuyos aros de humo se van enredando alredeor de Alicia y flotando. Parece que todo el libro se basa en estas imágenes, de hecho. Miéville cita otros autores. A la mayoría no los conozco. No cita, sin embargo, a Mario Levrero. No sé si lo habrá leído, pero a mí me parece que el episodio de la casa bosque está claramente inspirado en el cuento La casa abandonada. Algo en la disposición de Un Lun Dun me recuerda también a Caza de conejos (la estructura en prólogo, 99 capítulos y epílogo), además de cierto surrealismo reconocidamente daliniano. Otras referencias, indirectas, que encuentro son a Terry Pratchett (el humor fantástico recuerda al de Mundodisco) y una graciosa alusión a Ron (p. 223), de Harry Potter, como el típico acompañante gracioso del héroe (¿pullita a J. K. Rowling?).
La novela es magnífica, eletrizante; el mejor Miéville. Es un placer leerla de cabo a rabo.





jueves, 14 de junio de 2012

Neal Stephenson

Yo creo que hay dos Stephenson: el de antes y el de después del Criptonomicón. Antes, dejando aparte novelas raras que no están publicadas en España o son ya inencontrables (La gran U o Zodiac), se encuentran Snow Crash y La era del diamante. A partir de Criptonomicón, Stephenson cambió de registro: del género cyberpunk pasó a una especie de ciencia ficción con trazas de novela histórica que le ha ocupado esa novela y la del Ciclo Barroco. Después, parece que la hibridación se ha consolidado en una especie de novelones que combinan ambos géneros, pero sustituyendo la historia real por una historia inventada muy verosímil y coherente. Veremos.

Stephenson, Neal, Snow Crash, ed. Gigamesh, Barcelona, 2005.
Snow Crash, 1992.

Es una novela muy divertida ambientada a medias en un Estados Unidos desunido, disgregado en una especie de tribus, constante esta en su obra, y en un ciberespacio (Metaverso) bastante animado. Aparecen personajes desde lo más central (el presidente del país, que no tiene poder ni nadie conoce) hasta lo más marginal (piratas, hackers). Hay peleas, persecuciones, intrigas, raptos, velocidad, armas... Es, como decía, muy divertida. Se lee casi de un tirón pese a su generoso número de páginas (432 en mi edición). Es una especie de versión algo paródica del género ciberpunk que la editorial, muy comercialmente, bautiza como postciberpunk. Se supone que también es de este (sub(sub))género Distracción, de Sterling, de la que ya comenté algo y la serie de Mendigos, de Nancy Kress, entre las novelas que he leído. Bueno, otra etiqueta.


Stephenson, Neal; George, J. Frederick, Interfaz, ed. B, Barcelona, 2007. Trad. Pedro Jorge Romero.
Interface, 1994.

Aunque se anunció como un thriller, o, según la contraportada, "tecnothriller", su verdadero tema es el poder del marketing político en las campañas electorales presidenciales de los Estados Unidos. Sobre la anécdota de una revolucionaria técnica para suplir el tejido cerebral dañado por las apoplejías, consistente en la implantación de un biochip en el cerebro del paciente, Stephenson y un tío suyo, el otro autor, despliegan un auténtico muestrario de técnicas de manipulación de la opinión pública a través de los medios de comunicación, especialmente la televisión, está claro, en época electoral. Resulta interesantísimo leer cómo los sociólogos, politólogos o lo que sea encargados de lanzar candidatos electorales controlan milimétricamente cada aspecto de la campaña. Cómo dividen a la población estadounidense en categorías prototípicas algo cómicas y con un punto malvado como: "mono de porche agitabiblias", "residente de sótano vendedrogas" o "esclavo del estilo de vida pretencioso". Muy ilustrador resulta también el repaso a una noticia (la de una niña intoxicada con monóxido de carbono) comentada en su devenir real y en el tratamiento periodístico que le dan con titulares sensacionalistas de escasa veracidad dirigidos a lo sensiblero e impactante. En este aspecto, como en algún otro, la novela recuerda a otra muy conocida centrada en ese tema: La hoguera de las vanidades, de Tom Wolfe.
La novela se lee, pues, más como una especie de semidocumental ficcionado que como "tecnothriller". El espacio dedicado al tema de los biochips y el psicópata suelto es muy escaso comparado con lo otro. Stephenson es un escritor muy inteligente que no cae en lo estereotípico ni convencional. Los tópicos de que toda información es manipulable, del político arribista, de la ley a medida, etc. se dan; pero también cabe la fuerza arrolladora de la sinceridad (personajes de Eleanor Richmond y del senador Marshall), la inteligencia aguda donde no se esperaría (Floyd Wayne Vishniak) y, sobre todo, la crítica a una sociedad tan fácilmente encasillable y tan, tan dirigida por los poderes en la sombra.
Si por algo es una buena novela es por esa crítica social constante. En ese sentido está a la altura de la novela de Wolfe citada.

