domingo, 20 de abril de 2014

Robert Silverberg

Robert Silverberg, agosto 2009
Creía que había leído bastante de Silverberg, pero es un escritor tan prolífico que no llega ni a un cuarto lo que tengo de él. En las últimas páginas de los volúmenes suyos publicados por La Factoría de Ideas se incluye una nota sobre el autor que adjunta bibliografía. En Regreso a Belzagor se reseñan 82 novelas, 28 antologías de relatos suyos (tiene escritos y publicados más de cuatrocientos) y 53 libros de otros géneros que no son ciencia ficción. Los premios obtenidos por el autor son: cuatro Hugo, siete Locus, cinco Nebula, dos Gigamesh y un Júpiter. La bibliografía que consultamos al final de Tiempo de cambios suma 86 novelas: está actualizada a 2003 (la anterior llegaba hasta 1998). En la nota también se apuntan cuestiones como sus temas recurrentes. Señala tonos de soledad, tristeza y devastación interior, y obsesiones de mesianismo, dolor y expiación de culpa. Lo del mesianismo no lo he visto mucho, pero bueno; algo hay. Más adelante añade el viaje en el tiempo, la muerte, los alienígenas, la telepatía, la posesión de un don que hace infeliz, el sexo, la religión y los mundos alternativos o ucronías. Estoy de acuerdo, en base a lo poco que he leído, e incluiría dos temas que, a mi juicio, son importantes en su obra: la comunicación o su ausencia, más bien, y las drogas. El poder casi absoluto aparece también con bastante frecuencia. En realidad, yo creo que el tema central en Silverberg es el de la comunicacion, y a él se subordinan los demás.
A pesar de los muchos años que abarca su producción, no he advertido un especial empobrecimiento o enriquecimiento en su obra debido al tiempo: Silverberg es bastante fiel a sí mismo y a sus temas recurrentes: comunicación, soledad, confesión y sexo, fundamentalmente. Le preocupa la exploración interior más que las grandes epopeyas o batallas o, como se llaman, "space operas" (aventura, acción). Cobra fuerza la introversión, la reflexión, el tratamiento psicológico, ambientado en un entorno que no necesariamente es demasiado fantástico ni científico, sino bastante realista en algunas novelas.
Debo admitir que Silverberg es uno de los autores que más me gustan, además de que es tan prolífico y se ha editado tanto en España que, aunque haya pocos libros suyos nuevos en el mercado, se encuentran muchos con gran facilidad en las librerías de viejo y bibliotecas, además de digitalizados. A mí, realmente me gusta tener y leer los libros tradicionales, en papel, pero la verdad es que el ebook es muy socorrido para los títulos difíciles, además de económico. A los que, como a mí, les guste este autor, no van a tener problemas para leerlo en cualquier modalidad.

Silverberg, Robert, Espìnas, ed. Ultramar, Barcelona, 1990. Trad. Alberto Solé.
Thorns, 1967.

Sin duda, este es uno de los libros más oscuros de Silverberg. Sentimientos de dolor y culpa invaden el relato de principio a fin. La historia es extraña: por un lado, a un ser humano, el astronauta Minner Burris, unos alienígenas que se suponían amistosos le han cambiado el cuerpo humano por entero. Su nuevo aspecto es rechazado por la sociedad y por él mismo, que se ha encerrado en una habitación y de allí no sale. Por otro lado, asistimos a los remordimientos de Lona Kelvin, a la que se describe al principio de la novela como Una virgen de diecisiete años con un centenar de críos. Lona ofreció su cuerpo, sus ovarios, para un experimento genético de fecundación extrauterina. Ella, esta madre atípica, no logra asimilar lo que hizo. La idea es hacer una pareja de estos dos seres que se consideran a sí mismos monstruosos, y es idea de Duncan Chalk, un multimillonario morboso, dueño de un vasto imperio mediático y de atracciones, al que solo divierte el dolor de los demás. Los viajes de la pareja imposible serán retransmitidos a todo el mundo en un programa de los que ahora llamaríamos "reality show"; una especie de Gran Hermano vislumbrado por el autor allá por los ya lejanos años 60. Al trío de monstruos se unen los dos ayudantes de Chalk, los odiosos Aouad y Nikolaides, espías a sueldo que se llevan mal entre ellos.
En fin. La historia no avanza plácidamente: los novios pasan del amor al odio cuando se van cansando uno del otro, que es lo que se pretendía. Es una historia, decía, oscura, llena de culpas, remordimientos, melancolía, misantropía, pesadillas y odio. ¿Puede extraerse algo positivo, alguna lección de este sufrimiento? Pues sí. El dolor es instructivo, dirá un personaje en la última línea de la novela, en un final que abre puerta a la esperanza, al renacer. Es un relato oscuro, pero a la vez esperanzado y, de alguna manera, diría que catártico. Merece la pena leerlo.

Silverberg, Robert, Las máscaras del tiempo, ed. Ultramar, Barcelona, 1990.
Vornan-19 o The Masks of Time, 1968.

