jueves, 10 de octubre de 2013

Citas y textos de Marcel Proust

Recojo aquí varias citas de En busca del tiempo perdido, de Marcel Proust, que me han gustado mientras iba releyendo la novela. Creo que muchas de ellas poseen la calidad de auténticos aforismos, otras son bellísimas y las mejores reúnen las mejores cualidades de profundidad y belleza. También he recogido fragmentos más largos. Algunos textos ofrecen tras una frase sorprendente una siempre inteligente reflexión que en ocasiones he incluido si no era demasiado larga.
Proust es, además de cuidadoso, inteligente y reflexivo. Merece la pena leerlo aunque sea en pequeñas dosis como estas. El orden de los fragmentos es el de aparición en la novela. 

(Inicio de la novela)
Durante mucho tiempo me he acostado temprano. A veces, apenas había apagado la vela, se cerraban mis ojos tan rápidamente, que ni tiempo tenía para decirme: "Me duermo".

Considero muy razonable la leyenda céltica de que las almas de los seres perdidos están sufriendo un cautiverio en el cuerpo de un ser inferior, un animal, un vegetal o una cosa inanimada, perdidas para nosotros hasta el día, que para muchos nunca llega, en que suceda que pasemos al lado del árbol, o que entremos en posesión del objeto que las sirve de cárcel. Entonces se estremecen, nos llaman, y en cuanto las reconocemos se rompe el maleficio. Y liberadas por nosotros, vencen a la muerte y tornan a vivir en nuestra compañía.

Hasta las mujeres que sostienen que no aman a un hombre más que por su físico ven en ese físico la emanación de una vida especial. Y por eso gustan de los militares y los bomberos: por el uniforme son menos exigentes para el rostro.

Charles Haas, por Théobald Chartran
(Retrato de Charles Swann)
Todas las noches, después de un leve rizado en su espeso pelo rojo templaba con cierta suavidad el ardor de sus ojos verdes, escogía una flor para el ojal y se iba a cenar a casa de tal o cual señora de sus amistades donde estaría su querida.

No por saber una cosa se puede impedir; pero siquiera las cosas que averiguamos las tenemos, si no entre las manos, por lo menos en el pensamiento, y allí están a nuestra disposición, lo cual nos inspira la ilusión de gozar sobre ella una especie de dominio.

Hay días montuosos, difíciles, y tardamos mucho en trepar por ellos; y hay otros cuesta abajo, por donde podemos bajar a toda marcha, cantando.

Cuando se quiere a una persona, ya no se quiere a nadie.

El recordar una determinada imagen no es sino echar de menos un determinado instante, y las casas, los caminos, los paseos, desgraciadamente son tan fugitivos como los años.

Los "aunque" son siempre "porque" desconocidos.

Teóricamente, ya sabemos que la Tierra gira, pero en realidad no lo notamos; el suelo que pisamos parece que no se mueve y ya vive uno tranquilo. Lo mismo ocurre con el Tiempo en la vida. Y para hacernos ver cuán rápido huye, los novelistas no tienen más remedio que acelerar frenéticamente la marcha de las agujas y hacer al lector que franquee diez, veinte o treinta años en dos minutos.

(Sobre cartas a la amada)
La pena de los hombres que envejecen es el no soñar siquiera en escribir cartas de esas, porque saben que son ineficaces.

Muchas veces la generosidad no es sino el aspecto interior que toman nuestros sentimientos egoístas cuando todavía no los hemos denominado y clasificado.

Es inútil observar las costumbres, puesto que se las puede deducir de las leyes psicológicas. 

Ya se sabe que cada cual llama ideas claras a las que se hallan en el mismo grado de confusión que las suyas.

Todos necesitamos alimentar en nosotros alguna vena de loco para que la realidad se nos haga soportable

Cuando es uno desgraciado se vuelve muy moral.

Porque la mejor parte de nuestra memoria está fuera de nosotros, en una brisa húmeda de lluvia, en el olor a cerrado de un cuarto o en el perfume de una primera llamarada: allí dondequiera que encontremos esa parte de nosotros mismos de que no dispuso, que desdeñó nuestra inteligencia, esa postrera reserva del pasado, la mejor, la que nos hace llorar una vez más cuando parecía agotado todo el llanto. ¿Fuera de nosotros? No, en nosotros, por mejor decir; pero oculta a nuestras propias miradas, sumida en un olvido más o menos hondo. Y gracias a ese olvido podemos de vez en cuando encontrarnos con el ser que fuimos y situarnos frente a las cosas lo mismo que él; sufrir de nuevo, porque ya no somos nosotros, sino él, y él amaba eso que ahora nos es indiferente.

Por lo que hace a Balbec, en cuanto entré allí ocurrió como si hubiese entreabierto un nombre que había que tener herméticamente cerrado y cono si, aprovechándose del portillo por mí abierto, se hubiesen introducido en el interior de sus sílabas, irresistiblemente empujados por una presión externa y una fuerza neumática, un tranvía, un café, la gente que pasaba por la plaza, la sucursal del Banco, arrojando de aquel nombre todas las imágenes que hasta entonces contuviera; y ahora esas sílabas habían vuelto a cerrarse y ahora ya todas aquellas cosas quedaban dentro, sin poder salirse nunca, sirviendo de marco a la iglesia.

La adolescencia es la única época en que se aprende algo.

Pasa con cada vicio lo que con cada profesión, y es que exigen y desarrollan un determinado saber que se ostenta con gusto.

En esta vida no me ha sido dable elegir más que entre brutos honrados, insensibles y leales, que solo con su metal de voz denotan que no se preocupan lo más mínimo de vuestra vida, y otra clase de hombres que , mientras están con nosotros, nos comprenden, nos quieren, se enternecen con nuestras cosas casi hasta llorar, y que aunque uinas horas después se tomen la revancha haciendo un chiste cruel a costa nuestra, vuelven otra vez tan comprenseivos, tan simpáticos, tan asimilados a uno por el momento como antes; y yo creo que prefiero, si no la moralidad, por lo menos el trato de esta segunda clase de gente.

La Envidia, de Giotto
Como muy poca gente puede tener amistades de alcurnia y profunda cultura, resulta que, por milagro benéfico del amor propio, aquellas personas a quienes faltan esas cosas se consideran los más favorecidos, porque la óptica de las escalas sociales hace suponer a todos que la mejor posición es la que uno ocupa, y tienen por mucho más desgraciados, por mucho menos afortunados y dignos de compasión a los seres superiores a ellos, y los mientan y los calumnian sin conocerlos, así como los juzgan y desdeñan sin haberlos comprendido.

Si la envidia se expresa en frases desdeñosas, hay que traducir un "no quiero tratarle" por un "no puedo tratarle". Ese es el sentido intelectual de la frase, pero su sentido pasional es realmente "no quiero tratarle". Sabe uno que eso no es verdad, pero, sin embargo, no se dice por mero artificio, se dice porque se siente, y ya eso basta para suprimir las distancias, esto es, para ser feliz.

En la vida humana los sentimientos desinteresados juegan más papel de lo que suele creerse.

La existencia apenas si tiene interés más que en esos días en que el polvo de las realidades está mezclado con un poco de arena mágica cuando un vulgar incidente de la vida se convierte en un episodio novelesco.
Foto de Miroslav Vajdić en openphoto.net

Una persona no se parece nunca a un camino recto, sino que nos asombra con sus imprevistos e inevitables rodeos, que los demás no ven, y por los que nos cuesta mucho trabajo pasar.

Podemos estarnos hablando toda una vida sin hacer otra cosa que repetir indefinidamente la vacuidad de un minuto.

Eso que se llama recordar a un ser, en realidad es olvidarle.

No cabe describir bien la vida de los hombres sin hacerla bañarse en el sueño en que se sumerge y que noche tras noche la rodea como una península está cercada por el mar.

Acaso quepa concebir la resurrección del alma allende la muerte como un fenómeno de memoria.

No se hace la suma de los vicios de un ser más que cuando apenas está ya en condiciones de ejercerlos.

Es menester recordar que la opinión que tenemos unos de otros, las relaciones de amistad, de familia, no tienen nada de fijo, salvo en apariencia: antes son tan eternamente móviles como el mar.

Lo que recordamos de nuestra conducta permanece ignorado hasta de nuestro vecino más próximo; lo que de ella hemos olvidado haber dicho, o incluso lo que jamás hemos dicho, va a provocar a risa hasta en otro planeta.

En las enfermedades es cuando nos damos cuenta de que no vivimos solos, sino encadenados a un ser de un reino diferente, de que nos separan abismos, que no nos conoce y del que es imposible que nos hagamos entender: nuestro cuerpo.

El creer en la medicina sería la suprema locura, si no lo fuera mayor aún el no creer en ella, ya que de ese montón de errrores se han desprendido, a la larga, algunas verdades.

Si se lleva uno consigo, cuando sale de viaje, tres o cuatro imágenes que, por lo demás, han de perderse por el camino (las azucenas y las anémonas del Ponte Vecchio, la iglesia persa entre las brumas, etc), ya está bien llena la maleta.

Evidentemente, es más sensato sacrificar uno su vida a las mujeres que a los sellos de correos, a las tabaqueras antiguas, a los cuadros y a las estatuas inclusive.

No hay nada como el deseo para impedir que las cosas que uno dice ofrezcan ninguna semejanza con lo que se tiene en el pensamiento.


Apenas nos aprovechamos de nuestra vida, dejamos inacabadas en los crepúsculos de estío o en las noches precoces de invierno las horas en que nos había parecido que hubiera podido, sin embargo, estar encerrado un poco de paz o de goce.

Una vez pasada la mocedad, es raro que permanezcamos confinados en la insolencia.

En amor, la gratitud, el deseo de proporcionar un placer hacen a menudo que demos más de lo que la esperanza y el interés habían prometido.

La razón es la que nos abre los ojos; un error disipado nos da un sentido más. 

A veces lo que vendrá habita en nosotros sin que lo sepamos y nuestras palabras que creemos mentiras dibujan una realidad próxima.
Foto de Adrian van Leen para openphoto.net

La gente de sociedad se representa habitualmente a los libros como una especie de cubo, una de cuyas caras está levantada, de manera que el autor se apresura para "hacer entrar" a las personas que encuentra.

Las diferencias sociales, aun individuales, se esfuman a distancia en la uniformidad de una época.

Algunas cualidades ayudan más bien a soportar los defectos del prójimo de lo que contribuyen a hacerlos sufrir; y un hombre de gran talento prestará habitualmente menos atención a la tontería de los demás que un tonto.

Los hombres pueden tener varias clases de placer. El verdadero es aquel por el que dejan otro.

En realidad, siempre descubrimos después del golpe que nuestros adversarios tenían motivos para pertenecer al partido en que están y que no se refiere a lo justo que puede existir en ese partido y que los que piensan como nosotros es porque los obliga la inteligencia si su naturaleza moral es demasiado baja para ser invocada o su rectitud si su penetración es débil.

