jueves, 10 de octubre de 2013

Citas y textos de Marcel Proust

Recojo aquí varias citas de En busca del tiempo perdido, de Marcel Proust, que me han gustado mientras iba releyendo la novela. Creo que muchas de ellas poseen la calidad de auténticos aforismos, otras son bellísimas y las mejores reúnen las mejores cualidades de profundidad y belleza. También he recogido fragmentos más largos. Algunos textos ofrecen tras una frase sorprendente una siempre inteligente reflexión que en ocasiones he incluido si no era demasiado larga.
Proust es, además de cuidadoso, inteligente y reflexivo. Merece la pena leerlo aunque sea en pequeñas dosis como estas. El orden de los fragmentos es el de aparición en la novela. 

(Inicio de la novela)
Durante mucho tiempo me he acostado temprano. A veces, apenas había apagado la vela, se cerraban mis ojos tan rápidamente, que ni tiempo tenía para decirme: "Me duermo".

Considero muy razonable la leyenda céltica de que las almas de los seres perdidos están sufriendo un cautiverio en el cuerpo de un ser inferior, un animal, un vegetal o una cosa inanimada, perdidas para nosotros hasta el día, que para muchos nunca llega, en que suceda que pasemos al lado del árbol, o que entremos en posesión del objeto que las sirve de cárcel. Entonces se estremecen, nos llaman, y en cuanto las reconocemos se rompe el maleficio. Y liberadas por nosotros, vencen a la muerte y tornan a vivir en nuestra compañía.

Hasta las mujeres que sostienen que no aman a un hombre más que por su físico ven en ese físico la emanación de una vida especial. Y por eso gustan de los militares y los bomberos: por el uniforme son menos exigentes para el rostro.

Charles Haas, por Théobald Chartran
(Retrato de Charles Swann)
Todas las noches, después de un leve rizado en su espeso pelo rojo templaba con cierta suavidad el ardor de sus ojos verdes, escogía una flor para el ojal y se iba a cenar a casa de tal o cual señora de sus amistades donde estaría su querida.

No por saber una cosa se puede impedir; pero siquiera las cosas que averiguamos las tenemos, si no entre las manos, por lo menos en el pensamiento, y allí están a nuestra disposición, lo cual nos inspira la ilusión de gozar sobre ella una especie de dominio.

Hay días montuosos, difíciles, y tardamos mucho en trepar por ellos; y hay otros cuesta abajo, por donde podemos bajar a toda marcha, cantando.

Cuando se quiere a una persona, ya no se quiere a nadie.

El recordar una determinada imagen no es sino echar de menos un determinado instante, y las casas, los caminos, los paseos, desgraciadamente son tan fugitivos como los años.

Los "aunque" son siempre "porque" desconocidos.

Teóricamente, ya sabemos que la Tierra gira, pero en realidad no lo notamos; el suelo que pisamos parece que no se mueve y ya vive uno tranquilo. Lo mismo ocurre con el Tiempo en la vida. Y para hacernos ver cuán rápido huye, los novelistas no tienen más remedio que acelerar frenéticamente la marcha de las agujas y hacer al lector que franquee diez, veinte o treinta años en dos minutos.

(Sobre cartas a la amada)
La pena de los hombres que envejecen es el no soñar siquiera en escribir cartas de esas, porque saben que son ineficaces.

Muchas veces la generosidad no es sino el aspecto interior que toman nuestros sentimientos egoístas cuando todavía no los hemos denominado y clasificado.

Es inútil observar las costumbres, puesto que se las puede deducir de las leyes psicológicas. 

Ya se sabe que cada cual llama ideas claras a las que se hallan en el mismo grado de confusión que las suyas.

Todos necesitamos alimentar en nosotros alguna vena de loco para que la realidad se nos haga soportable

Cuando es uno desgraciado se vuelve muy moral.