Stephenson, Neal; George, J. Frederik, La telaraña, ed. B, Barcelona, 2008. Trad.: Pedro Jorge Romero.
The Cobweb, 1996.

Lo publicó Nova, la colección de ciencia ficción de ediciones B, pero no tiene nada de este género. Es una especie de thriller sobre las pesquisas de dos personajes independientes acerca de la posibilidad de que expertos en biología y química iraquíes estuvieran llevando a cabo experimentos para su aplicación a la guerra bacteriológica en universidades de EE.UU haciéndose pasar por estudiantes jordanos y de otras nacionalidades. Los personajes que investigan esto son: Clyde Banks, el ayudante de sheriff de la ciudad de Iowa en cuya universidad se encuentran esos raros estudiantes, y Betsy Vandeventer, analista de agricultura de la CIA.
Contra lo que pudiera esperarse, el grueso de la acción no se dedica a la narración de la lucha contra los iraquíes. La novela es una crítica despiadada de la lucha interna de las autoridades de la CIA y el FBI contra su propio personal brillante, el que no se deja someter. La analista Betsy comete el "error" de informar de que una parte de los fondos destinados por EE.UU a la compra de comida en Irak se está destinando a la compra o desarrollo de armas, dato que llega a los oídos del presidente (George Bush padre). Pese a que tiene razón, sus superiores en la CIA se ocupan de hacerle la vida imposible ofreciéndole tareas intrascendente, vetando sus peticiones, no autorizando sus solicitudes, etc. Le hacen "la telaraña" para que se canse y se largue. De ahí el título.
A Clyde Banks, que descubre que en la universidad de su pueblo están pasando cosas raras con los estudiantes le ocurre algo parecido: viene bien como hombre en el terreno pero no le dejan hacer nada ni, por supuesto, le ayudan. Leemos (p. 366): "Debes saber que actura está mal visto, Clyde. Vivimos en la posmodernidad [...]. Ir al mundo físico y hacer cosas queda simplemente más allá de la comprensión de esa gente" (se refiere a los altos cargos). Este punto, que es de los centrales de la novela, la inacción de las altas esferas frente a la actividad de los de abajo, cuesta entenderlo. Precisamente, a los norteamericanos se les acusa, no sin razón, de meter las narices en todo.
Lo mejor de la narración es, en mi opinión, la descripción de las motivaciones y estímulos de sus personajes, la lucha que sostienen por hacerse valer siquiera ante ellos mismos con sus propias familias y compañeros en contra. Stephenson es un buen escritor que soporta incluso estos thrillers que en otras manos serían algo mediocre. El relato de las partes de acción se interrumpe con divertidas digresiones stephensonianas, aquí reflexionando sobre la tecnología de los transportadores de bebé. Aparece algo de la novela anterior, Interfaz, por el hecho de que Banks se presenta como candidato a las elecciones por el Partido Republicano, pero no tiene nada que ver con lo anterior. En ciertos datos recuerda a William Gibson: los novios y amigos falsos que en realidad están espiando. Y, en general, es una novela muy ágil de personajes atrapados en situaciones de las que casi solo les podrá sacar su inteligencia y sensatez, algo que siempre se lee con placer.

Stephenson, Neal, La era del diamante, ed. B, Barcelona, 2004.
The Diamond Age, 1995.