El más peligroso de todos los encubrimientos es el de la misma culpa en el espíritu del culpable. El conocimiento permanente que tiene de ella le impide suponer hasta qué punto es en general igonorada y a cambio de darse cuenta en qué grado de verdad comienza para los otros la confesión con palabras que supone inocentes.
 
En la espera, uno sufre tanto la ausencia de lo que se desea, que no puede soportar otra presencia.

Nuestra lengua no es más que la pronunciación defectuosa de otras.

La enfermedad es el médico más obedecido: uno solo hace promesas a la bondad y el saber; pero obedece al sufrimiento.

La costumbre es una segunda naturaleza.

Siempre hay menos egoìsmo en la imaginación pura que en el recuerdo.

Así como los muertos ya no existen en nosotros, a nosotros mismos es a quienes herimos sin tregua cuando nos obstinamos en recordar los golpes que les hemos asestado.

Es verdad que los encantos de una persona son un motivo menos frecuente del amor que una frase por el estilo: "No, no estaré desocupada esta noche".

Ese ritmo binario que adopta el amor en todos aquellos que dudan demasiado de sí mismos, no creen que una mujer pueda quererlos nunca y tampoco que puedan quererla de veras.

Los celos pertenecen a esa familia de sospechas enfermiza que se lava mucho mejor con la energía de una afirmación que con su verosimilitud

Hay que amar para preocuparse de que no existan solo mujeres honestas y hay que amar también para desear, es decir para asegurarse que las hay.

Desearíamos apasionadamente que haya otra existencia en la que seríamos iguales a lo que somos aquí. Pero no pensamos que aún sin alcanzar esa otra vida, en esta misma y al cabo de algunos años somos infieles a lo que hemos sido y a lo que queríamos ser eternamente.
Expulsión del Paraíso, Miguel Ángel

Uno sueña mucho con el Paraíso o mejor dicho con numerosos parísos sucesivos, pero todos son, mucho antes que uno se muera, paraísos perdidos y donde uno estaría perdido.

Saber dos días después cómo se llama quien ha viajado junto a uno en el tren sin llegar a descubrir su rango social es una sorpresa mucho más divertida que leer en la última entrega de una revista la palabra del jeroglífico propuesto en la entrega anterior.

La medicina, a falta de curar, se ocupa en cambiar el sentido de los verbos y los pronombres.

Leibnitz dijo que el trayecto de la inteligencia al corazón es muy largo.

No existe casi ninguna noticia que no nos haga lamentar una palabra.

Los generales que matan más soldados son los que más se interesan por su alimentación.

El instinto de imitación y la falta de valor gobiernan tanto a las muchedumbres como a las sociedades. Y todos se ríen de quien ven burlado aunque diez años más tarde lo venerarán en un círculo donde lo admiren.

Alfred Dreyfus
Es extraño que cierto orden de actos secretos tenga como consecuencia exterior una manera de hablar o gesticular que los revela. Si un caballero cree o no cree en la Inmaculada Concepción o en la inocencia de Dreyfus o en la pluralidad de los mundos y quiere callarlo, no habrá nada en su voz ni en su andar que trasluzca su pensamiento. Pero al oír que el señor de Charlus decía con esa voz aguda y esa sonrisa y esos gestos de los brazos: "No, he preferido la de al lado, la frutilla" podía decirse: "Vaya, le gusta el sexo feo", con la misma certeza que le permite a un juez condenar a un criminal que no ha confesado.

Los seres no dejan de cambiar de lugar con relación a nosotros. En la marcha insensible pero eterna del mundo, los consideramos inmóviles en un instante de visión, demasiado breve para que se perciba el movimiento que los arrastra. Pero no tenemos más que elegir en nuestra memoria dos imágenes de ellos en momentos distintos, lo bastante cercanos sin embargo para que por lo menos no hayan cambiado sensiblemente en sí mismos y la diferencia de las dos imágenes mide el desplazamiento que operaron con relación a nosotros.

Hay algo aún más difícil que limitarse a un régimen y consiste en no imponérselo a los demás.

Isaac bendiciendo a Jacob, Govert Flinck
En muchos momentos de nuestra vida cambiaríamos todo el porvenir a cambio de un poder insignificante en sí mismo.
 
Cada clase social tiene su patologia.

La realidad no es más que un incentivo para una meta desconocida en cuyo camino no podemos llegar muy lejos.

Las cosas de las que solemos hablar en broma son generalmente, al contrario, las que nos fastidian, pero no queremos que se vea que nos fastidian, quizá con la esperanza inconfesada de esa ventaja suplementaria de que precisamente la persona con quien hablamos, al oírnos bromear con eso, crea que no es verdad.

Cuando hemos pasado de cierta edad, el niño que fuimos y el alma de los muertos de los que salimos vienen a echarnos a puñados sus bienes y sus desventuras, queriendo cooperar en los nuevos sentimientos que experimentamos y en los cuales nosotros, borrando su antigua efigie, los refundimos en una creación original.

Bajo toda dulzura carnal un poco profunda, está la permanencia de un peligro.

El amor es un mal incurable.

Los maridos engañados, aunque no saben nada lo saben todo, sin embargo.

Solo se ama lo que no se posee por entero.

Una verdad más profunda que la que diríamos si fuéramos sinceros podemos a veces expresarla y anunciarla por una vía que no es la de la sinceridad.

Se ha dicho que la belleza es una promesa de felicidad. Inversamente, la posibilidad del placer puede ser un comienzo de belleza.
Venus y Adonis (detalle), Veronés

Desde que ya no existe el Olimpo, sus habitantes viven en la tierra. Y cuando los pintores pintan un cuadro mitológico, toman de modelo para Venus o Ceres a muchachas del pueblo que ejercen los oficios más vulgares, con lo que, lejos de conocer un sacrilegio, no hacen más que restituirles la caridad, los atributos divinos de que fueron despojadas.

Haber proclamado (en calidad de jefe de un partido político, o de lo que sea) que mentir es horrible, suele obligar a mentir más que los otros, sin por eso quitarse la careta solemne, sin dejar la tiara augusta de la sinceridad.

La naturaleza no sabe apenas dar más que enfermedades bastante cortas, pero la medicina se ha abrogado el arte de prolongarlas.

El universo es verdadero para todos nosotros y diferente para cada uno.

Para cada hombre, la vida de cualquier otro hombre prolonga, en la oscuridad, senderos insospechados. La mentira, de la que están hechas todas las conversaciones, aunque tan a menudo logre engañar, no oculta un sentimiento de inamistad, o de interés, o una visita que se quiere aparentar no deseada, o una escapada con una querida sin que lo sepa la mujer, tan perfectamente como una buena fama tapa unas malas costumbres sin dejarlas adivinar.

Obramos a ciegas, pero buscando, como los animales, la planta que nos conviene.

A nadie se aprecia tanto como a los que unen a otras grandes virtudes la de ponerlas sin regatear a disposición de nuestros vicios.
Planeta Venus

Unas alas, otro aparato respiratorio, que nos permitiesen atravesar la inmensidad, no nos servirían de nada, pues trasladándonos a Marte o a Venus con los mismos sentidos, darían a lo que podríamos ver el mismo aspecto de las cosas de la tierra. El único viaje verdadero, el único baño de juventud, no sería ir hacia nuevos paisajes, sino tener otros ojos, ver el universo con los ojos de otro, de otros cien, ver los cien universos que cada uno de ellos ve, que cada uno de ellos es; y esto podemos hacerlo con un Elstir [pintor], con un Vinteuil [músico], con sus semejantes, volamos verdaderamente de estrella en estrella.

A partir de cierta edad, por amor propio y por habilidad, son las cosas que más deseamos las que aparentamos que no nos interesan.

En amor es más fácil renunciar a un sentimiento que perder una costumbre.

Parece ser que en la vida mundana la mejor manera de que le busquen a uno es rehusar, reflejo insignificante de lo que ocurre en amor.

No es posible que una escultura, una música que da una emoción que sentimos más elevada, más pura, más verdadera, no corresponda a una cierta realidad espiritual, o la vida no tendría ningún sentido. 
Imagen de LDFranklin

El amor es el espacio y el tiempo hechos sensibles al corazón.

Parece que los acontecimientos son más vastos que el momento en el que ocurren y en el que no caben enteros. Cierto que rebasan hacia el porvenir por la memoria que de ellos conservamos, pero también requieren un lugar en el tiempo que los precede. Cierto que se dirá que entonces no los vemos tales como serán , pero ¿acaso no los modifica también el recuerdo?

Cada cual tiene su modo peculiar de ser traicionado, como tiene su modo de acatarrarse.

Helena de Troya, marasop
Lo que denominamos experiencia no es sino la revelación a nuestros propios ojos de un rasgo de nuestro carácter, que naturalmente reaparece, y reaparece con tanta mayor fuerza cuanto que ya lo hemos evidenciado una vez ante nosotros mismos, de modo que el movimiento espontáneo que nos guiara la primera vez se ve reforzado por todas las sugestiones del recuerdo. El plagio humano al que resulta más difícil sustraerse a los individuos (y aun a los pueblos que perseveran en sus faltas y van agravándolas) es el plagio de uno mismo.

Dejemos las mujeres guapas a los hombres sin imaginación.

Hallé en el castigo que se me infligía por haber mecido en mis rodillas a una niña desconocida, esa relación que existe casi siempre en los castigos humanos, y que hace que no haya casi nunca ni condena justa, ni error judicial, sino una especie de armonía entre la idea falsa que se forma el juez de un acto inocente y los hechos culpables que ha ignorado.

Los vínculos entre un ser y nosotros no existen sino en nuestro pensamiento. 

En el mundo (y este fenómeno social no es más que una aplicación de una ley psicológica mucho más general), las novedades, culpables o no, solo espantan a la gente hasta que son asimiladas y rodeadas de elementos tranquilizadores.

Es un error creer que la escala de los miedos corresponde a la de los peligros que los inspiran.

El instinto dicta el deber y la inteligencia proporciona los pretextos para eludirlo.

Una obra en la que hay teorías es como un objeto en el que se deja la marca del precio.

Un nombre leído antaño en un libro contiene entre sus sílabas el viento rápido y el sol brillante que hacía cuando lo leíamos.

Una hora no es solo una hora, es un vaso lleno de perfumes, de sonidos, de proyectos y de climas. Lo que llamamos realidad es cierta relación entre esas sensaciones y esos recuerdos que nos circundan simultáneamente.

Solo mediante el arte podemos salir de nosotros mismos, saber lo que ve otro de ese universo que no es el mismo que el nuestro, y cuyos paisajes nos serían tan desconocidos como los que pueda haber en la luna.

El panfletario asocia involuntariamente a su gloria a la canalla que anatemiza.

Un libro es un gran cementerio con una mayoría de tumbas en las que no se pueden ya leer los nombres borrados.
 
Allí donde la vida nos encierra, la inteligencia nos abre una salida, pues si un amor no compartido no tiene remedio, de la comprobación de un sufrimiento se sale, aunque solo sea sacando las consecuencias que implica.