De Las máscaras del tiempo no voy a decir nada porque no la recuerdo. Sé que no me gustó y me costó terminarlo, pero poco más.
El escritor de una obra tan descomunal no puede, evidentemente, estar siempre a la misma altura. Se coincida o no con otros lectores en el juicio, en eso estarán todos de acuerdo. Hay obras menores, o aburridas, y esta es, creo yo, una de ellas. Supongo que dentro de un tiempo la releeré por si ocurre que no supe entenderla en su momento.
La portada de Antoni Garcés es, como todas las suyas, maravillosa.


Silverberg, Robert, El hombre en el laberinto, ed. La Factoría de Ideas, Madrid, 2012. Trad. Almudena Romay Cousido.
The Man in the Maze, 1969.


Tanto el hombre como el laberinto son reales en la novela: no es un título meramente simbólico. El hombre es el protagonista, Richard (Dick) Muller, y el laberinto es la obra de una desconocida raza alienígena en el planeta Lemnos. Muller vive allí en completa soledad porque se ha exiliado del resto de la humanidad a causa de una modificación que le realizaron otros alienígenas, los del planeta Beta Hydri IV, telépatas que no podían comunicarse con él mediante el lenguaje humano. A Muller le abren, por decirlo así, las compuertas de la mente, de modo que su flujo psíquico puede percibirse y eso lo hace insoportable al resto de los humanos, su amada Marta incluida. Nadie le soporta por su emanación mental, pero será por eso por lo que lo van a buscar al peligroso laberinto, ya que es lo único que, a lo mejor, puede llegar a la incomprensible nueva raza alienígena, los extragalácticos. Muller no quiere servir de conejillo de indias otra vez, pero tampoco se resigna totalmente a su soledad; añora el contacto con sus semejantes. Este dilema, seguir aislado o volver, es el laberinto mental particular de Muller, que no ve una salida clara. En la novela se explicita a través de pensamientos del protagonista y de diálogos mantenidos con Ned Rawlins, hijo de un antiguo amigo suyo. El aderezo aventurero lo pone el peligroso laberinto, erizado de trampas mortales, y la narración en flashback de la operación diplomática anterior de Muller en el planeta Beta Hydris IV.
Es una buena obra de Silverberg. Se lee de un tirón, entretiene y contiene ideas sobre, al menos, el miedo al rechazo, la esperanza, la mentira, el sacrificio y la inocencia.
Imagen de LupulSinguratic
Sigue una estructura cronológica lineal, con recuerdos (flashbacks) insertados, pero se advierte una mínima experimentación formal en la numeración de los capítulos, caótica, quizá reflejo del laberinto, y en su longitud, sumamente dispar. Los capítulos se distribuyen de la siguiente forma: 1- 2 - 3 - 2 -2 -3 - 3  (dieciocho páginas) - 4 - 2 - 3 - 5 - 6 - 2 - 3 - 4 - 5 - 6 - 7 - 8 - 9  (una línea) - 10  (una línea) - 11 - 3  (una línea) - 7 - 5 - 3 - 10 - 13  (vacío, sin escritura) - 14 - 15 - 16 - 17  (una línea) - 18 - 19 - 20 - 21 - 22 - 23 - 24 - 25 - 7 - 2 - 3 - 4 - 8  (veinte páginas) -9 - 2 - 3 - 4 - 10 - 2  - 3 - 4 - 11 - 2 - 3 - 4 - 5 - 6 - 7 - 12 - 2 -  3 - 4 - 13 - 2 -3 - 4 - 5.
No sé si sigue algún patrón; creo que no. Lo que más se repite es 2 y 3; solo hay un 1, el primer 13 no contiene escritura, acaba en 5... No creo que tenga una especial significación, solo eso, formar un laberinto numérico, curioso juego que acerca la novela a la experimentación formal de la narrativa de los años sesenta y setenta. Aquí conviene recordar que Silverberg no es un escritor de ciencia ficción del montón: es un hombre de una vasta cultura literaria que asoma en sus escritos.


Silverberg, Robert, Alas nocturnas, ed. Edhasa, Barcelona, 1979.
Nightwings, 1969.

Para mí, esta es una de sus mejores novelas. Como en otras, combina ciencia ficción con una ambientación medievalista de gentes ambulantes, mercadillos, malabaristas, pequeñas poblaciones separadas unas de otras por campos agrestes, jerarquía social muy marcada, y otros detalles de ese tipo en un lejano futuro de la Tierra. La leí hace unos diez años, por lo que no recuerdo detalles concretos, aunque sí que me gustó mucho su historia y ambientación tirando, como en el título, a nocturna y decadente. Se da el que para mí es su tema favorito, el tema de la comunicación frustrada, la mentira, la ocultación de verdades fundamentales. Es una obra imprescindible para los que gusten de la ciencia ficción. Por suerte, existen numerosas ediciones y es muy accesible.