Porque la mejor parte de nuestra memoria está fuera de nosotros, en una brisa húmeda de lluvia, en el olor a cerrado de un cuarto o en el perfume de una primera llamarada: allí dondequiera que encontremos esa parte de nosotros mismos de que no dispuso, que desdeñó nuestra inteligencia, esa postrera reserva del pasado, la mejor, la que nos hace llorar una vez más cuando parecía agotado todo el llanto. ¿Fuera de nosotros? No, en nosotros, por mejor decir; pero oculta a nuestras propias miradas, sumida en un olvido más o menos hondo. Y gracias a ese olvido podemos de vez en cuando encontrarnos con el ser que fuimos y situarnos frente a las cosas lo mismo que él; sufrir de nuevo, porque ya no somos nosotros, sino él, y él amaba eso que ahora nos es indiferente.

Por lo que hace a Balbec, en cuanto entré allí ocurrió como si hubiese entreabierto un nombre que había que tener herméticamente cerrado y cono si, aprovechándose del portillo por mí abierto, se hubiesen introducido en el interior de sus sílabas, irresistiblemente empujados por una presión externa y una fuerza neumática, un tranvía, un café, la gente que pasaba por la plaza, la sucursal del Banco, arrojando de aquel nombre todas las imágenes que hasta entonces contuviera; y ahora esas sílabas habían vuelto a cerrarse y ahora ya todas aquellas cosas quedaban dentro, sin poder salirse nunca, sirviendo de marco a la iglesia.

La adolescencia es la única época en que se aprende algo.

Pasa con cada vicio lo que con cada profesión, y es que exigen y desarrollan un determinado saber que se ostenta con gusto.

En esta vida no me ha sido dable elegir más que entre brutos honrados, insensibles y leales, que solo con su metal de voz denotan que no se preocupan lo más mínimo de vuestra vida, y otra clase de hombres que , mientras están con nosotros, nos comprenden, nos quieren, se enternecen con nuestras cosas casi hasta llorar, y que aunque uinas horas después se tomen la revancha haciendo un chiste cruel a costa nuestra, vuelven otra vez tan comprenseivos, tan simpáticos, tan asimilados a uno por el momento como antes; y yo creo que prefiero, si no la moralidad, por lo menos el trato de esta segunda clase de gente.

La Envidia, de Giotto
Como muy poca gente puede tener amistades de alcurnia y profunda cultura, resulta que, por milagro benéfico del amor propio, aquellas personas a quienes faltan esas cosas se consideran los más favorecidos, porque la óptica de las escalas sociales hace suponer a todos que la mejor posición es la que uno ocupa, y tienen por mucho más desgraciados, por mucho menos afortunados y dignos de compasión a los seres superiores a ellos, y los mientan y los calumnian sin conocerlos, así como los juzgan y desdeñan sin haberlos comprendido.

Si la envidia se expresa en frases desdeñosas, hay que traducir un "no quiero tratarle" por un "no puedo tratarle". Ese es el sentido intelectual de la frase, pero su sentido pasional es realmente "no quiero tratarle". Sabe uno que eso no es verdad, pero, sin embargo, no se dice por mero artificio, se dice porque se siente, y ya eso basta para suprimir las distancias, esto es, para ser feliz.

En la vida humana los sentimientos desinteresados juegan más papel de lo que suele creerse.

La existencia apenas si tiene interés más que en esos días en que el polvo de las realidades está mezclado con un poco de arena mágica cuando un vulgar incidente de la vida se convierte en un episodio novelesco.
Foto de Miroslav Vajdić en openphoto.net

Una persona no se parece nunca a un camino recto, sino que nos asombra con sus imprevistos e inevitables rodeos, que los demás no ven, y por los que nos cuesta mucho trabajo pasar.

Podemos estarnos hablando toda una vida sin hacer otra cosa que repetir indefinidamente la vacuidad de un minuto.

Eso que se llama recordar a un ser, en realidad es olvidarle.

No cabe describir bien la vida de los hombres sin hacerla bañarse en el sueño en que se sumerge y que noche tras noche la rodea como una península está cercada por el mar.