En realidad, cada lector es, cuando lee, el propio lector de sí mismo.

Nuestros más grandes temores, como nuestras mayores esperanzas, no son superiores a nuestras fuerzas y podemos acabar por dominar los unos y realizar las otras.

(Final de la novela)
Si me diese siquiera el tiempo suficiente para realizar mi obra, lo primero que haría sería describir en ella a los hombres ocupando un lugar sumamente grande (aunque para ello hubieran de parecer seres monstruosos), comparado con el muy restringido que se les asigna en el espacio, un lugar, por el contrario, prolongado sin límite en el Tiempo, puesto que, como gigantes sumergidos en los años, lindan simultáneamente con épocas tan distantes, entre la cuales vinieron a situarse tantos días. 







miércoles, 9 de octubre de 2013

Marcel Proust. Guía de lectura de En busca del tiempo perdido

Tarde de domingo en la isla de la Grande Jette, Georges Seurat
¿Vale la pena invertir mucho tiempo en leer esta larguísima novela? Rotundamente, sí. Es una auténtica maravilla, literatura en estado puro. Ahora bien, si leer En busca del tiempo perdido es ya difícil por su volumen y sus características (apenas hay acción como se entiende en la narrativa actual; abunda la descripción superpormenorizada de comportamientos y mentalidades analizada hasta la saciedad; la descripción, bellísima, de cuadros naturales y sociales; las oraciones son tan largas que cuesta seguir su curso a través de los meandros en que se remansa y dispersa; la nómina de personajes es increíblemente larga; se alude a acontecimientos dados por sabidos como la política internacional francesa de fines del XIX o el asunto Dreyfus, por citar algunos ejemplos de a lo que me refiero), más difícil aun es hacerlo sin guía, ya que la más reciente se incluye en los tres volúmenes publicados por la editoria Valdemar en edición de Mauro Armiño, y que no es precisamente económica ni sucinta. Además, esta no se encuentra (que yo sepa) publicada en internet. En la web apenas si hay información práctica en español sobre la novela, aparte del penoso artículo de la Wikipedia y otros que lo copian sin más, emperándolo más aún. Por eso, sin ánimo de ofrecer una entrada exhaustiva, lo que ofrezco es al menos una guía de temas, argumentos y personajes básicos para no perderse demasiado en ese laberinto.

ÍNDICE
0. Partes y años de la novela.
1. Personajes principales.
Entorno de Combray (7): Francisca / Charles Swann / Gilberta / Vinteuil / Hija de Vinteuil / Madame Sazerat / Los Larivière.
Familia y amigos del protagonista (17): Protagonista / Madre / Padre / Abuela Matilde / Abuelo Amédée / Tía Leonicia / Tío Adolfo / Celina y Flora / Robert, marqués de Saint-Loup-en-Bray / Albert Bloch / Salomon Bloch / Nissim Bernard / Una hermana de Bloch / Albertina Simonet / Rachel / Charlie Morel.
Entorno de Swann, los Verdurin y otros (burgueses y artistas) (14): Odette de Crécy / Los Verdurin / Biche - Elstir / Cottard / Leontina / Dechambre / Forcheville / Saniette / Brichot / Sherbatoff / Ski / Bergotte / Berma / Léa
Círculo de los Guermantes y otros nobles (16): Duquesa de Guermantes (Oriana) / Duque de Guermantes (Basin) / Barón de Charlus (Palamède) / María, condesa de Marsantes / Marquesa de Villeparisis (Madeleine) / Norpois / Príncipes de Guermantes (Gilbert y María) / Princesa de Parma / Los Courvoisier (marquesa de Gallardon) / Marquesa de Cambremer (Zélia) / Marqués de Cambremer (Cancan) / Marquesa de Cambremer / Conde de Crécy (Pierre de Verjus) / Marquesa de Surgis-Le-Duc / Victurnien y Arnulphe.
2. Temas y resumen por volúmenes.
3. Traducciones al castellano.
- Citas de En busca del tiempo perdido (entrada aparte).


O. PARTES Y AÑOS DE LA NOVELA
En busca del tiempo perdido constituye una única novela escrita por Marcel Proust y dividida en siete volúmenes. No todos se publicaron en vida del autor (1871-1922) y este no pensaba dividir de esta forma su obra, que la concibió con más apartes, pero así es como está ahora.

En busca del tiempo perdido (1913-1927).  
À la recherche du temps perdu.
I. Por el camino de Swann (1913). Du côté de chez Swann.
II. A la sombra de las muchachas en flor (1919). À l'ombre des jeunes filles en fleur.
III. El mundo de Guermantes (1922). Le côté de Guermantes.
IV. Sodoma y Gomorra (1923). Sodome et Gomorrhe.
V. La prisionera (1925). La prissionère.
VI. La fugitiva o Albertine desaparecida (1927). Albertine disparue.
VII. El tiempo recobrado (1927). Le temps retrouvé.

Del tomo VI existe una versión reducida encontrada en 1986 y que parece ser que es la que dio por definitiva. En España la publicó Anagrama en 1988 traducida por Javier Albiñana.
Suele publicarse independientemente el segundo capítulo del primer tomo: Unos amores de Swann. Sirve para hacerse una idea del contenido, estilo, etc. del autor y ver si merece la pena a cada uno seguir leyendo o no.
El tiempo interno de la novela, la época en que se sitúa, abarca unos 40 años: de 1879 a 1919.
El tiempo de (re)lectura en mi caso ha sido de 3 meses y 9 días (del 29  de junio al 8 de octubre de 2013).

1. PERSONAJES PRINCIPALES
ENTORNO DE COMBRAY
Illiers-Combray
Combray es el pueblo donde veraneaba la familia del protagonista. Desde la casa donde se alojaban, la de la prima hermana de la abuela, la tía Léonie, realizaban Marcel y sus padres excursiones o paseos sobre todo siguiendo dos caminos: el corto, que iba a la finca de los Swann, y el que seguía el curso del río Vivonne hasta las propiedades de los Guermantes.
Francisca (Françoise): es la criada de la tía Léonie, pero a la muerte de esta se traslada a París a servir a la familia de Marcel. Posee un carácter contradictorio que Marcel, extrañado,  intenta analizar (¡cómo no!) especialmente por sus fuertes simpatías y antipatías, algunas aparentemente arbitrarias y caprichosas. Le tiene ojeriza a Albertine, como se la tenía a Eulalia. Es una excelente cocinera.
Habla con su hija en un dialecto que deja de emplear cuando Marcel lo aprende.
El nacimiento de Venus, Botticelli (detalle)
Charles Swann: Pelirrojo de ojos verdes, agente de bolsa, vecino de Combray con domicilio en París. Su padre era amigo del abuelo de Marcel, y el hijo hereda esta amistad. Apenas trabaja; se dedica, a ratos, a escribir estudios sobre pintura; es especialmente afinicionado a Vermeer de Delft, Giotto y Botticelli. Es judío, algo que cobrará importancia a partir del tercer tomo, El mundo de Guermantes, cuando se trata el asunto Dreyfus. También es mujeriego, al menos hasta su matrimonio. Su mujer, Odette, no es bien recibida por sus amistades (en vida de él; luego sí), tanto la familia de Marcel como la alta nobleza parisina, lo cual hará que Swann descienda en la escala social hasta regodearse de recibir en su casa a burgueses sin importancia a los que su círculo de amistades anterior: los Guermantes (es muy amigo de la duquesa), el príncipe de Gales, etc. habría aborrecido.
El verdadero Swann, por James Tissot
Lo encontramos gravemente enfermo al final del tomo III. En el siguiento nos enteramos de su fallecimiento.
Gilberta (Gilberte): Hija de los Swann. A Marcel le impresiona cuando la ve brevemente en Combray durante uno de sus paseos por el camino de Swann. Posteriormente, se hará amigo suyo y se enamorará de ella en París jugando con ella y su pandilla en los Campos Elíseos. Es un amor no correspondido al que finalmente, con gran dolor, renuncia. Gilberta terminará casándose con Saint-Loup y teniendo una hija con él, una Guermantes (tema del ascenso de la burguesía). 
Legrandin: Vecino de Combray, ingeniero. El padre del protagonista se disgusta con él porque apenas le saluda cuando va acompañado de alguna aristócrata. Lo hace porque adolece del pecado que no tiene remisión: el esnobismo. Su hermana es la nuera de la marquesa de Cambremer. Aunque los Cambremer tienen casa en Balbec, Legrandin no da esa información a la abuela de Marcel ni a este porque no quiere recomendar estos plebeyos a una noble, aunque más tarde Marcel la conocerá en la Raspelière.
Es tan esnob, que se hace llamar Legrand de Méséglise, algo de lo que se ríen Marcel y el conde de Crécy. No obstante todo esto, se muestra muy generoso con la madre de Marcel cuando esta acude a Combray a cuidar de su tía enferma, porque el esnobismo es una enfermedad grave del alma, pero localizada y que no afecta a toda ella.
Vinteuil: Antiguo profesor de piano de las tías abuelas de Marcel, es el autor de la sonata preferida de Swann, aunque este lo duda porque no le tiene en buena estima y no se sabrá hasta mucho después. Su obra maestra es el Septeto estrenado en casa de los Verdurin en el tomo V. Seguramente, su modelo más probable sea César Franck en cuanto a vida y Septeto. Para la frase de la sonata, al parecer se inspiró en Saint-Saëns. Más información y vídeos pueden verse en este magnífico blog.
Hija de Vinteuil: Criada por su padre (es viudo), dará mucho que hablar por sus relaciones lésbicas. El protagonista le descubre una vena masoquista al espiarla involuntariamente por la ventana de su cuarto cuando ella está con su amante. Al final del tomo IV descubre Marcel que Albertina es amiga suya, lo cual le causa gran inquietud y celos. Mademoiselle Vinteuil será la encargada de poner en limpio los papeles de su padre que descubren el Septeto.
Madame Sazerat: Vecina de Combray. Saluda fríamente al padre del protagonista por ser ella dreyfusista y él del bando contrario. No obstante, en Combray ofrece comidas a la madre cuando esta va a cuidar de su tía enferma. Marcel y su madre se la encontrarán en Venecia, donde ella les cuenta que la señora de Villeparisis, entonces duquesa de Havré, arruinó y luego abandonó a su padre.
Los Larivière: Únicas personas reales, personas que existen en un libro donde no hay un solo personaje "con clave", según el autor. Son unos primos millonarios de Françoise que vuelven a trabajar en una taberna gratis para ayudar a la mujer de un primo suyo caído en la primera guerra mundial. Proust dice transcribir su nombre verdadero con infantil placer y profunda emoción en memoria de los buenos franceses durante la guerra.