Silverberg, Robert, Regreso a Belzagor, ed. La Factoría de Ideas, Madrid, 2002
Downward to the Earth, 1969.

Otro gran título. Junto a temas como el viaje expiatorio y la incomunicación, que se menciona expresamente en alguna parte del libro (capítulo siete), el libro se presenta como un relato de aventuras en una naturaleza alienígena donde el protagonista tratará de descubrir la relación entre varias de las diferentes especies del planeta (nildores y sulidores). Aparece una droga esencial: el "veneno prohibido" y, curiosidad, una cita latina que debe gustar a Silverberg y que en he leído en otro libro suyo (Muero por dentro): In vino veritas. Es un buen libro que se disfruta por sus aventuras y descripciones de paisajes. La parte filosófico religiosa se lee con interés: ni aburre ni sobra, ya que forma parte de la trama.
Creo que, por desgracia, lo han descatalogado.


Silverberg, Robert, La torre de cristal, ed. La Factoría de Ideas, Madrid, 2010. Trad. Almudena Romay Cousido.
Tower of Glass, 1970.

El multimillonario Simeon Krug está construyendo una torre que debe tener al menos mil quinientos metros de altura para poder enviar desde ella mensajes instantáneos, superando la velocidad de la luz, a una lejana estrella origen de ciertas señales numéricas, es de suponer que de una raza inteligente. La torre está siendo edificada a gran velocidad con un alto coste en accidentes laborales de los androides que trabajan en ella. Los androides son creación del mismo Krug. En principio, la construcción de esa torre, entre septiembre de 2218 y febrero de 2219, parece ser el motivo central de la novela. Pero pronto descubrimos que una trama aparentemente secundaria es la que importa verdaderamente: la de las dudas de los androides por definir su identidad, si son personas de pleno derecho o meros sirvientes de los humanos y si la mejor forma para decidir quiénes son realmente pasa por el activismo político o por la religión (Krug es su dios). En esta incertidumbre sobre la naturaleza de los androides hallamos el núcleo del relato y el que lo conducirá a su desenlace. La situación de estos marginados sociales del futuro es comparada con la de los negros estadounidenses en el pasado, sin derechos, y ocasiona una serie de cavilaciones sobre creadores y creados, libertad o esclavitud y rebelión o sumisión. No son unos pensamientos que adquieran tintes excesivamente filosóficos o religiosos, pero son temas potentes para la reflexión. El autor lo muestra desde una óptica intimista, entrando en los pensamientos vacilantes de humanos y androides.
Adereza la reflexión una ciencia ficción tecnológica: en la Tierra se puede viajar instantáneamente a cualquier punto gracias a los teletransportadores (me pregunto si no tomaría de aquí la idea Dan Simmons para su Hyperion) y otros medios de transporte entre los que se encuentran las naves espaciales (cobrará mucha importancia una de ellas). Además, destaca un entretenimiento, la Derivación, que consiste en la capacidad de conectar una mente a otra y así entrar en los pensamientos de la otra persona con la que se esté. Como se ve, las características notas de Silverberg de intimismo, dudas, religión, sexo (lo hay entre androides y humanos y entre androides por primera vez), telepatía y, por supuesto, comunicación (la comprensión de los verdaderos sentimientos de Krug hacia los androides será lo que precipite los acontecimientos) abundan en la novela. Esta es, por esa mezcla de acción y reflexión, una obra típica de Silverberg, que disfrutarán todos los seguidores del autor.
El libro, por cierto, ha sido descatalogado recientemente, pero supongo que se podrá adquirir en formato electrónico.
Silverberg, Robert, Tiempo de cambios, ed. La Factoría de Ideas, Madrid, 2008.
A Time of Changes, 1971.

En dos palabras: (in)comunicación y droga. Suena mal, pero no es mala novela. Poco espectacular comparada con otras, como las dos anteriores, es más psicológica. En una sociedad donde el Pacto prohibe expresar los propios sentimientos y emociones y las palabras "yo", "mi/mí" y similares son obscenas, algunos como el protagonista sienten la necesidad de abrirse a los demás, y lo conseguirán mediante una droga de la que, como en otros libros, se describen los efectos. Por lo demás, hay viajes, sexo, huidas y persecuciones, religión, poder... Me ha gustado, pero me chirrían dos detalles. Uno: en un mundo donde la ambientación es pseudomedievalista o primitiva, de tecnología poco evolucionada, comunicaciones a pie o en barco, cartas, documentos no informatizados, etc.,  me chocan ciertos detalles como los teléfonos que aparecen de vez en cuando. Lo encuentro anacrónico dentro del propio tiempo de la novela respecto, ya digo, a otros datos.
Lo otro que no me cuadra es algo que no tiene nada que ver ni con el autor ni con el texto, sino con la editorial, y es la portada del libro, que no se refiere a nada del contenido. Puede parecer una frivolidad el comentario, pero lo primero y lo que más se ve de un libro es su portada, y más si consiste por completo en una imagen. Una de las labores editoriales que supongo más importantes, porque atrae compradores (y el librito cuesta casi 20 euros) es la elección de su imagen de portada. Para mí, esta es una mala elección. En sí, está bien, pero sería, entiéndase, como si se la ponemos al Quijote. No pega.