Deslumbrante y preciosa, como el diamante del título, esta obra puede leerse casi como si se tratara de un cuento, y a ello contribuye conscientemente el escritor marcando los capítulos de cada parte con un breve resumen de su contenido, como se hacía en algunos libros antiguos, en el Quijote, por ejemplo: "Capítulo III. Donde se cuenta la graciosa manera que tuvo D. Quijote en armarse caballero". La era del diamante:"Un tete visita una modería; características notables del armamento moderno". También incluye retazos de cuentos que le cuentan a la protagonista, Nell, como parte de su instrucción proveniente del libro. Este libro del subtítulo, el Manual ilustrado para jovencitas, sirve para la educación de una joven neovictoriana y para la de la protagonista, una desahuciada social pequeña e indefensa que solo logra así salir adelante. El didactismo de Stephenson, que en su anterior novela no asomaba tanto, aquí ocupa páginas enteras; pero está de tal forma imbricado en la narración que no se siente como un aparte molesto, sino como un halago al lector, un estímulo para enriquecer su lectura hasta que llegue a la máxima comprensión del universo narrativo. Eso, a ratos, porque en otras ocasiones se muestra bastante caótico y barroco en la trama, por no decir incomprensible, como cuando Hackworth entra, sin saberse por qué, aunque luego lo explica más o menos, a la gruta submarina de los Tamborileros o cuando al final se precipitan los acontecimientos de tal manera que el lector puede tener la impresión de haberse saltado partes, por lo confuso que es esto después de la claridad anterior. El libro es todo él hechizante, si bien en algunos capítulos como el de la obra de teatro interactiva en el barco, alcanza cotas insuperables. Además de ese didactismo incipiente, muestra retazos de ese humor irónico e inteligente que desarrollará en los libros siguientes, como cuando Hackworth reflexiona que la composición de una salsa sería: "Agua, melaza negra, pimienta importada de La Habana, sal, ajo, jengibre, tomate triturado, grasa de eje, genuino humo de nogal, rapé, colillas de cigarrillos de clavo, posos de fermentación de cerveza negra Guinness, restos de trituradora de uranio, núcleos de silenciadores, glutamato monosódico, nitratos, nitritos, nitrotos y nitrutos, nitrosa, natrilos, pelos de hocico de cerdo en polvo, dinamita, carbón activado, cabezas de cerillas, limpiapipas usados, nicotina, whisky de malta, nodos linfáticos ahumados de ternera, hojas otoñales, ácido nítrico de vapores rojos, carbón bituminoso, lluvia radiactiva, tinta de imprimir, almidón de lavandería, limpia desagües, asbesto de crisólito azul, E-250, E-320 y potenciadores naturales del sabor". Ahí es nada.

Stephenson, Neal, Criptonomicón, ed. B, Barcelona, 2004
Cryptonomicon, 1999.


Publicada en tres tomos, en realidad es una única novela bastante larga que también se publicó junta. A mí, después de las dos anteriores, me desconcertó mucho el cambio. De la ciencia ficción a la historia de la ciencia y a la ficción, por separado. No me gustó el derrotero, aunque la he leído dos veces y además la recuerdo bien, con buen sabor de boca. El aporte ficticio no se limita a la trama de los hackers informáticos, ámbito preferido de Stephenson, sino que invade también la parte histórica, y ahí consigue logros como el de la isla que se inventa por Inglaterra, Qwghlm, con su idiosincrásica mezcla angloirlandesa; la otra isla que está por las Filipinas; el libro (inventado) de códigos secretos para enviar mensajes en clave, el Criptonomicón que titula la novela, etc. Cambia mucho el tono después de los otros, porque lo que se dice ciencia ficción, no es; si acaso, esta chapotea en los fragmentos sobre informática: el espionaje a través de las pulsaciones de las teclas, y poco más. Flirtea mucho con la novela histórica, género que detesto, en aventuras de batallitas de la guerra del Pacífico, ataque a Pearl Harbour incluido. Esa es, en mi opinión, la peor parte del libro, la más aburrida, pesada y patriotera.
En esta narración irrumpe con fuerza el didactismo. Con motivo de un paseo en bici, se presenta un problema de física; con motivo del intercambio de mensajes cifrados de los aliados en la Segunda Guerra Mundial, se detallan un par de procesos de codificación, muy explicaditos para que todo se entienda... En una novela tan larga hay, claro, digresiones, que aportan variedad, profundidad psicológica sobre los personajes y humor. Por ejemplo, la teoría de los hombres que se dejan barba que escribe la expareja de Randy Waterhouse (¡qué lejos queda el Cid!); o las ideas de este sobre la cuchara ideal para tomar los cereales con leche y que sigan crujientes. La novela, repito, ahora descubro que me gusta más de que creia; pero ya digo que es decepcionante comparada con las anteriores porque tiene muy poco en común con ellas. Por esta decepción y el rollo que me supuso leer las historietas bélicas en el Pacífico, pasé del Ciclo Barroco pensando que sería más de lo mismo. Ahora, reconciliado a medias con el autor, a lo mejor me pongo con ello.