FAMILIA, AMIGOS Y CONOCIDOS DEL PROTAGONISTA
Retrato de Marcel Proust
Protagonista: En realidad, carece de nombre, aunque le llamaré Marcel por su frase del libro quinto: [Albertina] decía: "Mi" o "mi querido", segidos uno y otro de mi nombre de pila, lo que, dando al narrador el mismo nombre que al autor de este libro hubiera sido: "Mi Marcel", "mi querido Marcel".
Es el narrador de todo en primera persona, salvo del apartado Unos amores de Swann, donde también aparece su "yo", si bien esporádicamente. Es muy observador, inteligente, reflexivo y enfermizo. También es muy celoso. Frecuenta los salones de la alta sociedad y, al principio, le atrae la nobleza, no exactamente por esnobismo, sino por lo que le evocan sus nombres y títulos. Le atraen igualmente la naturaleza y el arte y su objetivo es dedicarse a escribir, algo que intentará finalmente. Lo que leemos es, se supone, el esbozo de la novela que escribirá para que todo ese tiempo reflejado ahí no caiga en el olvido. Será eso en definitiva, el arte, lo que salve el tiempo, lo que haga que este no se pierda.
Adrien Proust retratado por Nadar
Este protagonista aporta mucha información, pero también es mucha la que no facilita. Por ejemplo, en el tercer tomo alude, muy de pasada, a un desafío que yo había tenido, o sea, un duelo con testigos del que no se dice ni una palabra más en la novela. Conviene no tomarlo a pies juntillas por el propio autor, Marcel Proust. La novela tiene mucho de autobiográfico, pero no es una autobiografía, ni siquiera novelada. Es ficción, y su protagonista es un personaje, como todos los demás que aparecen, no una persona. Solo son reales los nombres de escritores y políticos. Encontrar coincidencias y personajes reales escondidos bajo los ficticios es algo que la crítica de Proust hace habitualmente y tiene su interés, pero esto es, repito, ficción, no un juego de quién es quién. El mismo autor lo declaró así en la novela, en una cita de las que reproduzco aparte.
A los nobles y amigos que conoce les gusta por su charla inteligente y amena, aunque apenas ofrece muestras de ella (reproduce parte de una en  el volumen II, cuando visita a Saint-Loup en Doncières y otra en el V) y tampoco transcribe sus respuestas a las preguntas que le dirigen. Es falso y engañoso suponer que se sabe todo de él, o mucho, porque es tanto lo que dice como lo que no.
Del mundo de la alta sociedad es muy amigo del Gran Duque de Luxemburgo, al que defiende de las malevolencias de la duquesa de Guermantes y otros que se ríen de su boda con la hija de un "molinero".
La visita, Félix Vallotton
Madre: De ella no se dice el nombre, ni aparece demasiado en la novela excepto al principio del todo, cuando el protagonista recuerda el sufrimiento que le producían las visitas de Swann porque podían privarle del beso de buenas noches que le daba su madre. No consta tampoco profesión. Destaca el deseo de agradar a su marido cuando se fuerza a sí misma a que también, como a él, le guste el señor de Norpois, al que ella no encuentra tan genial como su cónyuge. Viaja con su hijo a Balbec la segunda vez que este va, pero apenas asoma por estas páginas. También acompaña a su hijo a Venecia en el tomo VI. A la muerte de su madre, hereda algo de su carácter y su gusto por leer y citar a todas horas a Madame de Sevigne. No le gusta que Albertina se mude a su casa, pero no lo dice abiertamente porque no quiere disgustar a su hijo.
Padre: Tampoco se dice el nombre. Trabaja en algo relacionado con el Ministerio de Asuntos Exteriores (o como se llamara allí y entonces), donde es colega del señor Norpois, del cual se hace amigo. Se sabe que es antidreyfusista por cómo le trata la señora de Sazerat, pero apenas si asoma por la novela más allá de los dos primeros libros.
Abuela Matilde (Bathilde): Es una de las personas más queridas por Marcel, con el que se va de vacaciones a Balbec. En el transcurso de estas vacaciones, la abuela sufre un síncope, pero no lo sabremos, porque Marcel tampoco se entera, hasta mucho después, en el tomo cuarto. Es amiga de la marquesa de Villeparisis, a la que conoce casualmente en misa y con la que se reencuentra tiempo después en Balbec. Muere en el tercer tomo. Pocas páginas después se dice que fueron sus padres los que "le habían escogido esposo". Está, pues, casada, pero el Abuelo, Amédée, no aparece apenas. El abuelo era amigo del Swann padre. Solo se dice que tomaba coñac con gran disgusto de su mujer y que tenía bastante calado a Swann hijo y a otros, a los que recibía con fragmentos de canciones alusivas a algún aspecto de su personalidad o condición social. Sobrevive a su esposa, pero no aparece más allá de esta noticia.
Bulevar St. Denis en París, Jean Béraud
Tía Leoncia (Léonie): Propietaria de la casa de Combray, no salió de su cama  en siete años, hasta su muerte, tras enviudar de su marido Octave. Se enteraba de los cotilleos del pueblo además de por Françoise, por Eulalie, "muchacha coja y sorda, muy activa". También recibe las agotadoras visitas del cura. Dice que no duerme nunca, pero Marcel la sorprende en alguna de sus siestas. A su muerte, los padres de Marcel heredan algunos muebles y pasa Françoise, su criada, a su servicio en París.
Tío Adolfo (Adolphe): Hermano del abuelo, militar. La familia deja de hablarse con él cuando Marcel les cuenta que el tío le ha presentado a una dama de rosa en su casa de París. Esta dama es Odette de Crécy, futura señora Swann. Tiene cuarto en la casa de Combray, pero no va por esta mala relación con la familia.
Celina y Flora (Céline): Hermanas de la abuela. Son sumamente discretas y delicadas, lo cual les hace ser un poco risibles a veces por su forma de dar a entender sin ser claras. No van a ver a su hermana cuando se encuentra gravemente enferma por quedarse escuchando cuartetos de Beethoven. La familia atribuye este comportamiento a su chifladura más que a maldad.
Robert d'Humières, por Nadar
Robert, marqués de Saint-Loup-en-Bray: Se lo presenta a Marcel la marquesa de Villeparisis, tía de Robert, en Balbec. Aunque al principio no le causa buena impresión por su frío saludo, pronto descubrirá el protagonista que esta forma de saludar es un rasgo de los Guermantes y se harán muy buenos amigos. Como militar, pasa largas temporadas en Doncières, lugar cercano a Balbec y a donde va a visitarlo Marcel.
Robert pasa por ser de los jóvenes más elegantes de su generación. Durante mucho tiempo está prometido a Raquel, chica que quiere ser actriz, antigua conocida de Marcel, a la que colma de regalos en parte porque ella le desdeña y se divierte causándole celos.
Aunque da puñetazos a un hombre por insinuársele en la calle (tercer tomo), descubriremos en el último que también es homosexual y que acude a casas de citas para hombres. Ya se adelantó algo antes al hablar de él y tres amigos suyos, conocidos mujeriegos que, sin embargo, son atraídos por los hombres, si bien por separado y sin que los demás lo sepan. Pese a este adelanto, descubrir los sitios que frecuenta, como el burdel de hombres de su tío, es bastante sorpresivo, otro de los inesperados giros proustianos, similar al de la conversión de la Verdurin en princesa, máxime cuando es la época en que Robert ya está casado con Gilberta Swann, con la que tiene una hija. Esta quedará huérfana al morir su padre en la primera guerra mundial.
Pintura de Jean Béraud
Albert Bloch: Amigo judío de Marcel. Quiere ser dramaturgo y habla de una forma bastante pedante. Es el que primero habla a su amigo del escritor Bergotte. Es muy maleducado y grosero, lo cual le granjea antipatías. Uno de los momentos más cómicos de la novela es cuando la señora de Villeparisis le expulsa de su salón montando un numerito sin que él se entere de lo que realmente ocurre. El tiempo curará su mala educación y se codeará con la alta sociedad con el nombre de Jacques du Rozier.
Su padre, Salomon Bloch, se jacta de conocer a ciertas personas sin que sea verdad: las "conoce sin conocerlas", de vista. Es un poco avaro. De su tïo, Nissim Bernard, al que se presenta como un mentiroso ridículo en el segundo tomo, se sabrá en el cuarto que está enamorado de un camarero del Gran Hotel de Balbec.
Por mediación de su sobrino, presta 5.000 francos a Morel. Además, contribuye indirectamente a que no se tomen represalias hacia una hermana de Bloch que ha escandalizado a los clientes del Gran Hotel por su descaro en las caricias prodigadas en público con otra mujer.
Albertina Simonet (Albertine): Sobrina de la señora de Bontemps, con la que vive por ser huérfana de padre y madre. El protagonista la ve en Balbec con su grupo de amigas y se enamora de ella, además de alguna de sus amigas. Cobra gran protagonismo a partir del quinto tomo, cuando Marcel la lleva a vivir a su casa sin apenas dejarla salir porque es muy celoso y sus sospechas de que Albertina ha mantenido relaciones con otras mujeres se confirman cuando ella le dice que es muy amiga de la hija de VinteuilLa relación, pues, atraviesa muchos altibajos por la desconfianza de Marcel en ella. Durante esta relación se explora en la novela el tema del amor y los celos.
Muere en el sexto tomo debido a un accidente ecuestre.
Escaparate de París, Atget
Raquel: Llamada Rachel quand du seigneur (título de un aria de la ópera La judía, de Lévy Halévy) por Marcel y Bloch, es prostítuta de un burdel que frecuentan ambos. La llaman así porque ella le decía al ama que aunque no estuviera, volvería si era reclamada por algún señor. Esa misma Raquel es, por un tiempo, la novia de Saint-Loup, al que ella trata bastante mal y le sablea. La duquesa de Guermantes y otros se ríen de sus pésimas interpretaciones teatrales. Pese a ello, encontraremos a Raquel en el últmo volumen como protegida por la duquesa, que la presenta como una gran actriz, superior a la Berma.
Charlie Morel: Hijo del mayordomo del tío Adolphe, lo conoce el protagonista cuando Morel acude a su casa para entregarle unas fotos y postales que le legó su tío, entre las que se encuentra un retrato de Odette como Miss Sacripant.
Lo reencontramos convertido en un virtuoso violinista seguido por el barón de Charlus. Es un personaje un tanto ambiguo, caracterizado como egoísta, arribista y aprovechado. Le gustan las mujeres y sale con la sobrina de Jupien, pero a la vez alterna con hombres, de los cuales destaca Charlus y el príncipe de Guermantes, el cual le paga 50 francos por pasar la noche con él en la casa de mujeres de Maineville. Marcel le escucha desde el patio llamándole "so zorra" a su novia, un detalle más de su odioso carácter.