Silverberg, Robert, El mundo interior, ed. Orbis, Barcelona, 1985.
The World Inside, 1971.

Grande, grande. Para mí, la mejor obra de Silverberg.
La humanidad vive enclaustrada en enormes torres de apartamentos  donde tienen todo lo que necesitan y las mujeres son compartidas. Si alguien se cuestiona el sistema, ahí están los psicológos reformadores de conducta para corregirlo. La insatisfacción personal lleva al protagonista a escapar, a convertirse en un renegado para su sociedad, que ya no lo admite, y tampoco encaja en el exterior. Un espíritu libre y crítico, en pleno ascenso al poder, que sopesa las ventajas e inconvenientes de su sociedad y descubre que no le gusta y que, sorpresa, está solo en su descubrimiento: no va a tener seguidores y eso... No desvelaré el final, memorable y emotivo. Es una grandísima novela sobre las sociedad y nuestro papel en ella, la colectividad y el individuo, la verdad dolorosa o el dulce engaño, la fidelidad, la traición, el poder y el amor.

Silverberg, Robert, El proclamador. La ida, ed. Albia, Bilbao, 1978. Trad.: Doris Rolfe.
Thomas the Proclaimer. Going, 1971.

Dos novelas cortas integran este curioso volumen de los años setenta. La primera de ellas, El proclamador, narra un episodio divino, un milagro de alcance mundial: la Tierra deja de girar sobre su eje durante veinticuatro horas a partir de las 6:00 del 6 de junio de 1999, seis meses antes del fin del milenio. Este hecho lo anuncia (lo "proclama") Thomas, un predicador religioso cuyos pensamientos se nos revelan y que está lleno de dudas, ya que pese a que él fue quien lo anunció, no tiene mayor contacto con la divinidad. Para el milagro pidió que toda la humanidad rezara a la vez (otro ejemplo de "All together now", tan abundante en los setenta) y ahora no sabe si la Tierra se va a quedar así o qué. La acción de la novela es esa. El resto lo componen imágenes de distintas sectas, cultos y religiones que reaccionan cada una a su manera al milagro, porque no está tan claro como podría parecer que sea un acto divino... Es un relato con mucha religión y muchas religiones, demasiadas, cada una independiente de las demás y de todo. Supongo que ese es el sentido, el mensaje. Pero no está muy claro.
La ida nos sitúa en un mundo utópico donde los avances en medicina han alargado el tiempo de vida hasta el doble más o menos del actual. La forma habitual de abandonar el mundo es eligiendo uno mismo el momento. Henry Staunt, famoso compositor, decide que el tiempo de su "ida" ha llegado, así que llama a un guía, que es amigo suyo, y se va a un centro donde permanecerá hasta que él decida morir.
El tema es, en el fondo, duro, ya que es la elección del momento de la muerte, una eutanasia o suicidio planificado. En la novela, se plantea como una cuasi obligación moral para dejar sitio a las nuevas generaciones, lo que ilustran con la metáfora de una rueda girando. Staunt no tiene dudas ni miedo, pero a la vez no acaba de decidirse e incluso inicia una nueva ópera. Al final, se "irá", pero declara que sigue pareciéndole dulce la vida. Es una narración, como la anterior, ambigua.
En algunos sitios de internet donde se comentan estos dos relatos, elogian el formato, género o lo que sea de la novela corta o cuento largo. Yo creo que esta fórmula rara vez, y estas son del caso común, ofrece resultados satisfactorios por su misma indefinición: ni da tiempo a desarrollar bien las ideas, tramas, personajes, etc., ni obliga a la condensación del cuento, y por eso mismo se quedan como novelas embrionarias que no cierran bien sus conclusiones. Yo prefiero cuentos o novelas de Silverberg a estas novelas cortas.
La portada de la edición merece un comentario: la escultura, horrible, aparece centrada en medio de la nada, con un pie cortado pero mucho aire por arriba y con el objeto que porta desenfocado. Resulta difícil encontrar más errores de composición de imagen en una portada de libro, por muy de los setenta que sea.

 Silverberg, Robert, El libro de los cráneos, ed. La Factoría de Ideas, Madrid, 2003. Trad. Carmen Borlacho Goitisolo.
The Book of Skulls, 1972.