Acaso quepa concebir la resurrección del alma allende la muerte como un fenómeno de memoria.

No se hace la suma de los vicios de un ser más que cuando apenas está ya en condiciones de ejercerlos.

Es menester recordar que la opinión que tenemos unos de otros, las relaciones de amistad, de familia, no tienen nada de fijo, salvo en apariencia: antes son tan eternamente móviles como el mar.

Lo que recordamos de nuestra conducta permanece ignorado hasta de nuestro vecino más próximo; lo que de ella hemos olvidado haber dicho, o incluso lo que jamás hemos dicho, va a provocar a risa hasta en otro planeta.

En las enfermedades es cuando nos damos cuenta de que no vivimos solos, sino encadenados a un ser de un reino diferente, de que nos separan abismos, que no nos conoce y del que es imposible que nos hagamos entender: nuestro cuerpo.

El creer en la medicina sería la suprema locura, si no lo fuera mayor aún el no creer en ella, ya que de ese montón de errrores se han desprendido, a la larga, algunas verdades.

Si se lleva uno consigo, cuando sale de viaje, tres o cuatro imágenes que, por lo demás, han de perderse por el camino (las azucenas y las anémonas del Ponte Vecchio, la iglesia persa entre las brumas, etc), ya está bien llena la maleta.

Evidentemente, es más sensato sacrificar uno su vida a las mujeres que a los sellos de correos, a las tabaqueras antiguas, a los cuadros y a las estatuas inclusive.

No hay nada como el deseo para impedir que las cosas que uno dice ofrezcan ninguna semejanza con lo que se tiene en el pensamiento.


Apenas nos aprovechamos de nuestra vida, dejamos inacabadas en los crepúsculos de estío o en las noches precoces de invierno las horas en que nos había parecido que hubiera podido, sin embargo, estar encerrado un poco de paz o de goce.

Una vez pasada la mocedad, es raro que permanezcamos confinados en la insolencia.

En amor, la gratitud, el deseo de proporcionar un placer hacen a menudo que demos más de lo que la esperanza y el interés habían prometido.

La razón es la que nos abre los ojos; un error disipado nos da un sentido más. 

A veces lo que vendrá habita en nosotros sin que lo sepamos y nuestras palabras que creemos mentiras dibujan una realidad próxima.
Foto de Adrian van Leen para openphoto.net

La gente de sociedad se representa habitualmente a los libros como una especie de cubo, una de cuyas caras está levantada, de manera que el autor se apresura para "hacer entrar" a las personas que encuentra.

Las diferencias sociales, aun individuales, se esfuman a distancia en la uniformidad de una época.

Algunas cualidades ayudan más bien a soportar los defectos del prójimo de lo que contribuyen a hacerlos sufrir; y un hombre de gran talento prestará habitualmente menos atención a la tontería de los demás que un tonto.

Los hombres pueden tener varias clases de placer. El verdadero es aquel por el que dejan otro.

En realidad, siempre descubrimos después del golpe que nuestros adversarios tenían motivos para pertenecer al partido en que están y que no se refiere a lo justo que puede existir en ese partido y que los que piensan como nosotros es porque los obliga la inteligencia si su naturaleza moral es demasiado baja para ser invocada o su rectitud si su penetración es débil.

El más peligroso de todos los encubrimientos es el de la misma culpa en el espíritu del culpable. El conocimiento permanente que tiene de ella le impide suponer hasta qué punto es en general igonorada y a cambio de darse cuenta en qué grado de verdad comienza para los otros la confesión con palabras que supone inocentes.
 
En la espera, uno sufre tanto la ausencia de lo que se desea, que no puede soportar otra presencia.

Nuestra lengua no es más que la pronunciación defectuosa de otras.

La enfermedad es el médico más obedecido: uno solo hace promesas a la bondad y el saber; pero obedece al sufrimiento.

La costumbre es una segunda naturaleza.