Stephenson, Neal, Anatema, ed. B, Barcelona, 2009.
Anathem, 2008

Uf, es un novelón verdaderamente apabullante. A primera vista asusta por sus dimensiones: un libro muy voluminoso, en tapa dura, con más de 700 páginas de apretada letra y pocos márgenes (su precio también puede asustar: 29 euros).
Nada más empezar a leerlo, uno se pregunta de qué va eso: unos monjes  y monjas (fras y sures: juntos son los avotos) que no son religiosos pero viven aislados y celebrando rituales en que tocan campanas; duermen en celdas, etc. Las primeras páginas -las primeras 250 largas, nada menos- son como para entrar en situación, una presentación, y puede costar superarlas. Los protagonistas, fra Erasmas y sus amigos, se dedican a dialogar (establecen Diálogos, con mayúscula) sobre, atención, geometría, historia, matemáticas, física, química, etc. Además, se describe con todo lujo de detalles (es desesperante) cómo es un reloj con una especie de péndulos que abren puertas cada año, cada diez, cien o mil; cómo es la vida en el Cenobio (el convento ese); los estudios que cursan los avotos, cómo visten y calzan, cómo son los jardines, las costumbres, los controles, los castigos (el temible Libro), etcétera, etcétera. Luego, muuuuy lentamente, va despegando la acción, nos adentramos en la trama, el nudo, que es (lo digo porque ya se anuncia antes y porque lo pone en la contraportada) el descubrimento de una nave alienígena orbitando Arbre (este es su planeta, no la Tierra). El resto hasta el desenlace, que no aclararé aquí, son los intentos de contactar con la nave y sorprender a los alienígenas porque han demostrado que entre ellos hay al menos dos facciones, una de las cuales es hostil a los de Arbre. Bueno, evidentemente, contactan, casi al final, y ahí paro el resumen.
Veamos, en la novela se explica todo, todo, todo. Se dialoga y si no se entiende algo, un personaje pregunta algo y otro lo aclara. Se intercalan profusas explicaciones sobre el desarrollo histórico del planeta; se inicia con una "escueta cronología de la historia de la historia de Arbre"; se incrustan fragmentos del Diccionario, 4ª edición, 3000 a.R.,  con términos que, además, se recogen al final en un glosario; se incluyen tres "calcas" (explicaciones) sobre geometría, y, "last but not least", el autor incluye un epílogo con las fuentes en que se ha basado para su novela, que son, sobre todo, de índole filosófica y de física cuántica. Stephenson dice que se atrevió a escribir "una novela sobre el platonismo" y que "si Anatema fuerse un ensayo, las partes donde se habla de filosofía y ciencia estarían salpicadas de notas al pie". Pero no nos asustemos. Es narración, no ensayo físico-filosófico, y a ratos asoma el informático gamberro que encanta al autor por boca del que considero su personaje favorito: Sammann, el Ati: "¿Sureaasian? Subasta de reputación, abierta, asincrónica y simétricamente anónima. No te molestes en intentar entenderlo". (Será lo único que no debemos molestarnos en entender de todo el libro).
En fin. Y tanto conocimiento, ¿para qué? Pues yo pienso que para que la experiencia de la lectura sea más intensa, porque al ofrecerse tantas explicaciones, si el lector las ha comprendido, está en plano de igualdad con el protagonista, y de este modo empatizará naturalmente con él y su identificación será más completa y enriquecedora que de otra forma, que si apela a la vía emotiva, por ejemplo. Es decir, después de tantas horas (páginas) de escuela, nosotros somos también el protagonista en el sentido de que compartimos objetivos y puntos de vista con él. Stephenson no es emotivo; es intelectual, y esa vía es larga, ardua y difícil, pero si se consigue, y aquí es así, se termina el libro con la impresión de haber aprendido algo, de ser más listo, vaya, y en esto radica, para mí, el (in)genio de Stephenson.