Cada capítulo está contado desde la perspectiva de uno de sus cuatro protagonistas: se alternan en la narración de la historia el judío filólogo, estudioso de lenguas romances, Eli, que traduce el libro del título al inglés desde el catalán medieval, nada menos; el homosexual Ned; el hijo de papá, prototípico triunfador,Timothy; y el granjero que huye, exitosamente, de un futuro sin futuro en Kansas, Oliver.
Se dirigen en coche de Nueva Inglaterra a Arizona, ahí es nada. Son unos 3.700 kilómetros que dan para una especie de "road movie" inicial con paradas en Nueva York y Chicago entre otros lugares para dormir y tener sexo rápido (aunque Eli se prenda de una chica) antes de llegar a su destino.
El libro de los cráneos, el manuscrito de la novela, dice que deben llegar cuatro candidatos al templo, y que dos de ellos alcanzarán la inmortalidad, mientras que uno de los otros deberá ser sacrificado y otro deberá siuicidarse. El planteamiento, muy impactante, da para una historia morbosa que en manos de otro escritor más comercial se hubiera quedado, seguramente en eso, en una lucha de gladiadores; pero que en Silverberg sirve para vaciar el alma de los protagonistas: el libro es, de principio a fin, confesional. Los jóvenes (de veinte años y medio a veintidós) hablan de sí mismos y de los demás. Unos perfiles están mejor definidos que otros: Eli es un trasunto, claramente, del propio autor: judío introvertido, enamoradizo, timorato, estudioso. Timothy es guapo y tiene dinero de sobra para mostrarse indolente y pasivo antre todo; es al que más le da igual el asunto de la secta y se toma el viaje como unas vacaciones más de Semana Santa. Es, curiosamente, el que aporta la única nota de humor del relato, al recordar el desastroso encuentro de los padres de los cuatro chicos. Un inesperado y brillante humorismo chispea en esas páginas (91 a 95 en mi edición), lo cual hace lamentar que Silverberg no haya recorrido ese camino más asiduamente. Los otros dos, bueno, no son los personajes más redondos que recuerde. Ned es homosexual declarado y militante, y eso, visto desde la óptica de Silverberg, hace que se vea un frívolo promiscuo, superficial y monotemático. Que además sea escritor es lo de menos: es un rasgo trasladado de Eli para que este no sea tan autobiográfico. Una de las pruebas que deben llevar a cabo en el monasterio es que uno confiese al otro su secreto más íntimo, el que los hace vulnerables a cualquier ataque. La historia de Ned es previsible y tópica. La de Timothy casi que también. La de Oliver es increíble, directamente, máxime si recordamos que en otro momento de la novela manifiesta que el incesto, entre hermano y hermana, es común en Kansas de lo mucho que se aburren, algo que suena también a exageración tremenda. ¿Eso sí pasa y lo de la confesión, que no revelaré aquí, no es admisible? No es creíble. Y el tratamiento a las mujeres, en fin, no sé si recomendar el libro este a ningua, porque no pasan de ser de usar y tirar. Para empezar, Timothy y Oliver se intercambian novias como si fuesen cromos, y de paso, Timothy le presta la suya (Margo) a Eli. Ella, encantada. Por el camino las buscan para satisfacerse y tener donde dormir, y en el templo, una de las pruebas es, por así decirlo, bastante lúbrica: las tres mujeres que hay, de las que no se dice ni el nombre, sirven para que las tomen cada noche los cuatro, una tras otra, y templar así su resistencia (la de ellos) al sexo. Vamos. Este libro puede ser la pesadilla de toda feminista. Mejor disfrutarlo sin tomar en consideración estos aspectos, el tratamiento de la homosexualidad y el lugar de la mujer en la sociedad, que no son, sin duda, lo más logrado del autor.


Silverberg, Robert, Muero por dentro, ed. La Factoría de Ideas, Madrid, 2001.
Dying Inside, 1972.

No es ciencia ficción en ningún sentido, salvo que el protagonista es telépata; cada vez menos porque va perdiendo su poder (de ahí el título) y no es el único. Por lo demás, es una novela muy de los setenta, y parece bastante autobiográfica, o podría serlo: el protagonista, Selig, rememora sus tiempos de estudiante universitatio, sus novias, drogas, amigos, familia, trabajo, etc. Su telepatía en vez de contribuir a su sociabilidad, lo aleja de los demás porque sabe demasiado sobre ellos. El estilo narrativo es algo, para mí, pesado, porque al tema psicologista le sigue una forma de casi continuo monólogo interior. El protagonista se atormenta y culpabilliza por su don, que le causa más pesares que alegrías, y, de hecho, se empezará a llevar bien con su hermana y su sobrino cuando pierda su poder.
Contiene, algo poco habitual en el autor, digresiones, ya que el protagonista vende sus trabajos sobre literatura a universitarios vagos que no quieren hacerlos, y aprovecha para insertar parrafadas sobre El proceso y El castillo, de Kafka, entre otros. A mí me gustaron esos fragmentos, pero son, repito, digresivos. La novela está más cerca de la narrativa psicológica que de la de ciencia ficción, lo cual conviene tener en cuenta para no llevarse una decepción. De todos modos, la sacaron en formato grande, luego en bolsillo y han terminado, para variar, por descatalogarla, así que va a ser difícil de encontrar fuera de tiendas de libros de segunda mano o bibliotecas.


Silverberg, Robert, La fiesta de Baco, ed. Caralt, Barcelona, 1978. Trad. Beatriz Podestá y Antonio Prometeo Moya. 
The Feast of St. Dionysus, 1973-1975.

