miércoles, 18 de julio de 2012

Christopher Priest

Este escritor británico es poco prolífico para lo que se estila en autores asociados a la ciencia ficción (15 novelas en 32 años). Y digo asociado porque sus obras no responden exactamente al canon de este género, si bien se reconocen temas y motivos propios.
Quizá no sea más prolífico porque se preocupa bastante por la estructuración del material narrativo; es decir, no se limita a contar algo de manera lineal dividiéndolo en capítulos, sino que ofrece diferentes puntos de vista de los hechos volviendo a ellos una o varias veces para descodificar la realidad desde la óptica de personajes muy diferentes en un juego perspectivista fuertemente psicológico que explota al máximo hasta llegar a la indiferenciación entre realidad y fantasía en algunos momentos. También aprovecha estos tres elementos: realidad, fantasía, percepción, para hacer de ellos el tema de la novela, su grueso o punto fuerte.
Actualmente, de su obra se pueden encontrar en España las tres novelas que voy a comentar.

Priest, Christopher, Un mundo invertido, ed. La Factoría de Ideas, Madrid, 2010. Trad. de David Luque Cantos.
Inverted World, 1974.

Convendría no leer el texto de contraportada antes que la novela porque descubre aspectos que en el texto se van revelando paulatinamente de la mano del protagonista narrador, Helward Mann. Este descubre que vive en una ciudad rodante sobre vías que se van desmontando por detrás y montando por delante para que la cuidad avance. ¿Por qué? Esa es la pregunta del millón en la novela y que se adelanta, incorrectamente, en la contraportada. Se descubre como a la mitad de la novela y se aclara definitamente en el desenlace.
Aparecen perspectivas diferentes (¡y tanto!), puntos de vista, interrelaciones humanas contradictorias, gente a favor o en contra de esto o aquello; choques y encuentros y sorprendente revelación final. Vale. No es lo más importante, creo, aunque es lo que aporta la necesaria tensión al relato que, por otra parte, deja entrever modos muy ingleses en los cerrados gremios y la relación fría entre familiares y esposos. El terreno que atraviesa la ciudad en el transcurso de la novela es, en parte, España, y no salimos muy bien parados. Eso no me gustó demasiado y me sonó a tópico (vagos, violentos, supersticiosos, incultos y promiscuos). Menos mal que el personaje de Elizabeth Khan, la inglesa aquí afincada, nos saca las castañas del fuego...
El relato es original y sorprendente, aunque al truco se le ve un poco el cartón: es insostenible lo que plantea y se hace insostenible ya mucho antes del final, con lo cual la fuerza del desenlace se diluye en parte por la demora. Debemos tener en cuenta que esta es su tercera novela y que Priest afianzará su técnica más adelante.
Lo de la ciudad rodante ha tenido seguidores no reconocidos, como expresé al comentar El Consejo de Hierro, de China Miéville.

Priest, Christopher, La afirmación, ed. Minotauro, Barcelona, 2003. Trad. Matilde Horne.
The Affirmation, 1981.

Bellísima novela, imprescindible para los lectores de fantasía, cuando no para cualquiera que guste de leer un buen libro. No es de ciencia ficción, ni siquiera, seguramente, de fantasía al uso, porque esta no existe con independencia del protagonista, que lo elabora todo (¿o no?) en su cabeza. Pero nosotros estamos también en ella, ya que lo que leemos es su autobiografía escrita por él, o eso parece a ratos, ya que los límites entre la narración del proceso de escritura de la autobiografía, esta autobiografía, la realidad del protagonista, la de los demás y la realidad misma sustituida por otra, se funden, son permeables, cambiantes, solubles, al punto que no sabemos qué creer, cuál es la realidad: si la sordidez que perciben los otros, si la belleza del mundo de las islas, si lo que leemos, si los márgenes de esa escritura o qué. Ya se anuncia el caleidoscopio desde el principio con una afirmación (vaya) obvia y contundente: "De ciertas cosas, al menos, estoy seguro: Me llamo Peter Sinclair, soy inglés y tengo, o tenía veintinueve años". Lo que sigue contradice esta simple afirmación. Me recuerda la célebre de don Quijote, en el capítulo V, cuando dice: "—Yo sé quién soy respondió don Quijote, y sé que puedo ser, no solo los que he dicho, sino todos los Doce Pares de Francia y aun todos los nueve de la Fama". Peter Sinclair será un atanasio (inmortal) feliz de viaje por el Archipiélago con Seri y un desgraciado fracasado que ha perdido todo. Ambas realidades se combinan y entremezclan hasta desembocar en un final que no es tal, y que, además, es previsible (yo lo preví), pero que con todo, es absolutamente espectacular, de los pocos que recuerdo últimamente que me haya emocionado. Es una joya auténtica: bella, bellísima.

Priest, Christopher, El prestigio, ed. Minotauro, Barcelona, 2006. Trad. Franca Borsani.
The Prestige, 1995.

Esta es su obra más conocida porque inspiró la película El truco final, del director Christopher Nolan, en 2006.
La novela presenta una estructura un tanto compleja que se sucede de la siguiente manera: el protagonista de la primera parte, Andrew Westley, situado en nuestra época, recibe el libro Métodos secretos de magia, de Alfred Borden, enviado por Katherine Angier, la cual le invita a pasar el día en su casa. Vale. La segunda parte es la lectura de ese libro, y nos remonta de los años 1901 a 1903. Se trata del diario de este mago, enfrentado a otro, Rupert Angier, a quien considera primero un estafador y luego, por desencuentros, un enemigo. Se dedican a putearse uno a otro sin remedio, aunque a ninguno de los dos les agrada la pelea. Borden, dueño de un espectacular truco inimitable, intenta hacer las paces, pero Angier no quiere. Pequeño inciso en el presente de Kate Angier contando a Westley un episodio aislado, incongruente de momento, que después se revelará fundamental. Continúa la vuelta al pasado con la historia de su antepasado, Rupert Angier, desde 1866 a 1904. Se ve por qué no quiere las paces con Borden en esta parte, narrada en primera persona (perspectivismo): vuelven a contarse los hechos desde otro punto de vista completamente diferente. Esta narración es la principal del libro y abarca unas 220 páginas. Aparece un personaje histórico real: Nikola Tesla cuando trabajaba en Colorado Springs, EE.UU, que también es real y coincide, claro, con lo de la novela: de 1899 a 1900, investigando con bolas de fuego y tormentas. En cierto sentido, esto es ciencia ficción como tal: especulativa de hasta dónde podrían haber llegado ciertos desarrollos científicos experimentales de Tesla, en la novela patrocinados por el mago.
Lo que resta, de vuelta al presente, es un escalofriante desenlace digno de novela de terror, muy logrado en su desarrollo, aunque debo decir que justo el final no me gustó pese a su espectacularidad porque me pareció que le habría sentado mejor un mayor desarrollo después del moroso discurrir anterior de la historia de Anger. Es decir, creo que deja mucho para el final y este se escabulle demasiado rápido en las últmas líneas del último párrafo. No obstante, la novela es sumamente atractiva y toca temas muy interesantes sobre la desconfianza, la incomprensión, la incomunicación, el rencor, la identidad, los dobles, la familia (algo frío en este punto), la profesionalidad, etcétera.
Christopher Priest ha sido poco e irregularmente publicado en nuestro país, y eso debería cambiar. Es un escritor de altura, entretenido y profundo, de registro variable entre el futuro lejano, el pasado histórico y la instropección psicológica; un autor un tanto inclasificable que debería tener un público lector amplio, no exclusivo de ciencia ficción, sino de narrativa buena, sin más etiquetas de género.


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