sábado, 9 de junio de 2012

Michael Ende

Ende, Michael, Jim Botón y Lucas el maquinista, ed. Noguer, Barcelona, 1983.
Jim Knopf und Lukas der Lokomotivführer, 1960.

Parafraseando a Alberti, diré que yo no naci, perdonadme, con el vídeo, así que para entretenerme leía, y mucho; pero hacía como los niños que repiten muchas veces la misma peli o serie de dibujos: no leía muchos libros, sino que leia los mismos muchas veces. El libro que más veces leí en mi infancia y preadolescencia fue el de Jim Botón y Lucas el maquinista, junto con Las fantásticas aventuras del caballito gordo, de Antonio del Cañizo. Esos dos libros me divertían, me entretenían, y lo hacían una y otra vez. Del de Ende me sabía hasta los nombres de sus personajes y lugares: Lummerland, Sursulapitchi, SchuFuLuPiPlu, Tur-Tur... No me cansaba de seguir a los personajes al desierto de los ecos interminables, al fondo del mar, al peligroso país de los dragones, a la China milenaria, donde los niños van de la mano del mayor al menor, etcétera, etcétera. Lo leí no sé cuántas veces, y aún hoy tengo ganas a veces de hacerlo. Este verano me pondré, seguramente.

Ende, Michael, Jim Botón y los Trece Salvajes, ed. Noguer, Barcelona, 1985.
Jim Knopf und die Wilde 13, 1962.

La historia continúa con su Jim Botón y los Trece Salvajes. De este recuerdo menos, porque me pilló ya más mayor, aunque también lo he leído un par de veces. Sigue siendo tan maravilloso, en todos los sentidos de la palabra, como el anterior, e introduce nuevos personajes y paisajes. Es muy digno sucesor, aunque atrapa menos porque ya no deslumbra su fantasía como en el primero. El autor lo suple a la manera tradicional: incrementa la tensión y el suspense. Es una suerte que Ende decidiera escribir esta segunda parte, para que podamos disfrutar más tiempo en su universo único.
Las ilustraciones de Tripp, magníficas, acompañan ambos textos.


Ende, Michael, Momo, ed. Alfaguara, Madrid, 1986.
Momo, 1973.

Algo distinto es este libro de los anteriores, ya que su ambientación, que no su historia, es más realista: en algún lugar de Italia, en "una ciudad grande" pero agradable e histórica en sus afueras, donde vive la huérfana Momo. En fin. Podría ser cualquier sitio del mundo occidental. Se pueden hacer muchas lecturas simbólicas sobre lo que representan los hombres grises, que roban el tiempo a los hombres: progreso, vida adulta, realismo, dinero, practicidad, egoísmo, esclavitud... frente a Momo y sus amigos, niños y adultos: imaginación, fantasía, vecindad solidaria, libertad, inocencia... Yo creo que nos damos cuenta, cuando cerramos el libro y lo dejamos en el estante, leído ya que somos adultos, de que el cuento, realmente, acaba mal. Los hombres grises nos han visitado en algún momento y nos han esclavizado. Somos clientes de su banco sin saberlo (apenas), y se llaman hipoteca, letras, trabajo con pocos días libres y pocas vacaciones, ciudades atestadas, coche para todo (sin pasear), pocas relaciones interpersonales, no escuchar, etc. Se llaman también las noticias del periódico con que nos bombardean este 2012 (y antes en el 73, año en que se escribió el libro, y luego a principios de los 90, y después de esta, será otra similar): crisis económica, bonos de interés, valores a la baja en bolsa, recortes, recortes y recortes en los derechos y libertades además de en el trabajo y la calidad de vida, que también son derechos básicos. Momo es, no desesperemos, eterna, y habita también en nosotros, como las flores horarias; pero es una niña pequeña, sola, harapienta y descalza que avanza a paso de tortuga (paso engañosamente rápido, no obstante). Momo sigue su lucha y es, en cierto modo, como David contra Goliat. A ver quién gana. Pero ya me he dejado llevar yo también por la lectura en clave simbólica. Momo se puede y debe disfrutar como una obra de arte, literaria, pura. Es muy buena y su fantasía es, como siempre en Ende, prodigiosa. El capítulo tres, por cierto, describe una tormenta en el mar parecida a las de Jim Botón y los Trece Salvajes. Es otro elemento repetido de un libro a otro, además de la tortuga (Casiopea en este y Morla en el siguiente).