ENTORNO DE SWANN, LOS VERDURIN Y OTROS (BURGUESES Y ARTISTAS)
Escaparate parisino. Foto de Atget
Odette de Crécy: Es una cocotte o "mujer de vida alegre" con amantes que la mantienen. Conoce a Swann porque se lo presenta Charlus. El enamoramiento de Swann y sus celos se narran en el capítulo en retrospectiva Unos amores de Swann, donde este termina dejándola, desengañado ("¡Cada vez que pienso que he malgastado los mejores años de mi vida [...] todo por una mujer que no me gustaba, que no era mi tipo!"). Aunque sabe de sus amantes hombres y mujeres,  sin embargo terminará casándose con ella y teniendo a su hija Gilberta.
Marcel admira a la señora de Swann a la que elogia su forma de vestir, algo que también reconoce la duquesa de Guermantes. 
Además de como Crécy y Swann, aparece como la "Dama de rosa" que conoce Marcel en casa de su tío Adolfo, y retratada como Miss Sacripant en una acuarela de Elstir (el Biche de los Verdurin), acuarela que reaparecerá en fotografía al recibir Marcel parte de las pertenencias de su tío Adolfo cuando este muere.
Es una mujer elegante y con habilidades sociales, si bien de limitada cultura y arribista, ya que no duda en cambiar de postura sobre Dreyfus, en pasar de apoyarle a ser contraria, pese a estar casada con un judío, por abrirse paso en salones donde de otra forma no sería recibida, como el de la marquesa de Villeparisis y los Guermantes. Le gustan mucho las flores y el inglés, idioma del que intercala palabras en su conversación.
Al final, la encontraremos casada con Forcheville y amante de un octogenario duque de Guermantes.
Eclipse en abril de 1912. Foto de Atget
Los Verdurin: Marido (Gustave) y mujer dirigen este salón al que acuden burgueses y artistas. Les gustan las artes a la última, en música, pintura o escultura (Gustave fue crítico de arte). Es fiel Odette de Crécy, que se cita allí con Swann. La señora de Verdurin ambiciona subir en la escala social, algo que logrará con creces cuando, casi al final de la novela, la vemos, en un desconcertante e impensable giro, convertida nada menos que en princesa (no duquesa) de Guermantes al casarse con el príncipe viudo (ella también había enviudado).
Exigen dedicación plena de los fieles a su salón, por lo que el peor defecto que encuentran en los demás es que frecuenten lugares más elegantes y que no les rían las gracias, consistentes a menudo en criticar a gente más encumbrada que ellos a la que no conocen. Swann no entrará en ese juego, por lo que terminará siendo expulsado del salón.
Aparecen, sobre todo, en la narración de Unos amores de Swann. Los reencontramos en Sodoma y Gomorra junto al barón de Charlus y en alguna ocasión más. Al protagonista no le caen demasiado bien.
Nymphs, de Albert Aubert. mica 12244 art en flickr.com
Biche: Pintor asiduo al salón de los Verdurin. Allí dice tonterías, como todos, pero es capaz de mantener conversacines serias sobre pintura con Swann, al menos cuando no le escuchan los demás y se ve obligado a soltar gracias tontas. Años después aparece afincado en Balbec como el famoso pintor (impresionista) Elstir.
Aunque reniega de su pasado con los Verdurin y no los trata, es el único que lamenta profundamente la muerte de Gustave Verdurin.
Podría responder en la realidad a Albert Aublet o a Paul César Helleu.
Cottard: Médico notable y académico que además de frecuentar a los Verdurin, cena con los padres de Marcel. Le cuesta comprender las frases hechas, así como los chistes, lo cual hace que Swann le considere un imbécil, pero compensa con su buen hacer de médico. Va acompañado de su mujer, Leontina (Léontine) más discreta y buena persona, cuyo honor defiende ante el barón de Charlus cuando este no la ofrece asiento. Descubre al protagonista la supuesta homosexualidad de Albertine y Andrée.
Debemos recordar que el padre de Proust, Adrien Proust, era un reconocido médico de la época, tanto en Francia como en el extranjero.
Catleyas
Dechambre: El pianista protegido por los Verdurin, a cuya casa acude con su tía. Nos enteramos de su fallecimiento en el tomo cuarto. Ya no frecuentaba a los Verdurin, por lo que la señora no habla bien de su etapa posterior.
Forcheville: Militar conocido de Swann, este se siente celoso cuando él se interesa por Odette, con la que llegará a mantener relaciones. Cae bien a los Verdurin por sus bromas rudas y su trato directo.
Se casará con Odette siendo esta viuda de Swann.
Saniette: Tímido asistente a los miércoles de los Verdurin. La señora termina expulsándole de su salón más que nada por soso. Le encontramos readmitido al círculo en Sodoma y Gomorra, donde es el hazmerreír del señor Verdurin. Es de los miembros a los que más estiman Swann y Marcel.
Pese a la rudeza con que le tratan los Verdurin, estos le pasarán una dieta vitalicia de forma anónima, sin que nadie lo sepa, cuando Saniette se queda en la ruina por haber realizado unas desastrosas inversiones en bolsa.
Hall de la Sorbona
Brichot: Profesor de la Sorbona. En casa de los Verdurin se desinhibe y permite tontas bromas a cuenta de personajes históricos. Que Swann no le ría las gracias es algo que no sienta bien a los anfitriones y precipita su caída.
Lo reencontramos en el tomo IV casi ciego y en no muy buenas relaciones con el "cogollito" por ir a veces a comer con los Cambremer, ya que está enamorado de la señora Legrandin.
Sherbatoff: Princesa rusa, la más fiel a los Verdurin. La conocemos cuando estos veranean en la propiedad de los Cambremer, la Raspèliere.
Es una anciana dama tímida sin apenas vida social. Deja de hablarse con el protagonista por algo sin importancia. A su muerte, la señora Verdurin fingirá que no la aguantaba ya para no tener que suspender la recepción que daba ese día (la organizada por Charlus), en un episodio paralelo al del duque de Guermantes cuando se entera de la muerte de su primo.
Ski (Viradobetski): Escultor polaco que anda con el grupo. Conoce a Elstir, pero no se soportan porque, en cierto modo, se parecen.
Anatole France, por Nadar
Bergotte: Escritor cuyas novelas lee Marcel durante los veranos en Combray por recomendación de Bloch. El protagonista se sorprende mucho cuando descubre que es un autor vivo y que frecuenta a los Swann. Cuando lo conoce, le decepciona por su fealdad (la nariz acaracolada, especialmente) y su voz y expresión oral, que no encuentra coincidente con la de sus escritos; aunque posteriormente sí hallará relación entre ambas.
Como con Elstir y Vinteuil, el autor comenta al menos dos etapas en su creación. En el caso de Bergotte, a Marcel le van gustando cada vez menos sus libros, aunque reconoce la maduración de su estilo.
Muere en el tomo V tras ir a ver por última vez la Vista de Delft, de Johannes Vermeer, al museo.
Cartel de 1896 de Alfons Mucha
Aunque no responde a un único escritor concreto, parece ser que su retrato se aproxima al escritor real y amigo de Proust Anatole France.
Berma: Conocidísima actriz (en la novela), la mejor de su tiempo, destacada intérprete de clásicos como Racine. El protagonista la verá interpretar por fin, pero se decepciona  por ir al teatro demasiado nervioso y haberse hecho demasiadas expectativas, por fuerza diferentes de la actuación real. Sin embargo, su arte cristaliza poco a poco en la memoria del protagonista y la revalorizará adecuadamente cuando vuelva a ver una interpretación suya, sin prejuicios esta vez.
Es protagonista de una vergonzante escena en el último tomo, cuando se ve obligada a volver a la escena, estando gravemente enferma, para ayudar a su hija y su yerno, y pese a ello, estos prefieren pasar la velada con Raquel, la cual se regodea humillándolos.
Puede suponerse que responde, más o menos, a Sarah Bernhardt, aunque a esta también la cita como tal en algún momento de la novela.
Léa: Como la Berma, es actriz, aunque en la novela destaca no por su arte, sino por su lesbianismo y sus supuestas relaciones con Albertine, una prima de Bloch, y con Morel, al que escribe una carta, interceptada por Charlus, en la que le habla en femenino y le dice "tú lo eres", refiriéndose al gusto de Morel por las mujeres.

CÍRCULO DE LOS GUERMANTES Y OTROS NOBLES
Café de Flore, en el barrio de Saint-Germain de París
Esta parte puede resultar algo liosa, con sus títulos, nombres y parentescos cruzados. Aunque son importantes durante toda la novela, se los describe y analiza más profundamente en el tercer volumen de la novela: El mundo de Guermantes (Le Côté de Guermantes).
Duquesa de Guermantes: Oriana. Princesa de los Laumes antes de la muerte de su suegro y condesa de Combray. Casada con Basin, prima del barón de Charlus, con el que se crio. Pasa por ser la mujer más elegante de la élite parisina, además de ser envidiada por su inteligencia. Sus ideas son aparentemente liberales y avanzadas, algo que escandaliza a los Courvoisier; pero en el fondo es fiel al "genio de la familia" que le hace comportarse como la gran duquesa que es cuando la ocasión lo exige.
Élisabeth, condesa Grefulhe
Ejerce la fascinación de Marcel ya desde los veraneos en Combray, lugar de la que ella es condesa. Es la cima social de la Francia de la época: a sus salones asiste muy poca gente y muy selecta. Marcel, tras esforzarse mucho por ser admitido allí, lo consigue cuando le empieza a dar igual.
La duquesa es muy amiga de Swann, aunque no quiere saludar a su mujer.
Marcel la admira profundamente al principio, porque cree ver en ella una encarnación de todo un paisaje y una época que se remonta a la Edad Media; pero se decepcionará cuando, al conocerla mejor, se percata de que es una mujer, si bien muy exclusiva e inteligente, como todas las demás. Sus actos y palabras nos retratan una mujer malvada, a la que le gusta hacer sufrir a sus criados y que se complace en llevar la contraria debido a su necesidad enfermiza de novedades arbitrarias (el mismo aburrimiento la hace ser injusta).
Consiente, más o menos, las infidelidades de su marido, ya que aprovecha las fases de enamoramiento de este para sacarle regalos caros. Es, sin duda, un personaje que decae al conocerlo.
Duque de Guiche, retratado por Nadar