Siempre hay menos egoìsmo en la imaginación pura que en el recuerdo.

Así como los muertos ya no existen en nosotros, a nosotros mismos es a quienes herimos sin tregua cuando nos obstinamos en recordar los golpes que les hemos asestado.

Es verdad que los encantos de una persona son un motivo menos frecuente del amor que una frase por el estilo: "No, no estaré desocupada esta noche".

Ese ritmo binario que adopta el amor en todos aquellos que dudan demasiado de sí mismos, no creen que una mujer pueda quererlos nunca y tampoco que puedan quererla de veras.

Los celos pertenecen a esa familia de sospechas enfermiza que se lava mucho mejor con la energía de una afirmación que con su verosimilitud

Hay que amar para preocuparse de que no existan solo mujeres honestas y hay que amar también para desear, es decir para asegurarse que las hay.

Desearíamos apasionadamente que haya otra existencia en la que seríamos iguales a lo que somos aquí. Pero no pensamos que aún sin alcanzar esa otra vida, en esta misma y al cabo de algunos años somos infieles a lo que hemos sido y a lo que queríamos ser eternamente.
Expulsión del Paraíso, Miguel Ángel

Uno sueña mucho con el Paraíso o mejor dicho con numerosos parísos sucesivos, pero todos son, mucho antes que uno se muera, paraísos perdidos y donde uno estaría perdido.

Saber dos días después cómo se llama quien ha viajado junto a uno en el tren sin llegar a descubrir su rango social es una sorpresa mucho más divertida que leer en la última entrega de una revista la palabra del jeroglífico propuesto en la entrega anterior.

La medicina, a falta de curar, se ocupa en cambiar el sentido de los verbos y los pronombres.

Leibnitz dijo que el trayecto de la inteligencia al corazón es muy largo.

No existe casi ninguna noticia que no nos haga lamentar una palabra.

Los generales que matan más soldados son los que más se interesan por su alimentación.

El instinto de imitación y la falta de valor gobiernan tanto a las muchedumbres como a las sociedades. Y todos se ríen de quien ven burlado aunque diez años más tarde lo venerarán en un círculo donde lo admiren.

Alfred Dreyfus
Es extraño que cierto orden de actos secretos tenga como consecuencia exterior una manera de hablar o gesticular que los revela. Si un caballero cree o no cree en la Inmaculada Concepción o en la inocencia de Dreyfus o en la pluralidad de los mundos y quiere callarlo, no habrá nada en su voz ni en su andar que trasluzca su pensamiento. Pero al oír que el señor de Charlus decía con esa voz aguda y esa sonrisa y esos gestos de los brazos: "No, he preferido la de al lado, la frutilla" podía decirse: "Vaya, le gusta el sexo feo", con la misma certeza que le permite a un juez condenar a un criminal que no ha confesado.

Los seres no dejan de cambiar de lugar con relación a nosotros. En la marcha insensible pero eterna del mundo, los consideramos inmóviles en un instante de visión, demasiado breve para que se perciba el movimiento que los arrastra. Pero no tenemos más que elegir en nuestra memoria dos imágenes de ellos en momentos distintos, lo bastante cercanos sin embargo para que por lo menos no hayan cambiado sensiblemente en sí mismos y la diferencia de las dos imágenes mide el desplazamiento que operaron con relación a nosotros.

Hay algo aún más difícil que limitarse a un régimen y consiste en no imponérselo a los demás.

Isaac bendiciendo a Jacob, Govert Flinck
En muchos momentos de nuestra vida cambiaríamos todo el porvenir a cambio de un poder insignificante en sí mismo.
 
Cada clase social tiene su patologia.

La realidad no es más que un incentivo para una meta desconocida en cuyo camino no podemos llegar muy lejos.

Las cosas de las que solemos hablar en broma son generalmente, al contrario, las que nos fastidian, pero no queremos que se vea que nos fastidian, quizá con la esperanza inconfesada de esa ventaja suplementaria de que precisamente la persona con quien hablamos, al oírnos bromear con eso, crea que no es verdad.