Ende, Michael, La historia interminable, ed. Alfaguara, Madrid, 1993.
Die unendliche Geschichte, 1979.

Es un clásico de la literatura juvenil y de la literatura sin más. La obra magna de Michael Ende, la que todo amante de la literatura, especialmente fantástica, leerá y releera disfrutándola una y otra vez ya que, si bien no es interminable, es bastante extensa y con una buena representación de personajes, lugares, acciones, paisajes, tramas paralelas y reflexiones, valores (sobre el respeto a toda forma de vida, el ecologismo, la mentira, el valor de verse uno a sí mismo como es, etc.). La trama es algo compleja, ya que se van entremezclando el mundo real del protagonista, Bastian Baltasar Bux, con el de la novela que está leyendo, hasta confluir en uno y volver a disociarse al final. El autor los distingue con tintas roja el primero y verde el segundo, y esta división, original y exigida por la propia historia (es un recurso diegético, no meramente estético), no se ha respetado en algunas ediciones de bolsillo, no sé por qué.
Quizá lo ideal sea leerlo en la adolescencia, aunque yo creo que a la buena literatura, sea infantil, juvenil, de género o lo que sea, se puede acercar cualquiera sin prejuicios ni complejos. Esta dejará un buen puñado de historias en la memoria: el desván del colegio alemán, para mí casi tan exótico como lo del libro; la  vetusta Morla; el Oráculo del sur, que me recuerda a un pasaje de Alicia; el desierto del león que lo quema todo; la selva noctura; la biblioteca que se abre en la ciudad de plata; la casa del cambio de Aiuola; el dragón de la suerte Fújur; la araña sobre el abismo; el laberinto de puertas; el mar de algas... Uf, está realmente cerca de ser interminable.
Me gusta también el tema del libro dentro del libro: el escribiente dentro del huevo que escribe las mismas letras que leemos en ese momento, palabras del narrador incluidas. Aquí el referente que se me ocurre, por poner uno, es el Quijote, o Unamuno, por poner otro español. En fin. Yo creo que este libro marca una cima como la de El Señor de los Anillos, con el que tiene coincidencias como lo de la araña gigante, Alicia, Peter Pan, Pinocho o El mago de Oz: imprescindibles para jóvenes y adultos. Para buenos lectores, vaya.
Una de las cosas que me llaman la atención es el tratamiento del renacer, de la renovación. Aparece una vez en la casa de Aiuola y otra, al menos, cuando Bastian se baña en  la fuente que une los dos mundos, donde está la serpiente Uróboros. También aparece algo en la mina de imágenes. Pienso que se lee con tanto placer porque en el fondo nos dice algo muy profundo y muy humano sobre el nacimiento que todos tenemos olvidado pero latente.
Hace unos años lanzó Ediciones B en España una colección, que creo que surgió en Alemania, que se proponía homenajear este libro contando algunas de las historias que se quedan pendientes con el recurrente "pero esa es otra historia y será contada en otra ocasión" (cito de memoria) que lanza Ende repetidas veces a lo largo de la narración. Yo leí El rey de los bufones, de Tanja Kinkel y me gustó bastante. Por desgracia, es con el único que pude hacerme antes de que los retiraran.

Ende, Michael, El Goggolori, ed. Ayuso, Madrid, 1986.
Der Goggolori, 1984.