Se trata de un volumen que reúne cuatro cuentos escritos entre los años 1973 y 1975; es decir, poco después que las ya comentadas novelas Muero por dentro y El libro de los cráneos. Son relatos que contienen un indefinible pero perceptible aire de los setenta en su afán de libertad, de romper con tabúes sexuales y sociales, en su reivindicación de otras formas de vida alejadas del estándar, en resumen. Seguramente, en el futuro se vea a Siliverberg como escritor paradigmático de aquella época por títulos como este.
1. La fiesta de Baco. Buscando la expiación de un sentimiento de culpabilidad que le atormenta implacablemente, el protagonista John Oxenshuer huye al desierto, donde se encuentra con una extraña comunidad de hombres y mujeres que viven de forma alternativa a la sociedad. No los llama así, pero podemos decir que son hippies (o jipis, como recomienda la RAE). Entre ellos intentará John paliar esa culpabilidad que se trajo de su expedición a Marte y que es inmerecida.
Temas típicos del autor: culpabilidad, soledad, necesidad de integración pero con cierta renuencia, y vino: mucho, mucho vino. Al autor le debe de encantar el vino, porque aparece en todos sus libros de una forma u otra.
2. Viajes. El viaje en el tiempo se conjuga en este relato con el viaje por otras dimensiones alternativas, otros de los universos infinitos adosados al nuestro. El protagonista viajero termina por encontrarse a sí mismo y a su mujer en otro de esos universos, sin consecuencias trágicas, afortunadamente.
3. En la casa de las mentes dobles. Protagonismo femenino para un relato ambientado en un centro donde se forma a los jóvenes aprendices en la habilidad para manejarse con los dos hemisferios cerebrales disociados, lo cual les capacita para adquirir una nueva visión de las cosas, más, digamos, holística; menos mediatizada por la cultura oral y escrita, por el lenguaje.
4. He aquí el camino. Bella fantasía donde se cruzan razas homínidas con ambientación sociocultural vaga pero apreciablemente medievalista. Distintas razas tradicionalmente indiferentes o enfrentadas entre sí deben llegar a equilibrios pactados ante amenazas comunes. El fondo fantástico es bastante peculiar, si bien me recordó fuertemente al inicio de La historia interminable, a su primer capítulo, en el que se encuentran de noche en el bosque, de camino a la Torre de Marfil, un fuego fatuo, un comerrocas, un silvo nocturno y un diminutense. Teniendo en cuenta que este relato es anterior al libro de Ende (1979), me pregunto si no llegó a leerlo y le sirvió como inspiración, al menos en parte.


Silverberg, Robert, Sadrac en el horno, ed. Ultramar, Barcelona, 1989.
Sadrac in the furnace, 1976.

No es una gran obra, aunque tiene su interés. Se centra en el poder, ya que trata de un todopoderoso tirano muy unido a su equipo médico, que le va "parcheando" para que siga vivo y coleando. Como curiosidad, diré que está situada en el reciente año de 2012. No la recuerdo demasiado, pero sí que es algo angustiosa y que termina bien para el protagonista.



Silverberg, Robert, Juegos de Capricornio, ed. Caralt, Barcelona, 1979. Trad. J. M. Pomares.
Capricorn Games, 1979.

Extraño ramillete de cuentos, no todos logrados, que se mueven entre la ciencia ficción y la autobiografía.
1. Juegos de Capricornio se ambienta en una fiesta de cumpleaños en la que una persona puede ofrecer la inmortalidad a unos pocos elegidos. El giro a lo Cortázar del final no está muy bien conseguido.
2. La sala de la fama de la ciencia ficción ofrece retazos de literatura clásica del género en un marco más o menos realista que puede suponerse autobiográfico. Resulta interesante comprobar lo fácilmente que se mueve el autor por los distintos registros de la ciencia ficción.
3. La señorita Found en una máquina del tiempo abandonada es poco parecido a su largo título. El personaje central critica algunos aspectos de la sociedad y la política estadounidense del momento, finales de los setenta. El final resulta curiosamente unamuniano.
4. Nave-hermana, Estrella-hermana es el primer cuento del libro que puede incluirse en la ciencia ficción como tal. Es una bonita historia con nave espacial, velocidad superlumínica, telépatas, estrellas, etc.
5. Un mar de rostros me recordó a La muerte del doctor Isla, de Gene Wolfe, por tratar también de una novedosa y arriesgada terapia psicológica. No es un cuento memorable, la verdad.
6. El dybbuk de Mazel Tov IV combina tradición judaica con extraterrestres. Estas mezclas no suelen funcionar. Aún así, es curioso.
7. Un pequeño burócrata. Hay que llegar al final para leer la mejor historia. Trata de la búsqueda desesperada del programa maestro robado del ordenador central de un distrito, Ganfield Hold, de la enorme ciudad en que se ha convertido la Tierra. El protagonista debe atravesar distritos hostiles acompañado de extraños aliados para recuperar el programa de manos de la ladrona, su esposa del mes, Silena. Es un buen cuento que merecería figurar en alguna antología más selecta del autor, si algún editor se dignase a realizarla.