Cuando hemos pasado de cierta edad, el niño que fuimos y el alma de los muertos de los que salimos vienen a echarnos a puñados sus bienes y sus desventuras, queriendo cooperar en los nuevos sentimientos que experimentamos y en los cuales nosotros, borrando su antigua efigie, los refundimos en una creación original.

Bajo toda dulzura carnal un poco profunda, está la permanencia de un peligro.

El amor es un mal incurable.

Los maridos engañados, aunque no saben nada lo saben todo, sin embargo.

Solo se ama lo que no se posee por entero.

Una verdad más profunda que la que diríamos si fuéramos sinceros podemos a veces expresarla y anunciarla por una vía que no es la de la sinceridad.

Se ha dicho que la belleza es una promesa de felicidad. Inversamente, la posibilidad del placer puede ser un comienzo de belleza.
Venus y Adonis (detalle), Veronés

Desde que ya no existe el Olimpo, sus habitantes viven en la tierra. Y cuando los pintores pintan un cuadro mitológico, toman de modelo para Venus o Ceres a muchachas del pueblo que ejercen los oficios más vulgares, con lo que, lejos de conocer un sacrilegio, no hacen más que restituirles la caridad, los atributos divinos de que fueron despojadas.

Haber proclamado (en calidad de jefe de un partido político, o de lo que sea) que mentir es horrible, suele obligar a mentir más que los otros, sin por eso quitarse la careta solemne, sin dejar la tiara augusta de la sinceridad.

La naturaleza no sabe apenas dar más que enfermedades bastante cortas, pero la medicina se ha abrogado el arte de prolongarlas.

El universo es verdadero para todos nosotros y diferente para cada uno.

Para cada hombre, la vida de cualquier otro hombre prolonga, en la oscuridad, senderos insospechados. La mentira, de la que están hechas todas las conversaciones, aunque tan a menudo logre engañar, no oculta un sentimiento de inamistad, o de interés, o una visita que se quiere aparentar no deseada, o una escapada con una querida sin que lo sepa la mujer, tan perfectamente como una buena fama tapa unas malas costumbres sin dejarlas adivinar.

Obramos a ciegas, pero buscando, como los animales, la planta que nos conviene.

A nadie se aprecia tanto como a los que unen a otras grandes virtudes la de ponerlas sin regatear a disposición de nuestros vicios.
Planeta Venus

Unas alas, otro aparato respiratorio, que nos permitiesen atravesar la inmensidad, no nos servirían de nada, pues trasladándonos a Marte o a Venus con los mismos sentidos, darían a lo que podríamos ver el mismo aspecto de las cosas de la tierra. El único viaje verdadero, el único baño de juventud, no sería ir hacia nuevos paisajes, sino tener otros ojos, ver el universo con los ojos de otro, de otros cien, ver los cien universos que cada uno de ellos ve, que cada uno de ellos es; y esto podemos hacerlo con un Elstir [pintor], con un Vinteuil [músico], con sus semejantes, volamos verdaderamente de estrella en estrella.

A partir de cierta edad, por amor propio y por habilidad, son las cosas que más deseamos las que aparentamos que no nos interesan.

En amor es más fácil renunciar a un sentimiento que perder una costumbre.

Parece ser que en la vida mundana la mejor manera de que le busquen a uno es rehusar, reflejo insignificante de lo que ocurre en amor.

No es posible que una escultura, una música que da una emoción que sentimos más elevada, más pura, más verdadera, no corresponda a una cierta realidad espiritual, o la vida no tendría ningún sentido. 
Imagen de LDFranklin

El amor es el espacio y el tiempo hechos sensibles al corazón.

Parece que los acontecimientos son más vastos que el momento en el que ocurren y en el que no caben enteros. Cierto que rebasan hacia el porvenir por la memoria que de ellos conservamos, pero también requieren un lugar en el tiempo que los precede. Cierto que se dirá que entonces no los vemos tales como serán , pero ¿acaso no los modifica también el recuerdo?