Duque de Guermantes: Basin. Marido de la anterior. Hermano del barón de Charlus y de María Marsantes. Se comporta en cierto modo como si fuera un señor feudal dueño del barrio de Saint-Germain, donde reside y en cuyo edificio vivirán el protagonista y su familia desde El mundo de Guermantes. Es incapaz de ponerse en el lugar de los demás, algo que se evidencia cuando se queja del recibimiento de la madre de Marcel mientras a esta solo le preocupa su madre moribunda. Maneja mal la sintaxis y es un mujeriego que le es infiel a su esposa, al menos con la condesa de Arpajon y después con la señora de Surgis. El matrimonio no se lleva demasiado bien y hay rumores de divorcio.
No perdona la asistencia a un baile ni siquiera cuando sabe que su primo hermano Mama está agonizando.
Su mayor habilidad consiste en su asombroso conocimiento heráldico y genealógico: es capaz de remontarse al siglo XIII para encontrar ancenstros nobles en familias que ni siquiera son de su círculo más cercano.
Bandera del ducado de Brabante
Barón de Chalus: Palamède, "Memé". Duque de Brabante, doncel de Montargis, príncipe de Olerón, de Carency, de Viareggio y des Dunes. Hermano de Basin y de Maria Marsantes, primo de Oriana, viudo de una princesa de Borbón.
Es uno de los personajes principales, auténtico protagonista del volumen IV, si bien aparece desde el primero. Tira a gordo, se tiñe el bigote  de negro y se aplica carmín en los labios.
De su verdadera naturaleza se nos dan pistas desde el principio, por ejemplo cuando se dice: Swann tenía una gran tranquilidad siempre que el que estaba con Odette era el barón de Charlus. Sabía que entre Odette y el barón de Charlus no podía haber nada. Más tarde Oriana dice que no le gustaría que su marido la quisiera como el barón a su mujer, a la que le ha consagrado un verdadero culto tras su muerte. Verdad que a veces se hace por los muertos cosas que no se hace nunca con los vivos [...] El semblante del duque se ensombreció.
Robert de Montesquieu, por Blanche
Barón
Se dan, pues, pistas, pero solo se descubrirá la realidad homosexual del barón al inicio de Sodoma y Gomorra. Esta condición (Proust lo llama, admitiendo que es erróneo, vicio) es la que convierte al barón en un ser impredecible en sus simpatías y antipatías. Además, es sumamente soberbio y orgulloso. Solamente tratará a los Verdurin por su relación con Morel. Ha tenido relaciones con el chalequero Jupien y con un número indeterminado de camareros, sirvientes, cocheros, etc.
Duque
Del gran mundo casi solo conoce su vicio el señor Vaugobert, pero fuera de él, según se dice hacia el final de Sodoma, lo reputan por pederasta en algunas partes, eso dice el escultor Ski. Pese a no conocer, se supone, su homosexualidad, tanto la señora de Villeparisis como Basin se escandalizan cuando saben que el protagonista conoce al barón, prueba de que algo saben o sospechan.
Marqués y par
El protagonista, como Swann, mantendrá una buena amistad con él, aunque se produce un episodio violento entre ambos cuando Marcel, enfurecido, le rompe una chistera.
Es un gran pianista, aunque raramente exhibe sus habilidades.
En el último volumen lo encontramos de socio en el burdel para hombres de Jupien, donde al barón le gusta ser atado con cadenas y azotado. 

María, condesa de Marsantes: Hermana del duque de Guermantes y del barón de Charlus, viuda y madre de Robert de Saint-Loup. Es la buena de la familia. Su bondad natural no le hace ser menos consciente de su linaje, pero es de trato agradable y sufre cuando su hijo no pasa con ella los pocos ratos libres que tiene de permiso, pero le perdona de corazón. Su marido es de ideas "rancias", anticuadas y conservadoras: hace que su mujer se siente a su izquierda por ser mejos linajuda que él, por ejemplo.No obstante su liberalidad aparente, el narrador dice que desprueba el noviazgo de su hijo con Raquel no solo por las cualidades de esta, sino principalmente por no ser noble, ya que ese mismo comportamiento lo habría tolerado en una aristócrata.
Pintura de Helleu
Blasón de los duques de Guisa
Marquesa de Villeparisis: Madeleine. Hija de Florimundo de Guisa. De soltera, duquesa de Havré. Es amiga de la abuela de Marcel, a la que conoce en misa y con la se reencuentra inesperadamente en Balbec. Allí recibe la visita de su sobrino-nieto Robert de Saint-Loup y de la princesa de Luxemburgo, que trata al protagonista y su abuela como si fueran animalitos del zoo (del Jardín de Aclimatación, dice).
Pese a su alto origen, la marquesa ha caído en desgracia social por su comportamiento juvenil y su salón es de baja categoría: recibe solo a burgueses, gente de provincias y algunos artistas, además de a los duques de Guermantes por ser sobrinos suyos. Ella misma es un poco artista y pinta acuarelas de flores además de escribir, y bien, sus memorias, que hacen aparecer sus salón por encima de otros muy superiores pero sin nadie que los cante, y este es un mensaje insertado del poder de la literatura y su capacidad inmortalizadora, tema principal de la novela.
Es amante del marqués de Norpois, algo que todos saben pero a lo que no se alude directamente, y este disimulo hace cometer ciertas torpezas, como hacer Norpois que llega de la calle cuando la marquesa había dicho antes que se encontraba en otra habitación de la casa.
Pasa por tener ideas avanzadas en temas sociales y políticos, pero, como en el caso de su sobrina la duquesa, no son convicciones profundas.
En el tomo VI se cuenta que de joven arruinó y abandonó al padre de la señora Sazerat.
Mademoiselle Vaughan, Helleu
Norpois: antiguo diplomático cuya intimidante mirada admiraba el mismo Bismarck. Es compañero de trabajo y amigo del padre del protagonista, que le invita a cenar, y amante de la marquesa de Villeparisis, con la que no llegará a casarse, seguramente por la diferencia de clase (el duque Basin se ríe de esa posibilidad).
Se le observa una vena sádica al menos en dos ocasiones: cuando no habla a los Swann del gran interés que tiene Marcel en ser recibido por ellos, y cuando se niega sistemáticamente a influir en el voto de sus compañeros de Academia para que admitan al príncipe Von (Faffensheim), al menos hasta que este le tienta con favores sociales que se otorgarían a la señora Villeparisis; concretamente, que la reciban en la cena en que se homenajeará a los reyes de Inglaterra.
Al protagonista le critica uno de sus primeros textos literarios. Resulta, en general, antipático.
Príncipes de Guermantes: Se llaman Gilbert y María, como los padres de Saint-Loup. Su salón es tan exclusivo como el de los duques, pero Marcel consigue también ser invitado allí.
El príncipe, aunque es presentado como más conservador que Basin, reflexiona sobre el caso Dreyfus y confiesa a Swann su conversión de anti a revisionista. Descubre que su esposa ya era dreyfusista en uno de los pocos, si no el único, episodios folletinescos que encontramos en la novela.
Descubriremos sorprendidos que el príncipe es también homosexual y requiere los servicios de Morel cuando este ya está con el barón de Charlus. Este, por otra parte, reconoce ante Brichot que la homosexualidad del príncipe es cosa sabida.
Casi arruinado, tras enviudar se casará con madame de Verdurin, convirtiéndola así en princesa de Guermantes.
Violeta de Toulouse
Princesa de Parma: Miembro de la altísima nobleza y multimillonaria. Su inmensa fortuna proviene de la posesión de casi todas las acciones del Canal de Suez.
Vive en un estado de constante pasmo y excitación por las salidas de la duquesa de Guermantes, a la que admira y trata de imitar.
Su nombre evoca a Marcel, antes de conocerla, millares de violetas.
Los Courvoisier: Constituyen otra parte de la gran familia Guermantes. Son más conservadores, esnobs y reaccionarios que sus parientes, y también menos desprendidos. No hacen tanta vida de sociedad, no alternan con burgueses ni artistas; pero en el fondo, los Guermantes son como ellos cuando llegan las ocasiones clave (bodas, principalmente) en que debe actuar el "genio de la familia" para preservar sus fueros. A los Courvoisier pertenece, por ejemplo, la marquesa de Gallardon, a la que Oriana pega un buen corte en la velada en casa de la marquesa de Saint-Euverte, hacia el final de Unos amores de Swann.
Marquesa de Cambremer: Zélia. Gran melómana, pianista de la escuela de Chopin. Se la describe como bigotuda y babosa, pero muy sencilla y de gran corazón. No es lo bastante distante con la plebe para lo que le gustaría a su nuera, por lo que esta se muestra a veces tirante con ella. La marquesa sigue la regla de los tres adjetivos en sus cartas, mediante los cuales describe a alguien o algo, en orden decreciente de intensidad.
Comedor de la princesa Mathilde, Chales Giraud
La duquesa de Guermantes y Swann hacen una broma escatológica  a propósito de su nombre. Ella dice que acaba mal (por -mer, inicio de "merde"), él dice que no empieza mejor (por ca-, inicio de "caca").
Marqués de Cambremer: Cancan. Hijo de la anterior. Se le describe como feísimo. Se alegra de que el protagonista sufra ahogos, porque eso le aproxima a su hermana, que también lo padece. A Marcel llega a molestarle esa alegría al preguntarle por su enfermedad.
Marquesa de Cambremer: Mujer del anterior, hermana de Legrandin. Es una esnob estirada y algo antipática. Tuvo un romance con Saint-Loup. De ella se enamora Brichot. No comparte gustos musicales con su suegra y a veces la mortifica por considerarla demasiado llana.
Conde de Crécy: Pierre de Verjus. Se trata de un noble antiguo pero arruinado al que conoce el protagonista en los alrededores de Balbec, donde vive el conde. A Marcel le gusta invitarle a comer o cenar y conversar con él de la aristocracia. Su divisa es Ne sçais l'heure (Ignoro la hora).
Fue el primer marido de Odette, al que ella sacó hasta el último céntimo, según dice Charlus.
Marquesa de Surgis-Le-Duc: Amante de Basin tras la condesa de Arpajon. El barón Charlus la trata muy amablemente porque se interesa mucho por sus hijos, Victurnien y Arnulphe. Su madre les prohibirá ver al barón, aun a riesgo de enemistarse con él, cuando se entera de este les pellizca la barbilla y ellos a él.