Su subtítulo es: Una leyenda bávara dramatizada en ocho escenas y un epílogo. Al estar basado en una leyenda, he supuesto que estaría publicada en algún sitio, pero solo encuentro un libro de Otto Reuther, Der Goggolore, de 1935, que fue en el que se inspiró Ende para su libro, que más que teatro, fue escrito para ser un libreto de ópera musicado por Wilfried Hiller. Está en Youtube, ahí puede verse la obra completa. El llibro está bien, muy imaginativo, con ese aire antiguo de las viejas leyendas europeas sobre duendes y brujas. Es parecido al cuento de los hermanos Grimm, El enano saltarín (Rumpelstiltskin). Se lee en un cuarto de hora. Está, como es desraciadamente habitual, descatalogado.


Ende, Michael, El espejo en el espejo, ed. Alfaguara, Madrid, 1986
Der Spiegel im Spiegel: ein Labyrinth, 1984.

En estos cuentos cambia el tono y el estilo. A diferencia de las anteriores obras, esta está dirigida a un lector adulto, tanto por su temática como por su lenguaje. Los cuentos, de extensión muy variable entre media página (el del patinador del cielo) y  veinte, más o menos, son bastante alógicos, de toques surrealistas muy acusados, y parecen estar remotamente inspirados en cuadros del pintor surrealista Edgar Ende, padre del autor y a quien va dedicado el libro. Nos hallamos ante una escritura difícil, poco clara, onírica. Aparece el tema de la incomunicación, por ejemplo en el patinador del cielo cuyo mensaje, urgente, nadie puede descifrar ni les importa; o el matrimonio que visita una exposición de arte donde las obras son cosas: oveja, arena del desierto, etc.; o en el del estudiante que sorprende a los herederos de su casa cubiertos de polvo y telarañas alrededor de la mesa donde negocian... El miedo a la libertad y a lo desconocido frente a lo rutinario está en el fondo de los dos cuentos que más me gustan: el del hombre que coge el tranvía de siempre pero no lo lleva donde se espera, y el de la clase donde llueve sin parar. El paso del tiempo y el carpe diem parecen marcar al menos los cuentos de la fiesta de llamas en el palacio de cera de colores y el complejo de los novios que recorren una habitación-desierto para encontrarse y perderse siempre... También se cuelan la religión, la responsabilidad, la búsqueda de algo (¿de un sentido a la existencia?), la identidad (el señor compuesto de letras), la educación, la muerte, la justicia... No son cuentos convencionales en ningún sentido, y seguramente en eso radica parte de la atracción que ejercen. Invitan a la relectura porque no se agotan: adquieren nuevos sentidos y matices inexplicados. Creo que es uno de sus mejores libros.

Ende, Michael, Jojo. Historia de un saltimbanqui, ed. Plaza & Janés, Barcelona, 1998.
Das Glaukiermärchen, 1982.

Maravillosa obra teatral en la que la fantasía sirve de refugio a una realidad muy cruda y desagradable. A la pequeña Eli, retrasada mental, quieren internarla los de una gran empresa, algo que deben votar los del circo, su familia adoptiva, en una situación absolutamente límite y precaria. Eli encuentra el apoyo de Jojo, un viejo payaso que la consuela contándole un cuento. Este constituye el grueso de la obra. Este libro es sumamente poético y emocionante además de contener mensajes de denuncia social. Merece leerse y tenerse en cuenta. Para mí, es otra de las mejores obras de Ende. Por el lado formal, solo voy a destacar que el autor aprovecha recursos tipográficos para disociar los mundos de la fantasía y de la realidad, como ya hiciera en La historia interminable con los colores. No sé si se respeta en todas las ediciones. Supongo que sí, porque la mía es de bolsillo y lo hace.


Ende, Michael, El ponche mágico, ed. SM, Madrid, 1993.
Der satanarchäolügenialkohöllische Wunschpunsch, 1989

Toda la acción sucecde el día de San Silvestre, 31 de diciembre, por lo que es un buen día, ese o los inmediatamente anteriores o posteriores, para leerlo. No es muy largo y cuenta una historia a modo de cuento muy original entre dos magos enfrentados. Es divertida y adictiva, entretenida. Es más infantil que las otras obras, como los libros de Jim Botón. De todos modos, como todos los libros de Ende, puede leerse a cualquier edad. Yo lo hice de mayor y me gustó mucho. Lo releeré este fin de año.