Cada cual tiene su modo peculiar de ser traicionado, como tiene su modo de acatarrarse.

Helena de Troya, marasop
Lo que denominamos experiencia no es sino la revelación a nuestros propios ojos de un rasgo de nuestro carácter, que naturalmente reaparece, y reaparece con tanta mayor fuerza cuanto que ya lo hemos evidenciado una vez ante nosotros mismos, de modo que el movimiento espontáneo que nos guiara la primera vez se ve reforzado por todas las sugestiones del recuerdo. El plagio humano al que resulta más difícil sustraerse a los individuos (y aun a los pueblos que perseveran en sus faltas y van agravándolas) es el plagio de uno mismo.

Dejemos las mujeres guapas a los hombres sin imaginación.

Hallé en el castigo que se me infligía por haber mecido en mis rodillas a una niña desconocida, esa relación que existe casi siempre en los castigos humanos, y que hace que no haya casi nunca ni condena justa, ni error judicial, sino una especie de armonía entre la idea falsa que se forma el juez de un acto inocente y los hechos culpables que ha ignorado.

Los vínculos entre un ser y nosotros no existen sino en nuestro pensamiento. 

En el mundo (y este fenómeno social no es más que una aplicación de una ley psicológica mucho más general), las novedades, culpables o no, solo espantan a la gente hasta que son asimiladas y rodeadas de elementos tranquilizadores.

Es un error creer que la escala de los miedos corresponde a la de los peligros que los inspiran.

El instinto dicta el deber y la inteligencia proporciona los pretextos para eludirlo.

Una obra en la que hay teorías es como un objeto en el que se deja la marca del precio.

Un nombre leído antaño en un libro contiene entre sus sílabas el viento rápido y el sol brillante que hacía cuando lo leíamos.

Una hora no es solo una hora, es un vaso lleno de perfumes, de sonidos, de proyectos y de climas. Lo que llamamos realidad es cierta relación entre esas sensaciones y esos recuerdos que nos circundan simultáneamente.

Solo mediante el arte podemos salir de nosotros mismos, saber lo que ve otro de ese universo que no es el mismo que el nuestro, y cuyos paisajes nos serían tan desconocidos como los que pueda haber en la luna.

El panfletario asocia involuntariamente a su gloria a la canalla que anatemiza.

Un libro es un gran cementerio con una mayoría de tumbas en las que no se pueden ya leer los nombres borrados.
 
Allí donde la vida nos encierra, la inteligencia nos abre una salida, pues si un amor no compartido no tiene remedio, de la comprobación de un sufrimiento se sale, aunque solo sea sacando las consecuencias que implica.

En realidad, cada lector es, cuando lee, el propio lector de sí mismo.

Nuestros más grandes temores, como nuestras mayores esperanzas, no son superiores a nuestras fuerzas y podemos acabar por dominar los unos y realizar las otras.

(Final de la novela)
Si me diese siquiera el tiempo suficiente para realizar mi obra, lo primero que haría sería describir en ella a los hombres ocupando un lugar sumamente grande (aunque para ello hubieran de parecer seres monstruosos), comparado con el muy restringido que se les asigna en el espacio, un lugar, por el contrario, prolongado sin límite en el Tiempo, puesto que, como gigantes sumergidos en los años, lindan simultáneamente con épocas tan distantes, entre la cuales vinieron a situarse tantos días. 







1 comentario:

  1. ... " Del estado de mi alma , que ,aquel lejano año , no había sido para mi más que una larga tortura ,no quedaba nada . Pues en este mundo dónde todo se gasta , dónde todo perece , hay una cosa que cae en ruinas , que se destruye más completamente todavía , dejando aún menos vestigios que la Belleza : es el Dolor

    Diganmen si no es esto una perfecta definición de lo que es el "Olvido"

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