2. ¿DE QUÉ VA ESTO? TEMAS, SUBTEMAS Y PEQUEÑO RESUMEN POR TOMOS
Sarah Bernhardt en Fedra, de Racine
Como a menudo ocurre, el mejor resumen de la obra y de cada volumen son sus títulos. En general, de lo que se trata es de eso, de recuperar el pasado para que no se pierda, para que no quede en el olvido. A esto parece aludir directamente el  autor al decir en el tomo cuarto: Poseemos todos nuestros recuerdos, ya que no la facultad de recordarlos [...] Pero ¿qué es un recuerdo que uno no recuerda? y sigue hablando de la inmortalidad. Ya declaró en el tercer volumen: Acaso quepa concebir la resurrección del alma más allá de la muerte como un fenómeno de memoria.
La literatura sirve incluso para resucitar a los muertos. Leemos en La prisionera: Swann era una notable personalidad intelectual y artística [...] Y sin embargo, querido Charles Swann, [...] si se vuelve a hablar de usted y si pervivirá quizá es porque el que usted debía considerar como un pequeño imbécil le ha erigido en héroe de una de sus novelas. Más claro, imposible.
Para mí, la (in)mortalidad es el tema último de la novela, como de toda la literatura, pero más concretamente, lo que leemos, sabemos al llegar al final (si tenemos la paciencia de leerlo todo), es el esbozo, el bruto, de la novela que el protagonista quiere escribir para recuperar sus recuerdos. El tiempo, este es el mensaje o tema principal, solo puede recuperarse mediante el arte, especialmente por la literatura, la narrativa para ser exactos; pero también el teatro y la poesía, y de las demás artes cobran especial importancia la pintura y la música.
Otros aspectos importantes de los que habla la novela son: el ascenso social de la burguesía a costa de la nobleza o, dicho de otro modo, el cambio de un modelo social que pasa a considerar más importante el dinero que el linaje. También llena páginas el intento de describir el amor y los celos. La homosexualidad se toca ya desde el primer libro, aunque se mostrará crudamente desde el cuarto. Es importante el antisemitismo y la hipocresía social aflorados a causa del asunto Dreyfus.
Otros temas importantes son el mundo de la moda, la medicina, las etimologías y nombres, y los sueños.
¿Y qué es lo que recuerda? Eso es lo que forma el cuerpo de la novela. Sobre todo, son descripciones de paisajes y de personas en sociedad, en salones. El comportamiento de estos personajes es analizado superminuciosamente, en sus menores matices, para que se comprenda perfectamente. La prosa de Proust se esmera  en presentarnos un retrato exhaustivo, una radiografía casi, de estos personajes de la alta sociedad parisina de finales del XIX y principios del XX. Es, en este sentido, una novela psicológica, aunque tan abarcadora que se la define como superadora de este tipo de novela cultivada en la época. Podría decirse que es algo parecido a considerar el Quijote como la última novela de caballerías, la que finiquita el género.
Espino blanco.  Maj 2009, de Isfugl  en flickr.com
I. Por el camino de Swann. Tras los únicos recuerdos que Marcel conserva de su infancia en el pueblo, el famoso incidente del beso de buenas noches que no le daba la madre cuando había visita de Swann,  se centra, a partir del episodio de la magdalena (una magdalena mojada en té le recuerda las que le daba su tía Leoncia en tila) en describir la naturaleza y personajes, sobre todo de su familia, del pueblo de Combray y sus alrededores, un Combray entero y sus alfededores, todo eso, pueblo y jardines, que va tomando forma y consistencia, sale de mi taza de té .
El inicio de la segunda parte del primer capítulo, titulado Combray, es uno de los pasajes descriptivos de un pueblo más bellos que puedan leerse. Aparece aquí intercalada la novela Unos amores de Swann, sobre el enamoramiento de este con Odette de Crécy y los celos que le provoca ella con otros hombres y también con mujeres. Destacan aquí los temas del amor, los celos, la mentira, la desconfianza y el desamor, así como el apunte de la homosexualidad, femenina en este volumen. Uno de los temas principales de la novela es el ascenso social de la burguesía adinerada, que terminará desplazando a la aristocracia, y en eso destaca el salón de los Verdurin. Finaliza el volumen con el primer enamoramiento del protagonista, prendado de Gilberta, la hija de
Gran cascada del Bois de Boulogne
Swann y Odette, con la que juega en los Campos Elíseos. Marcel ansía, asimismo, conocer a sus padres, especialmente a la madre, a la que admira mientras esta pasea por el Bosque de Bolonia, admirablemente descrito como si de un lugar encantado se tratara. Merece algún comentario la presencia de la moda, en vestido y decoración de interiores, subtema que reaparecerá varias veces y al que se ha dedicado al menos un  ensayo: me refiero al de J. N. Quennell.

II. A la sombra de las muchachas en flor
Puede dividirse en dos partes. En la primera, el autor, enamorado de Gilberta, logra introducirse en casa de los Swann y hacerse amigo del matrimonio. Los sigue frecuentado incluso cuando se distancia de Gilberta. Antes de conocerlos por sí mismo, pidió intermediación a Norpois, el cual no movió un dedo.
En la segunda parte, Marcel visita Balbec, en la costa normanda, por primera vez en compañía de su abuela. Allí conocerá a la marquesa de Villeparisis, a su sobrino Saint-Loup y, sobre todo, a Albertina Simonet y su grupo (Andrea, Rosamunda y otras). También le presentan al barón de Charlus y al pintor Elstir, el antiguo Biche asiduo de los Verdurin.
Pintura de Albert Aublet
Esta es, junto con la primera, la parte más luminosa de la novela, con su atmósfera veraniega y playera, despreocupada, soleada y sana, lejos de la puntillosa sociedad parisina de los salones y su esnobismo. Leemos, por ejemplo, al final: No veía a mis amigas; pero (mientras que llegaban hasta mi mirador los gritos de los vendedores de periódicos [...], las voces de los bañistas y de los niños, que puntuaban como piar de pájaros marinos, el ruido de las olas, que se rompían suavemente) adivinaba su presencia y oía su risa, envuelta, como la de las Nereidas, en el dulce son de las ondas en la arena, que subía hasta mis oídos.

III. El mundo de Guermantes nos presenta el exclusivo barrio de Saint-Germain en su esplendor. El autor, aprovechando la mudanza de sus padres al edificio de los duques, se pone en ridículo haciéndose cada mañana el encontradizo con la duquesa, de la que se enamora. Logrará entrar en su círculo y ser invitado a su salón, lo que le abre las puertas del de los príncipes de Guermantes.
Marcel se enamora y desencanta de la duquesa, así como de la nobleza en general. Pero ¿qué le atrae de la aristocracia; por qué esa insistencia en tratarse con esta gente si no es por esnobismo, que se supone que no lo es? La respuesta es profunda y se relaciona con el tema principal: busca hallar un rasgo de inmortalidad en su figura y sus nombres, conservados desde antiguo y ligados a una región concreta, de Francia o cualquier otro país. Le desencantará constatar que son gente, más o menos, como otra cualquiera. Leemos el proceso en sus palabras: "La señora de Guermantes se había sentado. Su nombre, como estaba acompañado de su título, añadía a su persona física su ducado, que se proyectaba en torno suyo y hacia reinar el frescor umbrío y dorado de los bosques de los Guermantes en medio del salón, en derredor del taburete en que estaba sentada ella".
Mi recreación del nombre del príncipe Faffensheim
Poco más adelante leemos a propósito del príncipe de Faffensheim-Munsterburg-Weinigen (lo llaman Von para no quedarse sin aliento): "El nombre del príncipe conservaba en la franqueza con que sus primeras sílabas eran -como se dice en música- atacadas, y en la tartajeante repetición que las escandía, el impulso, la ingenuidad amanerada, las pesadas "delicadezas" germánicas proyectadas como ramajes verdeantes sobre el "Hein" de esmalte azul oscuro que desplegaba el misticismo de una vidriera renana, tras los dorados pálidos y finamente cincelados del siglo XVIII alemán".
Tranvía de Saint-Germain
Es decir, los nombres le provocan a Marcel un fonosimbolismo muy personal, una especie de apofenia, trasladada literariamente mediante la figura de la sinestesia. De su personalísimo psiquismo se deriva una admiración de la que se irá desengañando con el trato de las personas que los ostentan. Otro ejemplo de esto mismo en el tomo cuatro: Cuando evocaba el salón de Arpajon, yo veía una mariposa amarilla y el salón de Swann (la señora de Swann recibía en invierno de 6 a 7) una mariposa negra con las alas afieltradas de nieve. Volviendo a la duquesa, leemos a unas 100 páginas del final: Era incapaz de comprender lo que yo había buscado en ella -el hechizo del nombre de Guermantes- y lo poquísimo que en ella había encontrado: un resto provinciano de Guermantes. Algo más adelante, declara: Que la señora de Guermantes fuese igual a las demás mujeres, si había sido para mí, primero, una decepción, era casi, por reacción, y con ayuda de tantos vinos buenos, un pasmo. Tal y como presenta el comportamiento de los duques: la maldad de ella y el egoísmo de él, desentendiéndose de la muerte de un familiar por no perderse un baile de disfraces, es normal que se desengañe. Aún así, sigue frecuentándolos. Por eso se le acusó, al protagonista y al propio autor, de esnobismo disimulado, por mucho que ellos, personaje y persona, lo negaran.
Esta última parte, por cierto, adapta partes del cuento de Hans Christian Andersen Los zapatos rojos (De røde Skoe), 1845. En este cuento, la protagonista es castigada por ir a bailar el mismo día en que muere su madre adoptiva, algo que aquí hace el duque de Guermantes con su primo. La pasión por los zapatos rojos se da en la duquesa.
Destaca también en este libro el episodio de la muerte de la abuela.

Playa de Dieppe
IV. Sodoma y Gomorra. Se tocan dos temas importantes: sigue del anterior libro el tema del asunto Dreyfus, que dividió Francia en torno al pro o antisemitismo (dreyfusistas y antidreyfusistas respectivamente) y la homosexualidad. La obra arranca con el espionaje involuntario de Marcel en el patio de los Guermantes, donde descubre la verdadera naturaleza homosexual del barón de Charlus, unido al chalequero Jupien. Tras esto, Marcel acude a la fiesta de los príncipes de Guermantes, donde charla con Swann por segunda vez ese día (enlaza con el final del anterior libro) sobre el cambio de opinión acerca de Dreyfus de los príncipes de Guermantes, que de creer en su culpabilidad pasan a convencerse de su inocencia. La segunda parte de este tomo, más extensa, narra la segunda estancia en Balbec, esta vez plagada de salidas y visitas. Nos reencontramos con el círculo de los Verdurin y con los señores de Cambremer. Estos últimos han alquilado a los Verdurin su propiedad de la Raspelière (ascenso de la burguesía a la zaga de la nobleza y subtema del esnobismo en la señora de Legrandin).
Sodoma y Gomorra, John Martin (detalle)
El verdadero protagonista de este libro es el barón de Charlus, primero atrayendo a la marquesa de Surgis para que le presente a sus hijos, Victurniano y Arnulfo (¡vaya nombres!), que le han gustado. Más tarde, nos lo encontramos con los Verdurin, a él, tan estirado, porque allí se encuentra Morel, ahora violinista, nuevo amor del barón. La nómina de personajes homosexuales se incrementa notablemente. Además del barón de Charlus y unos pocos de su círculo (el marqués de Vaugoubert), lo son Jupien, Charles Morel, el príncipe de Guermantes, Nissim Bernard (el tío de Bloch),  Albertina y Andrea y una hermana de Bloch. Se unirá alguno más posteriormente.
Por otra parte, este libro recupera, en parte, la atmósfera de A la sombra de las muchachas en flor por transcurrir también en Balbec durante el veraneo, aunque ahora pueblan el paisaje los fieles a los Verdurin, así como los Cambremer y otros conocidos y amigos. Son bellísimos los pasajes descriptivos del panorama costero y de los paseos en automóvil con Albertina por donde antes iba en coche de caballos con su abuela y la marquesa de Villeparisis.
El poeta simbolista Jean Lorrain
En al menos dos ocasiones se producen recuerdos repentinos como el de la magdalena, ahora motivados uno por un gesto al ir a quitarse los botines, que le recuerda la vez anterior que se los quitó su abuela, y otro al ver un paisaje al que fue la vez anterior y que ahora recuerda al atravesarlo en automóvil.