Ende, Michael, La prisión de la libertad, ed. Alfaguara, Madrid, 1993.
Das Gefängnis der Freiheit, 1992.

Otra magnífica colección de cuentos para adultos. Son ocho, de extensión variada. Aunque muy diferentes entre sí, el tema de la libertad se da en la mayoría de ellos, como el que le da título al conjunto, cuyo argumento responde literalmente al título. En tres de los cuentos escribe Ende de las dimensiones imposibles, dándole un inesperado tratamiento humorístico en  Sin duda algo pequeño.Los otros donde trata de espacios irrealizables son El pasillo de Borromeo Colmi y La casa de las afueras. En mi opinión, los mejores son el primero, La meta de un largo viaje, que inspira la magnífica ilustración de la portada, de Araceli Sanz, y el sexto, Notas de Max Muto, viajero por el mundo del sueño, relato que contiene toda una poética del modo de obrar de Michael Ende para hilvanar las tramas de sus historias de modo coherente pese a lo diverso de personajes, ambientes y situaciones. En este sentido, por ser el más fantástico, es el que más recuerda a La historia interminable y, por momentos, algún relato de El espejo en el espejo. Aparece aquí, por cierto, el motivo de los hombres cubiertos de letras y de la escritura prácticamente indescifrable: los problemas de comunicación, como en al menos dos cuentos de El espejo en el espejo. También La prisión de la libertad destaca especialmente, más en su desarrollo que en su conclusión. El arranque lo presenta, con exactitud, inspirado en los cuentos de Las mil y una noches, ya anunciada esta fuente de inspiración desde su subtítulo: Cuento de la mil y once noche.

Ende, Michael, Carpeta de apuntes, ed. Alfaguara, Madrid, 1996.
Michael Ende's Zettelcasten, 1994.

En este libro se reúnen 113 textos de todo tipo: cuentos, reflexiones, poemas, aforismos... También escribe Ende sobre su propia literatura, como en Tortugas, donde explica por qué le gusta tanto ese animal y lo incluye en muchos de sus libros, o lo que debe ser (o no ser) la literatura infantil, cartas a lectores, preguntas a lectores, recuerdos y, y esto es de lo más interesante, ideas para cuentos. Si las hubiese desarrollado, ¡qué joyas saldrían!¡Qué libro tan maravilloso hemos perdido! Esta es otra ocasión de llanto para la literatura, comparable a la pérdida del segundo libro de la Poética de Aristóteles, del que tanto se ha hablado.
Este libro, por su naturaleza y variedad es también, en cierto sentido, interminable. Entre las Cuarenta y cuatro preguntas al amable lector las hay verdaderamente profundas. Algunas me suenan, más o menos, como típicas o clásicas de la filosofía: "Si cambian nuestras representaciones de la realidad, ¿cambia también la realidad?" (¿no se planteaba algo así Descartes?). Otras se enfocan hacia la literatura, y no tienen fácil respuesta: "La Biblia, que habla de ángeles, demonios y milagros, ¿pertenece a la literatura fantástica?" o "Cuando varias personas leen el mismo libro, ¿leen realmente lo mismo?". Ataca la crítica literaria avasalladora: "Si Kafka quiso decirnos con sus novelas lo que interpretan sus intérpretes, ¿por qué no lo dijo él?". Algunas merecen enmarcarse: "¿Ha conocido usted jamás a una persona como todo el mundo?". También hay reflexiones irónicas o jocosas sobre medioambiente y sociedad. Bueno, cada lector encontrará sus apuntes favoritos. A mí me gustan especialmente Nunca más, Anrula y Conversación en lo profundo. En otros blogs pueden encontrarse total o parcialmente este y otros libros. Este, de momento, sigue estando en librerías, a buen precio, y es el últmo libro suyo, ya que falleció en 1995. 
Nunca más escribirá otra línea, pero las que escribió son eternas.