miércoles, 8 de mayo de 2013

Farenheit 451, Ray Bradbury

Bradbury, Ray, Farenheit 451, ed. Minotauro, Barcelona, 2005. Trad. Francisco Abelenda.
Farenheit 451, 1953.

La obra maestra de Bradbury encuentra su mejor explicación en el texto que el propio autor escribió con ese fin y que en la edición que manejo, de la editorial Minotauro, acompaña a la novela. En el postfacio que escribió en 1993, a los 40 años de publicada la novela, ofrece al menos dos claves fundamentales para comprender el mensaje que encierra el texto, por si no quedara lo suficientemente claro. Lo primero es esto: no hace falta quemar libros si el mundo empieza a llenarse de gente que no lee, que no aprende, que no sabe. Lo segundo: Si nos aseguramos de que al cumplir los seis años cualquier niño en cualquier país puede disponer de una biblioteca [...] entonces las cifras de drogados, bandas callejeras, violaciones y asesinatos se reducirán casi a cero. ¿Es utópico, ingenuo, absurdo y ridículo, o lúcido, inteligente, sensato y realista? A mí me parece lo segundo y me emociona el mensaje. Me ha gustado más incluso el postfacio que la novela.
La obra es muy conocida, no solo por su texto sino también por la magnífica película homónima de François Truffaut (1966). En la sociedad donde trabaja el bombero Montag la gente no solo no lee por ley, sino que además se atonta con pastillas y televisión ajena a lo que le rodea. Tan ajena que ni siquiera sabe que ha estallado una terrible guerra que puede acabar con todos ellos. Estar feliz es una obligación, y esa es la razón de que se haya prohibido la lectura de literatura y de que el cuerpo de bomberos se dedique a quemar cuantos libros encuentre. La obra se ha convertido en un clásico gracias a su mensaje aún vigente, y bastante, por desgracia, y ello pese a unos cuantos deslices o incongruencias, como que aún queden tantos libros por ahí para justificar bomberos en cada ciudad, o que el bombero jefe sepa tantísimo de literatura y sea cuasiexperto en Shakespeare.
Es una novela que merece la pena leer y disfrutrar, además de para que no se olvide para qué sirve, en parte, la cultura, el romance del hombre con los libros (lo dice esto también el autor en el postfacio).
Completan la edición los cuentos El parque de juegos y Y la roca gritó, de corte angustioso y opresivo, muy buenos. Los cuentos de Bradbury, dicho sea de paso, no son exactamente infantiles ni juveniles aunque los protagonicen jóvenes. Lo digo por la edición en SM (colección El barco de vapor, nada menos) de La bruja de abril y otros cuentos, lectura también sumamente recomendable, pero no precisamente plácida.
Me ha recordado, en ciertos aspectos, a un libro muy posterior que yo leí antes que este: Ahogos y palpitaciones, de Andreu Martín, curioso texto que se merece un rescate desde su publicación en 1987. Se parece en la tensión bélica escondida tras una máscara de felicidad impuesta a todos, también por métodos represivos. Son novelas con mensajes sociales muy potentes... para quien los quiera recibir.





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