V. La prisionera. El característico tempo lento de la obra se acentúa en la primera parte de este volumen. Aquí Albertine se ha mudado a la casa de Marcel, de donde este sale muy pocas veces e intenta controlar absolutamente todas las salidas de su amiga. El tema principal se resume en esta cita: Solo se ama lo que no se posee. El disponer de la amada cuando desee hace que desparezca el amor, el interés y el deseo, que solo volverán cuando esta amague con marcharse o independizarse.
La segunda parte, menos estática, consiste en una velada en casa de los Verdurin, donde se da a conocer el Septeto de Vinteuil, póstumo. En un bello ataque a la intolerancia e hipocresía y en defensa de la libertad, el autor nos dice que si una obra tan importante ha visto la luz ha sido porque su hija y su amante, lesbianas, se han ocupado de descifrar los garabatos del compositor para ponerlos en limpio; y también porque el barón de Charlus y Morel, homosexuales también, han trabajado para que se represente en público.
Flores de madreselva
La maestría de Proust brilla en pasajes donde intenta describir las sensaciones que le produce la música, algo inefable que él procura plasmar con su peculiar sistema de sinestesias: el Septeto es rojo y la Sonata, blanca.
Veamos un ejemplo: Mientras que la Sonata surgía en una aurora lilial y campestre, dividendo su candor vaporoso, mas para suspenderse en la maraña tenue y, sin embargo, consistente de una rústica cuna de madreselvas sobre geranios blancos, la obra nueva nacía, una mañana de tormenta, sobre superficies lisas y planas como las del mar, en medio de un silencio agresivo, en un vacío infinito, y del silencio y de la noche surgia un universo desconocido.
La velada musical la organiza el barón de Charlus en casa de los Verdurin, donde invita a parte de la alta aristocracia para dar a conocer a Morel. La señora, despechada porque los nobles no la saludan (salvo la reina de Nápoles) aunque estén en su casa, se propone enemistar a Morel con el barón. Este, cuando ve que Morel le rechaza, se queda anonadado. Le rescata la reina de Nápoles, que había vuelto a por su abanico olvidado.
En la últma página de este tomo, nos enteramos a la vez que Marcel de que Albertine se ha marchado. Es la forma que tiene Proust de mantener el suspense (no brilla en esta técnica literaria, precisamente).
También se producen muertes en este libro: la de Bergotte y Sherbatoff.

Puente de Rialto en 1875
VI. Albertine desaparecida. Existen dos versiones de esta parte: la más antigua y larga, titulada normalmente La fugitiva; y la corta, hallada y publicada en los años 80. Yo he leído ambas y aunque de la larga no conservo apenas memoria, sí recuerdo que me paereció sumamente aburrida hasta el punto de que me costó terminarla. En cambio, esta vez he leído la versión nueva, mucho más ligera y amena. Lo malo es que no se trata de una versión totalmente revisada por el autor y terminada, lo cual hace que contenga importantes incoherencias y olvidos. El más notorio es cuando Marcel recuerda un telegrama que había recibido en Venecia y que creyó de Albertine pero era de Gilberte. Ese telegrama, tan esencial, no está por ningún sitio. Hay que tener en cuenta esos fallos en esta versión.
Consta, como casi todos los volúmenes de la novela, de dos partes. En la primera, tras encomendar a su amigo Robert de Saint-Loup una serie de misiones con la finalidad de recuperar a Albertine, nos enteramos por un telegrama de la señora de Bontemps de que Albertine ha fallecido en un accidente montando a caballo.
Giovanni Giolitti
En el capítulo segundo, encontramos al protagonista con su madre en Venecia. Al fin libre, ha realizado ese viaje con el que tanto soñó. En Venecia se encuentra con la señora Sazerat además de con la marquesa de Villeparisis y el señor Norpois, el cual sorprende a su interlocutor, el príncipe Foggi, con su clarividencia diplomática al adivinar el nombre del siguiente presidente de gobierno italiano, Giolitti. Asimismo, nos enteramos por la señora Sazerat de la desesperación y ruina a la que llevó a su padre la duquesa de Havré, actual marquesa de Villeparisis, en su día una mujer bellísima y hoy una anciana.
Este motivo, el de la decadencia presente de antiguas bellezas, parece ser el hilo conductor temático de la estancia de Marcel y su madre en Venecia, ciudad que también pierde su antiguo esplendor. Impregnan las páginas un algo indefinible de muerte, de ruina, de soledad. Aparecen la luna, la noche, las calles laberínticas, la distracción, el olvido y el temor a la soledad.
La novela termina con el protagonista y su madre de regreso en el tren, donde este lee en una carta de Gilberte su anuncio de boda con Saint-Loup.

Impacto de bomba lanzada por un zepelín en París en 1917
VII. El tiempo recobrado. La guerra, la primera guerra mundial, ha estallado, aunque nadie lo diría paseando por un París de restaurantes llenos y mujeres glamurosas; las que aun no han aprendido a vestirse "de guerra", claro, que son las verdaderas elegantes. Un París vacío de hombres, si bien de los pocos que hay, algunos se divierten acudiendo al burdel masculino montado por Jupien y el barón de Charlus, que recibe a ilustres visitantes como Saint-Loup.
Se dedican largos párrafos a política internacional y comentarios sobre el papel de la prensa en la creación de opinión pública y sus manipulaciones cotidianas, reflexión esta que sospecho más o menos novedosa por la fecha de escritura de esta parte de la novela (años 20 del siglo XX). También aparecen bellas descripciones líricas de una ciudad oscurecida, vuelta por un tiempo a épocas anteriores, iluminada a trozos por reflectores antiaéreos...
Tras la visita, no planificada, de Marcel al prostíbulo de Jupien y Charlus, Marcel, que lleva muchos años alejado del mundo, unos 16, a juzgar por la edad de la hija de Gilberte y Sain-Loup, recibe una invitación para acudir a una fiesta de los príncipes de Guermantes. De camino, el protagonista recibe una serie de "shocks" similares al de la magdalena producidos por pisar una baldosa floja, por el tintineo de un cuchillo contra una copa y por el tacto de una servilleta. Se añade la vista del libro François le Champi, que le leyó su madre muchos años atrás en Combray. Estas impresiones le deciden a afrontar por fin la escritura de la obra que, comprende, ha ido madurando todo este tiempo en su interior.
Por último, la fiesta de los príncipes de Guermantes nos ofrece una visión esperpéntica de personas irreconocibles por el autor debido a lo viejas que están. El tiempo ha sido implacable con ellos, haciéndolos encanecer, encorvarse, trastabillar, pero también suavizando sus caracteres, limando sus asperezas y rencillas, hermanándolos. Marcel asume la responsabilidad de retratar este mundo para descubrir tras él grandes leyes, y debe hacerlo antes de que se cumplan sus horas, ya que intuye su fin cercano debido a su mala salud.

¿Consigue retratar el mundo, como visto con telescopio, gracias a esa mirada microscópica sobre unos pocos personajes (relativamente hablando) del universo cerrado de la alta burguesía y aristocracia parisinas de fin de siglo? Ya lo creo. Lo consigue con creces, y en su lugar, desaparecido el autor, nos queda su obra, un monumento a la humanidad, una obra de arte colosal, una oda al ser humano y su naturaleza, una victoria sobre el tiempo, un canto a la inteligencia... una novela, en definitiva, que hará crecer al que la lea, porque Proust es uno de los mayores escritores de todos los tiempos, un gran escritor que todo gran lector debería conocer y rendirse a su culto. No perderá el tiempo quien lo haga.

3. TRADUCCIONES AL CASTELLANO DE EN BUSCA DEL TIEMPO PERDIDO
Existen al menos cinco, si bien no completas. La "clásica" es la iniciada por Pedro Salinas, el poeta de la Generación del 27, en colaboración con su amigo José María Quiroga Plá, y continuada a partir del tercer tomo por Consuelo Berges. Es la más asequible y leída, ya que las otras traducciones son más recientes y en bolsillo solo se publicó la de Carlos Manzano, agotada en el momento de escribir estas líneas.
La traducción de Pedro Salinas cubre los dos primeros tomos y parte del tercero. Se lee con gusto a pesar de -o gracias a- sus arcaísmos, como bujía por vela. A partir del tercer tomo, El mundo de Guermantes, se aprecian cambios, especialmente si se lee, como yo, la traducción de Menasché. La edición de Santiago Rueda, argentina, traducida por Marcelo Menasché, puebla el léxico de americanismos: los sirvientes se transforman en mucamos, las faldas en polleras, algo que se toma en las cenas de los salones son misteriosas masas (¿pasteles?, ¿tartas?), las estancias son estadas y se chicanea, sea lo que sea eso. También se truecan los nada más por más nada. Un detalle que se agradece de Menasché son las notas del traductor aclarando cuestiones idiomáticas y traduciendo citas francesas de versos o canciones, algo que no siempre encontramos en Salinas. En ambos sigue faltando traducir citas latinas. También se podría ocupar el editor de esto, por otra parte. La traducción de Consuelo Berges para Alianza es impecable, aunque yo también echo en falta más notas (me gustan las ediciones con bastante aparato crítico, especialmente de clásicos). Ha pasado tiempo desde que se tradujo, pero ya digo que se lee con placer. 
La traducción de Carlos Manzano, como la de Mauro Armiño, posee la ventaja de ser obra de una misma persona. No la he leído, así que me limitaré a recoger un comentario que leí por algunos sitios como este, y es que Manzano ha alterado la puntuación de Proust (más de lo necesario en una traducción, se entiende) al sustituir la demarcación original mediante comas por guiones en algunas de las oraciones subordinadas, las más "supletorias", ya que en una oración proustiana pueden encadenarse una, dos, tres o más subordinadas.
Esta traducción se encuentra en la editorial Lumen y se publicó también en edición de bolsillo, si bien esta última no se ha reeditado y se encuentra agotada.
La de Mauro Armiño seguramente sea la mejor, entendido esto como la más rigurosa y dotada de mayor aparato crítico, ya que incluye estudios sobre los personajes, la vida de Proust, la época, etc. Dicho lo cual, posee dos importantes desventajas. La primera es el precio: la obra completa ronda los 130 euros, una suma bastante considerable. La segunda es el tamaño: como cada volumen comprende varios libros, que son gordos de por sí, y la encuadernación es en pasta dura, el resultado son unos libros que difícilmente pueden leerse fuera de casa para llevárselos de camino al trabajo, de vacaciones o lo que sea. Deben de pesar bastante. En fin. Todo tiene sus pros y sus contras.
Existe aún una quinta traducción, la realizada por la argentina Estela Canto para la editorial Losada. Esta, que yo sepa, no se comercializa en España. En este artículo se comenta.
Todas ellas, estoy seguro también de las que no conozco, son buenas traducciones y no hay que marearse mucho con eso. El francés, al fin y al cabo, es un idioma bastante cercano al castellano. Puede chocar, como me ocurrió a mí, el cambio de Pedro Salinas a Menasché, pero más que por la calidad de la traducción, es por la variante del español empleada. De todos modos, se trata de diferencias puntuales.