Silverberg, Robert, El castillo de lord Valentine; El laberinto de Majipur; Crónicas de Majipur; Valentine pontífice, ed. Ultramar, Barcelona, 1988.
Lord Valentine's Castle, 1980. Majipoor Chronicles, 1981. Valentine Pontifex, 1983.

Esto fue lo primero que leí de este autor y me fascinó. La crítica, si juzgamos por las palabras del autor de la nota incliuida en Regreso a Belzagor, no lo considera muy bueno. Dice que la serie va desde lo correcto declinando paulatinamente. A mí no me lo parece. Las aventuras de lord Valentine en el inmenso planeta Majipur sin saber quién es ni dónde va ni què hacer atrapan por sus incógnitas. Las descripciones del mundo de los malabaristas ambulantes merecen su lectura por lo inusitado de una explicación del placer en representar estas actuaciones circenses ante el público y llevar una vida errante, nómada.
La editorial Ultramar lo publicó en dos tomos, pero el original, que Acerbo respetó, es un solo tomo.

El tercero, Crónicas de Majipur, consiste en diez relatos enmarcados por Epílogo y Prólogo, donde se recorren personajes y épocas de diferentes lugares del planeta. Puede parecer alejado de la trama principal, pero Silverberg
se desenvuelve muy bien en las historias cortas. Aparecen personajes nuevos y algunos de las otras novelas, además de diferentes espacios. Algunos cuentos, como el titulado Una ladrona de Ni-Moya, se leen con auténtico placer. Ninguno me ha resultado aburrido.

El último libro, Valentine pontífice, es, para mí, el más flojo. Ya resuelta la trama principal, ahora la acción se centra en el complot de los metamorfos para hacerse con el control del planeta. Aunque menos interesante que los otros, también porque el factor sorpresa de los primeros ya no cuenta en este libro, si se disfrutaron los anteriores, también gusta este último. Y digo último porque a España no han llegado más; pero en la bibliografía de Silverberg constan más títulos ambientados en Majipur: The mountains of Majipoor, de 1995; Sorcerers of Majipoor, de 1997; y Lord Prestimion, de 1999. Por mucho que la serie decaiga, a los afinicionados nos gustaría que alguien la publicara. La leeríamos gustosos. Al menos, la compraríamos, que es lo que importa a las editoriales.


Silverberg, Robert, Rumbo a Bizancio, ed. Robel, Madrid, 2004.
Sailing to Byzantium, 1985.

Una interesante y bella novela corta donde aparece el viaje en el tiempo con un tratamiento que a mí me recordó al que le da Simmons en Ilión y Olimpo. Ambientada en un futuro lejano utópico en que los humanos se dedican a ir de viaje divirtiéndose en ciudades antiguas recreadas, a veces se resucita a algún antiguo como el protagonista. El autor describe una humanidad muy homogénea en la que las diferencias raciales han desaparecido y los hombres y mujeres poseen rasgos caucásicos, africanos y asiáticos proporcionados y equilibrados. Esto lo han previsto pocos escritores de ciencia ficción, que yo sepa, y es una evolución futura plausible.
El otro relato del libro, Bailando en el aire, de Nancy Kress (Dancing on Air, 1997), es muy interesante y ameno. Trata el sacrificado mundo de la danza en un futuro en que los bailarines se someten a tratamientos para incrementar sus potencialidades.

Por desgracia, la editorial Robel ya no existe. Es una pena, porque publicó grandes obras en su colección El Doble de Ciencia Ficción. Aquí vende lo que vende, y la literatura de este género, aunque sea excelente, no es lo más popular, precisamente.

Silverberg, Robert, Al final del invierno, ed. B, Barcelona, 1990. Trad. Paola Tizano.
At winter's end, 1988.


En esta novela se aprecian muy claramente los motivos llamados de la ciencia ficción "New wave" o "Nueva ola". La habitual carga psicológica de los personajes creados por Silverberg, cada uno con sus inclinaciones, preferencias y rechazos, fuentes de roces y reequilibrios con los demás personajes, se une a una vuelta a lo primitivo, a lo esencial, a la Tierra virgen. En resumen, la novela trata de un grupo de (post)humanos que, tras vivir en cuevas durante 700.000 años debido al frío en la superficie del planeta, salen a la nueva primavera. Este grupo de sesenta miembros liderado por una mujer se enfrenta a una Tierra que no es la nuestra, sino los restos de una civilización muy avanzada en la que junto a los humanos habitaban otras razas, casi todas ellas desaparecidas ya. Los animales y plantas son, asimismo, desconocidos para nosotros. Es decir, el lector va descubriendo el mundo exterior a la vez que los personajes, lo cual es un logro narrativo del autor, ya que si describiera nuestro mundo supongo que solo conseguiría aburrirnos. El grupo se instala en las ruinas de una ciudad de la que tratará de desenterrar maravillas tecnológicas perdidas. Silverberg, claro está, no se limita a deslumbrar, sino que los hallazgos sobre la civilización perdida van a servir sobre todo para iluminar cuestiones relativas a la identidad profunda de los nuevos habitantes del planeta. Estos, por otra parte, constituyen una sociedad muy elemental que celebra ritos a menudo con ocasión de cada amanecer, mayorías de edad, uniones, natalicios, etc. y que adora a unos dioses elementales. La psicología de los miembros más relevantes del grupo entra varias veces en conflicto con los intereses de ese grupo, solucionándose no siempre de forma pacífica, aunque existe reconciliación final y esperanza en el futuro, cuando la Tierra se repueble con los grupos que vayan surgiendo del largo invierno.
En definitiva, es una bella novela sobre el renacimiento y la esperanza, sobre la vida más allá de la cuasidestrucción. El clásico tema de la civilización postapocalíptica adquiere una dimensión humana y emotiva en manos del genial Silverberg.

 Silverberg, Robert y Harber, Karen, Tiempo de mutantes, ed. B, Barcelona, 1993. Trad. Hernán Sabaté.
Mutant Season I, 1989.

Pfff. Vaya bodrio. Para empezar, no la ha escrito Silverberg. Él dice en el prólogo que escribió un cuento homónimo publicado en 1973 y que años después un amigo suyo le dijo que lo ampliara a novela, y que podría hacerlo su mujer (Karen Harber, la segunda; la primera fue Barbara Brown). La colaboración ha consistido en tomar la idea del cuento (no lo he leído, así que no juzgo el grado de fidelidad) y poner el nombre Robert Silverberg en la portada. La novela, evidentemente, es de la mujer, y es una novela rosa bastante mala, repleta de familias, matrimonios, enamoramientos, encuentros, rupturas, bodas, etc. En los diálogos (sosos y banales) se dicen cosas como "Estoy enamorada de él" o "la única respuesta a nuestras preguntas es el amor". Hay que hacer un esfuerzo continuo y sostenido para leerlo y, la verdad, no merece la pena. En una página web dedicada al escritor, Majipoor, se dice que esta novela inspiró una serie de televisión francesa en 2010. A lo mejor en pantalla da mejor que en papel, no sé. Yo no se la recomiendo a nadie.


Silverberg, Robert y Asimov, Isaac, Anochecer, ed. Plaza y Janés, Barcelona, 1993. Trad. Domingo Santos.
Nightfall, 1990.

Este relato es un ejemplo de que cuento y novela son géneros diferentes, y de que lo que funciona en un cuento, en este caso uno de Asimov de 1941, no tiene porqué funcionar en una novela. A mi juicio, las causas son dos: una, que lo que ocupaba unas líneas ahora abarca varias páginas sin añadir nada nuevo, o sea, se diluye lo contado y se convierte en un rollo. Dos, que lo que en el cuento puede impactar y ser creíble, aquí pierde verosimilitud. 
Vamos a ver el resumen: el brillante planeta Kalgash, bañado por la luz de seis soles (cuyos nombres se repiten hasta la saciedad), solo conoce una noche cada 2.049 años debida a un eclipse. Esto solo lo saben unos fanáticos religiosos, los Apóstoles de la Llama, pero ahora lo ha descubierto un astrónomo, Beenay (páginas y páginas sobre lo confuso que está, las comprobaciones que debe hacer, lo mal que se siente... sobran), que se lo comunica a su mentor, el superastrónomo Athor (¡a ver cómo se toma que se contradiga su Ley de la Gravitación Universal!, no sé cómo decírselo, pediré consejo a mi amigo el periodista... Paja y más paja de relleno). Además, la información de Beenay la corrobora la arqueóloga Siferra, que halla en una ciudad excavada (Beklimot) hasta siete niveles de civilización destruida cada dos mil años por fuegos. Ocurre, información que suministra el psicólogo Sheerin, que los habitantes de este planeta son incapaces de estar a oscuras: se vuelven, literalmente, locos. Esto es un obstáculo importante a la credibilidad de la novela, porque no se sostiene. El eclipse llega y la gente se vuelve loca, sobre todo al ver las estrellas: "las Estrellas le aguardaban en toda su terrible majestad [...]. Se sintió abrumado por su visión. [...] Se arrastró por el suelo, ahogado por el miedo" (página 256). Lo que hacen los habitantes de Kalgash es provocar incendios y acabar así con su civilización. ¿Es creíble? Yo creo que no. La última parte se centra en la búsqueda de Theremon, el periodista escéptico, y Siferra, con Beenay y otros (casi todos se vuelven locos pero los protagonistas no, vaya) de una salida, una posible reconstrucción de ese mundo devastado. Para mí, esta es la mejor parte de la novela, aunque es difícil salvarla en el último tercio y el final es un poco raro, por así decirlo.


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